El poder del ejemplo

Muchas veces como padres no sabemos hasta qué grado estamos enseñando correctamente a nuestros hijos.

Mi padre hablaba de muchos conceptos que yo a veces estuve de acuerdo, y otras no. Sin embargo, más allá de sus palabras, fue su ejemplo el que ha permanecido en mi memoria.

Cuando yo era jovencita, a mí me parecía que mi padre tenía todas las palabras del mundo alojadas en su garganta, y que aprovechaban cualquier pequeño incidente para comenzar a salir en estampida. La mayoría de las veces, como una “buena” niña, no solía escucharlo: en cuanto él empezaba a hablar, mi mente viajaba a cualquier lugar que me alejara de sus sermones.

Sin embargo, unos días en particular, no fueron sus palabras, sino sus actos los que me mostraron el gran ser humano que era. Desde muy pequeña le acompañé a proporcionar ayuda a las personas humildes con las que tenía contacto. Era algo tan cotidiano en él, que esas acciones se convirtieron ante mis ojos en algo completamente normal.

Aquel día, mi padre estaba muy feliz estrenando un abrigo que había comprado con sus ahorros. Y que, según sus propias palabras, valía cada centavo que se hubiera gastado en él. Más que todo, lo que quedó grabado en mi mente, fue la alegría que reflejaba mi padre al usarlo por la primera vez.

Recuerdo que caminábamos toda la familia juntos, después de una visita que se me hizo eterna, con unos familiares aburridos, de grandes charlas y muy poca diversión para las cuatro jóvenes hermanas que éramos. Era tarde y el frío se incrementó al llegar el anochecer. En el camino nos encontramos amigos de mi padre que le felicitaban por la linda prenda que portaba orgullosamente.

Lo siguiente pasó justo después, lo recuerdo tan claro que lo cuento como si acabase de ocurrir ayer. Y fue el cómo reaccionamos ante el sufrimiento de nuestros semejantes. Seguimos caminando y cuando estábamos a unas manzanas de la casa, mi padre saludó a una mujer humilde de rostro amable y sonriente. Su amabilidad y su sonrisa me parecieron desordenadas por el temblor de su cuerpo que le provocaba el frío. El aburrimiento y la apatía de mi paso terminaron ante la duda que había surgido en mí, al ver a esa mujer temblando, cubierta solamente por un suéter viejo y gastado.

Le preguntó mi padre ¿Y los suéteres que te regalé? ¿Por qué no los usas? Son bastante gruesos y te protegerían del frío. ¡Ay señor! le contestó. Uno se lo puse a mi niña y con los otros tapé al bebé. Es que está malito. Le contestó la mujer un tanto avergonzada. Mientras ella hablaba, mi padre comenzó a desabrocharse el abrigo. Y luego rápidamente se lo quitó y lo colocó en los hombros de la mujer quien, sorprendida, intentó quitarlo de su cuerpo.

– ¡No! ¿Cómo cree? No se lo dije por eso, yo le agradezco mucho pero que no puedo aceptarlo…respondió la mujer.

Y mi padre le explicó:

– Lo sé señora. No se preocupe ya tengo otro.

Y mi papá ayudó a la mujer a ponérselo; lo abrochó lentamente, como en un ritual de despedida ante algo que yo sabía que le dolía desprenderse. No vi mucho el rostro de la mujer porque mi mirada se quedó clavada en el rostro de mi padre. Su boca llevaba una sonrisa de satisfacción y temblaba un poco ante el frío que aunque cubierto por su camisa de manga larga no alcanzaba a aplacar. El resto del camino lo hicimos en silencio. Yo me preguntaba si alguna vez sería capaz de hacer algo similar a lo que él había hecho esa noche. Le pregunté al entrar a casa. ¿Qué vas a hacer ahora que ya no tienes tu abrigo nuevo? Y me contestó, “Nada. Seguir usando los que tengo.”  Yo insistí, “Pero, uno está muy viejo y el otro está roto.”  Me dijo, “Pues, se repara y cuando junte más dinero, me compraré otro.”

Predicador del ejemplo

Cuando tenía apenas ocho años, mi padre me dio otra lección sobre el dinero que hasta la fecha no olvido. Ocurrió un domingo que era el día de su descanso. En el coche fuimos juntos bastante lejos, hasta las afueras de la ciudad, para apoyar a la mamá de un amigo suyo que necesitaba un hombre que le echara una “manita”.

Pasamos todo el día en su casa, y durante todo ese tiempo mi padre arregló mil cositas. Al final del día, antes que saliéramos, vi que la señora quería dar a mi padre una cantidad de dinero por su tiempo, esfuerzo y gastos del coche a llegar tan lejos para ayudarla. Recuerdo que hablaron un ratito sobre eso y al final ella, muy agradecida, le puso dinero en el bolsillo ubicado en el pecho de su camisa. La despedimos y fuimos rumbo a casa y cuando casi llegábamos, mi padre paró en una gasolinera para llenar de nuevo el tanque. Cuando sacó el dinero del bolsillo de su camisa para pagar la gasolina, se sorprendió con la cantidad que le dio la señora, que era mucho más de lo que habían hablado y enseguida se preocupó.

Me dijo, “Perdóname hija pero tenemos que volver inmediatamente a la casa de la señora porque se equivocó en la cantidad de dinero que me dio”. Era $10 dólares más de lo normal. Y le dije, “Pero papá, seguro ella quería darte una propina por tu esfuerzo y amabilidad por haber trabajado en tu día del descanso, ¿no crees?”

Él me contestó, “No hija, no creo, es una señora mayor y puede ser que lo contó mal y ya volvemos ahora mismo a regresarle la cantidad de $10 dólares!”

Yo pensé, que ridículo que él quiera hacer ese larguísimo viaje OTRA VEZ. Simplemente en gasolina gastaremos más de esta cantidad por hacer tanta vueltas. Le comenté eso.

Y me respondió, “No importa hija, tengo que hacer las cosas bien y tratar a la gente correctamente y si no, no podré dormir tranquilo. Ya volvemos ahora mismo.”

A veces las grandes lecciones de la vida son inesperadas y suceden en segundos. Esos días, los discursos se le quedaron en la garganta. Pero no los necesité para entender la definición de generosidad que tantas veces intentó inculcarme. No fueron sus palabras las que me la enseñaron, sino sus acciones. Desde ese día intenté escucharlo un poco más. Algunas veces lo logré; otras simplemente oía palabras sin sentido para mí.

Siento mucha gratitud por todas nuestras experiencias vividas y percibo que su presencia anda conmigo. Gracias papá por tus enseñanzas, siempre serás mi héroe.

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