EL BESTIARIO Santiago J. Santamaría

SANTIAGO J. SANTAMARÍA. El Bestiario

Yihadismo y ‘El huevo de la serpiente’, de Ingmar Bergman

En el siglo XXI los atentados terroristas han pasado de menos de 2,000 a casi 14,000; el último año, según los últimos datos de Stary, Consorcio Nacional para Estudio del Terrorismo, con sede en la Universidad de Maryland, hubo 37 mil 400 asesinatos perpetrados por terroristas islamistas en todo el mundo…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA

Sorprendentemente, desde el 11-S del 2001 hasta hoy, sólo 45 personas murieron víctimas de la Yihad o “Guerra Santa”, en Estados Unidos; en Bruselas, el Isis se cobraron 35 vidas en un sólo día y los ataques de París, el pasado mes de noviembre, mataron a 130 inocentes. Cinco países -Irak, Pakistán, Afganistán, Nigeria y Siria- concentran el 57% de las “batallas”, la mayoría no fueron contra blancos en el mundo occidental, sino entre musulmanes chiíes y suníes.

Si bien, la letalidad ha aumentado, son poco frecuentes las acciones que causan más de 100 muertes. Donde más veces se ha sobrepasado este número en un sólo ataque es en Irak (29 veces), Nigeria (13), Pakistán (seis), India y Siria (cuatro en cada uno). Más del 90% de los atentados terroristas alcanza sus objetivos más inmediatos, el asesinato de civiles, policías, militares o funcionarios. Esta alta tasa de éxito se debe a la proliferación del uso de explosivos caseros que con frecuencia son activados por terroristas suicidas, otra práctica que también ha aumentado de forma considerable. El 58% de todos los ataques se realiza con explosivos y un 34% con armas de fuego; el restante 10% se debe a otros métodos. Sólo el 4% emplea tanto armas de fuego como explosivos, pero los expertos esperan que esta combinación aumente, ya que su letalidad es casi tres veces mayor que la de los ataques en los que sólo se usan armas de fuego.

Entre 2000 y 2014, el 40% de todos los atentados terroristas fue perpetrado por grupos que no pudieron ser identificados. El 60% restante corresponde a un muy pequeño número de organizaciones: el Estado Islámico (Isis, en inglés), Boko Haram, los talibanes, Al Qaeda en Irak y Al Shabab son autores del 35% de todos los ataques que ocurrieron en el mundo en los últimos 15 años. Entre 2013 y 2014, el ISIS perpetró más de 750 ataques. Uno de los blancos preferidos de los terroristas son los medios de transporte, especialmente autobuses y trenes (concentran el 62% de los atentados en esta categoría).

El terrorismo está aumentando y también se está globalizando. Sus protagonistas, sus objetivos, sus tácticas y su manera de organizarse están cambiando. También las capacidades de los estados occidentales para hacerle frente. En algunos aspectos, las sociedades han fortalecido sus defensas contra los terroristas. En otros aún son muy vulnerables, tal como han evidenciado los ataques en Bruselas. Las consecuencias de esas acciones terroristas en Europa y EU son devastadoras, hasta el punto de que hacen tambalear importantes principios como la libre circulación o la privacidad de las comunicaciones. También impactan en el gasto público, los viajes, la convivencia y la integración dentro y entre países. En otras latitudes, los grupos terroristas llegan a amenazar la viabilidad de ciertos países y moldean las luchas geopolíticas. En España, ETA mató solo a cerca de 1,000 personas en cinco décadas. Pero las consecuencias políticas y sociales de sus actos terroristas aún se están pagando.

No hay recetas simples para enfrentarse a la amenaza del terrorismo. Es un fenómeno diverso que no tendrá una solución única. Pero dentro de esta complejidad hay una estadística que vale la pena tener en mente. La tasa promedio de homicidios en todo el mundo en 2014 fue de 624 muertos por cada 100,000 habitantes, mientras que los muertos por terrorismo fueron 0.47 por 100,000. Esto quiere decir que, ese año, por cada 13 homicidios hubo una persona asesinada por un terrorista. Los números del terrorismo son relativamente bajos cuando los comparamos con otras causas de muerte. Pero sus consecuencias son desproporcionadamente grandes. El terrorismo no es la amenaza más letal del siglo XXI. Pero está cambiando el mundo.

El fenómeno del yihadismo me hace recordar la del nazismo que vivimos en Europa. Hubo una película de obligada visión en la época de finales del siglo pasado en las sesiones de cine fórum que se desarrollaban en mil lugares del Viejo Continente: “El huevo de la serpiente” del director sueco Ingmar Bergman, realizada en 1977 y ambientada en Berlín. “El huevo de la serpiente” es una metáfora sobre el  proceso que condujo a la destrucción de la democracia alemana y su paulatina sustitución por un régimen totalitario a partir  de 1920. Se  refiere a que cuando está en la etapa de gestación, la serpiente puede ser vista a través de la cáscara transparente del huevo. Y lo que se ve es un bichito insignificante y hasta simpático, que puede incluso inspirar compasión. Por eso, nadie se atreve a destruirlo impidiendo su nacimiento. Pero cuando sale del huevo y comienza a actuar, el proceso no para hasta que la destrucción es total. Y cuando por fin alguien quiere hacer algo al respecto, es demasiado tarde.

La historia nos demuestra que cuando las democracias comienzan a debilitarse, cuando las instituciones que la sostienen se desmoronan ante la mirada indiferente de la sociedad que se siente ajena al proceso, y se pierde la capacidad de distinguir entre lo grave y lo superficial, lo verdadero de lo falso, hay un solo resultado previsible: el triunfo de quienes aspiran al poder total , ya que quienes podían cambiar las cosas,  actuaron de forma tan débil que dejaron socavar los cimientos de los más sagrado para las personas. Estamos en tiempos en los que la serpiente se está reproduciendo, y me parece constatar que, ahora,  incluso está eclosionando.

Intercalada entre las líneas de crédito que presentan la obra maestra de Bergman encontramos una imagen inquietante, que aparecerá ligeramente modificada al final de la narración, donde cobrará un alto contenido simbólico respecto al sentido del título y el significado global del filme. Se trata de un plano en blanco y negro tomado desde una perspectiva superior en  suave picado, de un grupo de personas que se mueven a cámara lenta inclinadas por un ligero balanceo, agobiadas por una cierta indolencia y un cansancio infinito.

Sugieren el agotamiento de una sociedad oprimida y anestesiada por el desánimo que les roba las fuerzas y la energía necesarias para levantar la cabeza y salir del grupo o empujarlo hacia delante, hacia cualquier objetivo. Esta sociedad sin rumbo ni esperanza sirve de marco en que se desarrolla la historia de unos personajes que parecen no poder escapar a un destino terrible, cuyo germen se gesta en el Berlín de la República de Weimar, prólogo de la llegada al poder de Adolf Hitler.

Abel Rosemberg (David Carradine), trapecista del circo del señor Hollinger, se ve obligado a permanecer en Berlín debido a la lesión de muñeca sufrida por su hermano Max, que junto a su esposa Manuela forma parte del trío de acrobacia del programa circense. Abel y Max son judíos norteamericanos de Filadelfia a donde emigraron sus padres cuando ambos eran niños y buscaban una vida mejor que la que podía ofrecerles la Alemania de principios de siglo.

Mariano Rajoy prefierió quedarse en Madrid que ir al foro antiyihadista de Barack Obama, celebrado este jueves y viernes en Washington, el presidente español alegó que está en funciones. Se perdió un encuentro mundial sobre la amenaza del terrorismo. Las potencias buscan evitar que el ISIS obtenga la bomba atómica. Barack Obama avisa en la Cumbre para la Seguridad Nuclear de Washington del peligro de que “locos” usen una bomba con el objetivo de matar a miles de ciudadanos. Toneladas de material radioactivo se encuentran en instalaciones poco seguras y son susceptibles de caer en manos de los terroristas. México, el Caribe y América Latina, una región libre de uranio enriquecido. El presidente estadounidense Harry S. Truman ordenó las masacres de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, el 6 de 9 de agosto de 1945, fallecieron más de un cuarto de millón de sus vecinos. No sabemos si el actual mandatario al utilizar la palabra “locos”  se refería también a su antecesor en la Casa Blanca.

La lucha contra el yihadismo, la mayor amenaza de seguridad a la que se enfrenta Europa, exige mucho más que demostraciones de fuerza de carácter matón arropadas con consignas de fácil consumo. Las políticas de seguridad y defensa de los Gobiernos democráticos de la Unión Europea son, sin duda, menos emocionales y espectaculares que la acción inmediata, pero son la única vía democrática de victoria ante el terror. El creciente auge de la extrema derecha en el Viejo Continente puede suponer un importante obstáculo en esta lucha.

El crecimiento de la extrema derecha no es algo que deba tomarse a la ligera ni puede formar parte, sin más, del paisaje político europeo. La existencia, por ejemplo, de un partido abiertamente neonazi en Grecia no debe dejar indiferente a nadie. Europa tiene un gran enemigo al que batir, pero no debe echarse en los brazos de ideologías contrarias a su propia esencia. Mientras tanto Mariano Rajoy ‘pasa’ del problema que agobia a los ciudadanos como hicieron los políticos alemanes antes de la llegada del nazismo.

“Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a buscar a los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí, no había nadie más que pudiera protestar…”, recitaba Bertolt Brecht un dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX. Hasta 1933, Brecht trabajó en Berlín como autor y director de teatro. Es famosa su “La Ópera de los tres centavos”. Pero en aquel año, Hitler se hace con el poder. A comienzos de aquel año, la representación de su obra “La toma de medidas” fue interrumpida por la policía y los organizadores fueron acusados de alta traición. El 28 de febrero -un día después del incendio del Reichstag- Brecht y su esposa Helene Weigel con su familia y amigos abandonan Berlín y huyen a través de Praga, Viena y Zúrich a Skovsbostrand, cerca de Svendborg, en Dinamarca, donde el autor pasó cinco años. Todos sus libros fueron quemados por los nacionalsocialistas. “No había nadie más que pudiera protestar”, Mariano Rajoy.

@SantiGurtubay

Comments

comments

No hay comentarios