Steve Bannon, ‘Joseph Goebels’, reconquista Latinoamérica

El líder ideológico del ultraconservadurismo alerta del voto electrónico, “buscan México y Brasil para robar las elecciones, para robar la soberanía¨…

EL BESTIARIO

POR SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Ni Europa, ni Estados Unidos. La gran cita de políticos y activistas ultraconservadores ha elegido para su encuentro a Latinoamérica, una región que en los últimos meses han ido ganando los gobiernos líderes de izquierdas, con el remate de Brasil, que perdió Jair Bolsonaro recientemente. La Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) ha reunido por dos días en México a nombres conocidos como el estadounidense Steve Bannon, conocido por muchos de sus seguidores como ‘Joseph Goebbels’ el chileno José Antonio Kast, el argentino Javier Milei, el español Santiago Abascal, o el hijo de Bolsonaro, Eduardo, así como a numerosos activistas católicos, antiabortistas, contrarios al feminismo o los derechos LGTB y anticomunistas. También ha intervenido el líder polaco, nobel de la Paz, Lech Wallesa quien ha hecho una defensa del anticomunismo, pero ha mencionado el cambio climático como un problema real, en contra de lo que antes había dicho el presentador, el mexicano Eduardo Verástegui, que lo consideró “ideológico” y que “limita la propiedad privada y el empleo”. Wallesa era definitivamente una rara avis en este encuentro, con cuyos participantes apenas coincide en el anticomunismo y el fervor religioso.

Parecido mensaje ha enviado el anfitrión, Eduardo Verástegui, presidente de la CPAC México. ¨No nos quedaremos de brazos cruzados”. Ha acusado fuertemente a la derecha clásica de ser “lobos disfrazados de cordero”, una “derechita cobarde”. A su parecer, la verdadera derecha está “huérfana”. Ha defendido los valores cristianos, la familia y la vida desde la concepción a la muerte, con lo que ha recabado buenos aplausos. “Queremos construir un movimiento conservador en todo el hemisferio, con líderes bien preparados. Con la ayuda de Dios comenzamos nuestra labor”. Ha anunciado sorpresas en las horas que siguen. Latinoamérica tiene todavía recientes algunas dictaduras militares, que si bien se retoman con nostalgia en algunos discursos políticos, como los escuchados en Brasil, no alcanzan todavía a ciertas derechas más tradicionales, como las que se han vivido recientemente en Argentina o Chile, con Macri o Piñeira. De modo que las corrientes ultraconservadoras no son hegemónicas a nivel doméstico. En México, por ejemplo, el partido conservador de Acción Nacional (PAN) se ha desvinculado por completo de ese encuentro. Todavía pesa el aluvión de críticas y el quiebre que vivió este partido cuando un buen puñado de sus senadores recibieron al líder de Vox, el español Santiago Abascal, que gusta lucirse en fotos, tocado con el casco de hierro de Hernán Cortés.

Paul Joseph Goebbels (Rheydt, 1897-Berlín, 1945) fue un político alemán que ocupó el cargo de ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945. Uno de los colaboradores más cercanos de Adolf Hitler, Goebbels era conocido por su talento como orador, su profundo antisemitismo y su respaldo a una discriminación racial cada vez más severa —que, entre otras cosas, acabaría dando lugar al genocidio de los judíos en el llamado Holocausto—. Obtuvo su doctorado en Filología Germánica en la Universidad de Heidelberg, pero su sueño era ser escritor, algo que expresó muchas veces en su diario personal. Se unió al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) en 1924. Fue nombrado Gauleiter (jefe de distrito) de Berlín en 1926, donde comenzó a interesarse en la propaganda como herramienta de promoción del partido y su programa. En 1933, después de que los nazis se consolidaran en el poder, su Ministerio de Propaganda se apoderó rápidamente de la supervisión de los medios de comunicación, las artes y la información en el país. Se sintió atraído por los medios de comunicación relativamente nuevos, como la radio y el cine, con fines propagandísticos. Los temas de difusión incluían antisemitismo, enfrentamientos con congregaciones cristianas y, después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, conformación de la moral alemana.

Sus adversarios políticos lo consideraron un temido demagogo y agitador de masas. Esta reputación comenzó después de la refundación del NSDAP, cuando Goebbels organizó disturbios y enfrentamientos en las calles contra los comunistas en Berlín. El uso de discursos vívidos y manifestaciones públicas violentas lograron aumentar el número de seguidores del partido. Su impacto en la vida cultural fue considerable, ya que con su ministerio construyó o destruyó la carrera artística de muchos alemanes. Las personas que tuvieron contacto personal con él afirmaron que tenía un carácter antipático e irresoluto, aunque estaba obsesionado por recibir el respeto de sus colegas. El historiador Peter Longerich, autor de “Goebbels. Biographie” (2010), cuestiona su amistad íntima con Hitler y asegura que se trata de una figura sobrevalorada, pues su importancia en el seno del régimen nazi era menor porque no lo tomaban en cuenta en algunas de las grandes decisiones, y que no era el “gran propagandista” que aparentaba. Según Longerich, Goebbels padecía “un trastorno narcisista de la personalidad que le hacía buscar adictivamente el reconocimiento y el elogio”, lo que explicaría su “casi absoluta devoción a Hitler, su obsesión con su propia imagen y el hecho de que pasara una considerable parte de tiempo enzarzado en largas batallas contra sus competidores en el entorno de Hitler”.Goebbels fue uno de los principales instigadores de actos antisemitas y uno de los pocos líderes nazis en mencionar públicamente el genocidio judío.

Se esperaban con emoción las palabras de Steve Bannon en México, quien las ha ofrecido por videoconferencia. Se ha centrado en una de las obsesiones de los republicanos estadounidenses, que sienten que les han robado las elecciones en las que perdieron, aunque no aportan pruebas de ello. Bannon, el gran líder ideológico del ultraconservadurismo, ha alertado de los riesgos del voto electrónico, algo que “buscan México y Brasil para robar las elecciones, para robar la soberanía¨, ha acusado. Y ha dicho que “no se darán por vencidos¨, que seguirán investigando y pidiendo cuentas al “régimen ilegítimo” de Joe Biden. Y lo mismo en Brasil: ¨Vean las calles de Brasil, los grandes patriotas están en peligro mientras los medios globales se concentran en Lula¨, a quien llamó “delincuente transnacional”. No parece Latinoamérica un terreno abonado para que arraiguen estas corrientes, por más que “en situaciones de crisis siempre reaparezca la ultraderecha, o como suele decirse, la derecha coagula y la izquierda se fracciona”, dice Ricardo Yocelevzky Retamal, profesor de la Universidad Autónoma de México en el campus de Xochimilco. “La región latinoamericana acusa tanta desigualdad que es poco probable que las clases medias sean un contrapeso, por más que, en crisis, siempre se acerquen a la derecha para seguir manteniendo la distancia con las clases populares. El fenómeno migratorio seguirá siendo imparable, la gente va donde cree que encontrará qué comer”, dice el experto en Partidos Políticos y Sistemas de Partidos. Yocelevzky Retamal apunta otro factor que, opina, cierra el paso a ideologías de ultraderecha: “El resurgir de los pueblos originarios que contribuye fuertemente al poscolonialismo y son un elemento de fragmentación”.

En efecto, el casco de Hernán Cortés choca con las nuevas corrientes de izquierda que han conquistado Latinoamérica, que ponen un fuerte énfasis en los derechos de los pueblos autóctonos, desde México a Argentina, incluso en Estados Unidos, por todo el continente. La agenda de gobiernos como el de Gustavo Petro en Colombia o del chileno Gabriel Boric se detiene con insistencia, además en el feminismo, por ejemplo, lejos del mensaje de la CPAC, que considera estos movimientos un peligro para los tradicionales valores católicos. Apenas hace unos días, se reunieron en Colombia, país llamado a ser el epicentro de la agenda de la nueva izquierda latinoamericana, el Grupo de Puebla, donde el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, del PSOE, insistió en colocar el feminismo en el centro de las políticas. También se habló de una unidad económica, con el horizonte de una moneda única para toda la región, algo que ya había avanzado el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, semanas atrás, cuando propuso avanzar hacia una región de economía común, como los fue en su día la Comunidad Económica Europea.

La conferencia que se celebra en México comienza sus sesiones con la celebración de misas, no en vano, es de marcado cariz católico, y ese sí es un terreno abonado en la región, aunque también tienen gran fuerza otras corrientes, como el evangelismo que triunfa en Brasil o en el propio México. La intersección entre el catolicismo y el anticomunismo la menciona el historiador cubano afincado en México Rafael Rojas. “Hay una tradición de la derecha latinoamericana endeudada con el catolicismo, porque transitó hacia el liberalismo en la última década del siglo pasado y la primera del actual, a medida que fueron cayendo los últimos regímenes autoritarios y dictatoriales, el catolicismo se volvió liberal”, dice. Y lo liberal no es neoliberal. De hecho, no todo el catolicismo desembarcó en la derecha, sino que buena parte se integró en la Teología de la Liberación, en síntesis con el marxismo, que acompañó las revoluciones de la izquierda, explica el historiador.

Por estos motivos, no encuentran los consultados que América Latina pueda reproducir un avance de las políticas ultraconservadoras como el que vive Europa, donde alcanzan buenos resultados en España, excelentes en Francia o conquistan gobiernos como el italiano. Sin olvidar su penetración en países nórdicos. El caso de Chile, donde Boric se alzó en las urnas contra Kast, que vendió patria, familia, orden y libertad como reclamos políticos. Frases como “si Pinochet estuviera vivo, votaría por mí”, fueron consignas en su campaña. Tampoco la promesa de “sacar a patadas en el culo” a la “casta política” del ultra argentino Javier Milei consiguió grandes cosas, más bien dividir a sus seguidores, puesto que apenas reunió algo más de un millar de acólitos en su mitin del pasado junio en Buenos Aires. El resguardo de esta ideología descansa en el continente en figuras como Donald Trump o Jair Bolsonaro. Por qué México, cabe preguntarse, para una cita como esta. El internacionalista de la UNAM, Juan Manuel Portilla Gómez, recuerda que “México siempre ha tenido un reducto ultraconservador importante, el sinarquismo, la organización del Yunque”, de la ultraderecha católica, o ahora Viva México, cuyo líder, el antiguo actor Eduardo Verástegui, es el anfitrión de la cita. “La polarización política que se está viviendo estos días, con marchas y contramarchas en la calle, empuja a los extremismos y quizá hace apetecible una reunión de este tipo”, dice Portilla Gómez. Para los ultraconservadores sería, explica, “una punta de lanza en Latinoamérica desde México, donde se están conquistando ciertos derechos, como el aborto, los matrimonios gais, etcétera, y eso levanta el enojo de la derecha”. Pero, concluye, “no le veo mucha fuerza a estas ideologías, son una expresión menor comparado con el resto de México”.

Una falta de ortografía arruinó en 1992 la carrera política de Dan Quayle, vicepresidente de Estados Unidos. Visitando una escuela primaria, con un gran cortejo de ayudantes y cámaras de televisión, Quayle le pidió a un niño que escribiera en la pizarra la palabra potato. El niño la escribió correctamente, pero Quayle, afectando una paciencia de maestro bonachón, le indicó que había cometido un pequeño error: a la palabra potato le faltaba, según el vicepresidente, una “e” al final. El pitorreo fue tan universal que todavía hoy basta teclear Quayle en Google para asistir de nuevo a aquella escena memorable. Ya retirado, Dan Quayle llegó a actuar en un anuncio de patatas fritas, con gran indignación del niño experto en ortografía, quien argumentó, no sin motivo, que habría sido más justo que el anuncio lo protagonizara él. Treinta años después de aquella visita escolar, lo que nos asombra no es la ignorancia de un individuo que se las había arreglado para llegar a un paso de la presidencia, sino el hecho mismo de que un error ortográfico lo sumiera en un ridículo del que ya no pudo recuperarse. Más alto todavía que Dan Quayle llegó Donald Trump, de quien se sabe que es incapaz de leer más de dos líneas seguidas, a no ser que en ellas esté contenido su propio nombre, y que aun en esta época de correctores automáticos ha sido capaz de llenar la brevedad de un tuit de faltas de ortografía. “Con todas las cosas que tú no sabes se podría escribir un libro entero”, cuenta Tobias Wolff que le decía cuando era niño su padrastro.

Con todo lo que se va sabiendo que no ha sabido nunca Donald Trump se han escrito ya volúmenes copiosos, y se va descubriendo más según aparecen testimonios de quienes asistieron de cerca de los años alucinantes de su presidencia. Nada más ser elegido, parece que lo desconcertó el número de dirigentes extranjeros que lo llamaban para felicitarlo. “No tenía idea de que hubiera tantos países en el mundo”, confesó. Pensaba vagamente que África era el nombre de un país, y no distinguía entre los países bálticos y los balcánicos. En un libro reciente, y aterrador, sobre sus años en la Casa Blanca, The Divider, Susan Glasser y Peter Baker cuentan algunas de las propuestas de gobierno que Trump compartió con sus colaboradores: excavar un canal infestado de cocodrilos a lo largo de la frontera con México; lanzar bombas atómicas contra los huracanes para desactivarlos; comprar Groenlandia a Dinamarca, o en su defecto intercambiarla por Puerto Rico. Según Baker y Glasser, a Donald Trump lo indignaba que los altos mandos del Ejército no lo obedecieran tan incondicionalmente como obedecían los generales alemanes a Hitler. También creía que el papel de la aviación había sido decisivo en la Guerra de la Independencia americana.

Jaume Perich, el gran humorista de la resistencia en el franquismo tardío, decía en uno de sus aforismos: “La prueba de que en Estados Unidos cualquiera puede llegar a presidente es el propio presidente de Estados Unidos”. Perich se refería a Richard Nixon, que fue un forajido y sin duda un criminal de guerra, pero que se encerraba a devorar libros de historia, llenándolos de notas y de subrayados, y hasta escribió él mismo los que se publicaron con su nombre. Es probable que lo que podríamos llamar la Edad de la Ignorancia empezara unos años después, con la llegada a la presidencia de Ronald Reagan. Así lo explica Andy Borowitz en un libro titulado “Profiles in Ignorance”, una crónica entre sarcástica y desolada del triunfo de la estupidez en la vida pública de Estados Unidos. Ha habido tres fases, o tres eras distintas, dice Borowitz, en este progreso hacia la imbecilidad. En la primera fase, ya tan lejana, la ignorancia desataba el ridículo, y los políticos y sus asesores se esforzaban por disimularla. La metedura de pata de Dan Quayle pertenece a aquel tiempo abolido. En la segunda fase, la ignorancia ha dejado de ser un obstáculo en una carrera política, y se acepta con toda naturalidad, con indulgencia, hasta con una sonrisa, como una prueba de campechanía. Eran los tiempos en que George Bush hijo reconocía haber leído un solo libro en la universidad, y se compraba un rancho para fingir que era un hombre común pegado a la tierra, y no el heredero de varias generaciones de privilegios de clase. Había logrado pasar por las universidades más elitistas del Este sin aprender nada: su ignorancia la convirtió en un mérito para atraer a muchas personas, sobre todo blancos de clase trabajadora, a las que la pobreza y la injusticia las habían privado de las ventajas de la educación. Ya presidente, en vísperas de la invasión de Irak, se quedó muy intrigado cuando unos asesores intentaban explicarle la diferencia entre suníes y chiíes: “Yo pensaba que en ese país eran musulmanes”.

En la tercera fase vivimos ahora. La ignorancia ya no se disimula, ni se muestra sin complejo: ahora es un mérito, una señal de orgullo, un desafío contra los enterados, los expertos, los tediosos, los exquisitos, los avinagrados. Ahora la ignorancia pasa a la ofensiva y se convierte en una negación descarada de la realidad, en un despliegue de fantasías delirantes que provocarían risa si no llevaran por dentro la semilla antigua del odio, la determinación de pasar por encima de los escrúpulos del conocimiento y de las normas y las garantías de la legalidad. Marjorie Taylor Greene, diputada por Georgia desde 2020, afirma no solo que la elección de Joe Biden fue fraudulenta, como un número considerable de sus compañeros de partido, sino también que los terribles incendios de estos últimos años en California no tienen que ver con el cambio climático, ya que están causados por rayos láser lanzados desde el espacio exterior, y financiados por los judíos.

Andy Borowitz atribuye a las redes sociales una gran parte de la culpa del triunfo y glorificación de la ignorancia: el desdén hacia las fuentes contrastadas de información, el encierro, favorecido por los algoritmos, en la burbuja sectaria de la propia tribu, en lo ilusorio y neurótico del activismo digital. Pero sin duda influye más profundamente el misterioso desprestigio que viene cayendo desde hace décadas, en las sociedades herederas de la Ilustración, de todo lo que sea el aprendizaje de saberes sólidos y oficios prácticos, de lo bien pensado y lo bien hecho, lo que requiere paciencia y esa forma de entrega que nace de la alianza entre la racionalidad y la pasión. Nada irritaba y ofendía más a Donald Trump que el conocimiento profundo y la larga experiencia del doctor Anthony Fauci, que hizo tanto por remediar en algo la catástrofe de la pandemia, agravada por la ignorancia ególatra del presidente. Políticos necios, demagogos ignorantes, someten ahora en España a los profesionales de la sanidad a todo tipo de humillaciones y los condenan a la penuria y a la incertidumbre. No hay respeto para el saber, ni parece que haya peligro de castigo electoral para la exhibición descarada y despótica de la ignorancia.

Steve Bannon podrá permanecer en libertad mientras apela la condena. Un juez federal sentenció este viernes a cuatro meses de prisión a Steve Bannon, quien fue jefe de campaña electoral de Donald Trump en 2016 y, luego, fue uno de sus principales asesores en la Casa Blanca. En julio pasado, Bannon había sido declarado culpable de dos cargos por desacato al Congreso debido a su negativa a colaborar con la comisión parlamentaria que investiga el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, negándose a entregar documentos que le fueron solicitados y evitando comparecer a rendir testimonio. El exasesor de Trump también deberá pagar una multa por 6.500 dólares. El departamento de Justicia había solicitado una sentencia de prisión de seis meses y una multa por 200.000 dólares. El tsunami trumpista no ha llegado. Estados Unidos ha vivido unos trascendentales comicios en los que se jugaba mucho más que la elección de senadores, representantes, gobernadores y miles de cargos estatales y locales. El propio futuro de la democracia estaba en parte en juego. El resultado electoral muestra un país dividido, pero también avanzan algunas señales de rechazo a las posiciones más extremistas, lo que permite albergar esperanzas de que la democracia ha pasado la prueba.

La arrolladora ola roja que pronosticaba Donald Trump se ha quedado corta porque los demócratas han resistido mucho mejor de lo que se esperaba. Tienen grandes posibilidades de mantener el control del Senado y han perdido la Cámara de Representantes por un escaso margen. Si los republicanos querían que esto fuera un referéndum sobre Joe Biden, este ha logrado una victoria moral, pues los datos provisionales apuntan a que es el presidente menos castigado en unas legislativas en los últimos 20 años, pese a lidiar con la inflación más alta en cuatro décadas y una fuerte erosión de su popularidad. Biden aprovechó que tenía a Trump enfrente para hacer una ardua defensa de la democracia que parece haber rendido sus frutos. Pero esa especie de dulce derrota no puede ocultar que a los republicanos les bastará controlar la Cámara de Representantes por estrecha mayoría, como indican los primeros resultados, para tratar de hacer la vida imposible a Biden con un bloqueo legislativo, comisiones de investigación y procesamientos políticos justificados o no, así como un cuestionamiento del apoyo económico y militar a Ucrania ante la agresión rusa.

Los republicanos se han quedado muy por debajo de sus expectativas. Algunos de los candidatos más extremos apoyados por Trump han sido claramente derrotados, lo que muestra las limitaciones electorales del expresidente. Arrasa entre las bases más fieles del Partido Republicano, pero genera división y un amplio rechazo en el conjunto del electorado. El panorama apocalíptico de Estados Unidos que dibujaba en su campaña de trazo grueso no ha calado en los votantes tanto como él esperaba. De hecho, algunos consideran que el resultado republicano habría sido mejor sin el protagonismo del expresidente. El martes, 8 de noviembre del 2022, marcaba en muchos sentidos el inicio de la precampaña de las presidenciales de 2024, cita a la que se espera que se postule el magnate neoyorquino la próxima semana. Sus posibilidades de triunfo entonces tal vez no sean tantas como las que él mismo cree. El secretario de Estado de Georgia que se negó a “encontrar” los votos suficientes para que Trump ganase en las presidenciales de 2020 ha sido reelegido. Es otra buena noticia que tampoco en este caso puede ocultar que unos 200 negacionistas electorales, instalados en diferente grado en el bulo de que a Trump le robaron las elecciones, han salido elegidos. Muchos de ellos serán congresistas, pero además otros aspiran a cargos como el de secretario de Estado o gobernador con responsabilidades directas sobre la organización y la supervisión de las futuras elecciones. Ese es otro motivo de preocupación, aunque el escrutinio final todavía llevará unas horas o incluso quizá, en algún caso, días. En esos casos, el conspiracionismo puede volver a usar peligrosamente los estrechos márgenes.

Aunque la organización electoral de determinados Estados deja mucho que desear, la jornada se desarrolló sin graves problemas y sin violencia, un alivio para la tensión extrema que viene soportando el país. Hubo retrasos, fallos técnicos e incidentes menores que Trump y los suyos trataron de instrumentalizar, pero la normalidad democrática se impuso. A medida que termina el escrutinio en algunas circunscripciones ajustadas, falta ver si los candidatos trumpistas que han perdido son capaces, esta vez sí, de asumir su derrota. Brasil celebró el 15 de noviembre el día de la proclamación de la República, un festivo que no iba a pasar en blanco para el bolsonarismo, que está movilizado en las calles desde que Lula da Silva ganó las elecciones hace dos semanas. Miles de simpatizantes de la extrema derecha volvieron a manifestarse frente a los cuarteles del Ejército en al menos 12 ciudades brasileñas, entre ellas Río de Janeiro, São Paulo y Brasilia. Piden una intervención a las Fuerzas Armadas para “salvar el país” de las garras del “comunismo”. En la concentración en Río, algo menos concurrida que la del pasado 2 de noviembre, el clima, a pesar de las proclamas golpistas, era el de una jornada festiva: multitud de banderas y camisetas verdeamarelas, puestos para maquillarse la cara como un buen patriota e incluso escaleras improvisadas en las que, previo pago de dos reales (0,38 dólares), se podía subir a hacerse una selfie con la multitud de fondo. La mayoría de pancartas y cánticos tenían apenas un mensaje: SOS Fuerzas Armadas.

Los manifestantes confían en los militares para mantener a Jair Bolsonaro en el poder o al menos impedir que Lula gobierne a partir del 1 de enero, cuando tomará posesión de su cargo. Para la mayoría, el silencio del aún presidente, que ya dura casi dos semanas, no es señal de que finalmente se rindió y aceptó la derrota, más bien al contrario. Sirve de pretexto para imaginar todo tipo de teorías conspiratorias, como comentaba Helena Santos, una jubilada convenientemente arropada en la bandera nacional pese al calor sofocante: “Debe de estar planeando algo, me imagino que debe de estar hablando con los militares. Es imposible que ignoren esto, ¡mira cuánta gente hay en la calle!”, decía, como señalando una obviedad. Algo parecido pensaba Carolina Serra, una joven administrativa. “Él no puede hablar, si dice algo le meten preso”. La mayoría de manifestantes cree que el poder judicial ha creado un régimen de excepción que limita la libertad de expresión, por lo que ellos tienen que actuar sin esperar consignas de Bolsonaro o de cualquier otro superior.

Los manifestantes también usan los mismos argumentos, de que hay que leer entre líneas y pensar en la mejor estrategia, para justificar las ambiguas notas publicadas en los últimos días por las Fuerzas Armadas y el Ministerio de Defensa, que aunque no cuestionaban el resultado electoral sembraban algunas dudas y daban una pátina de legitimidad a las protestas golpistas. El movimiento de la extrema derecha golpista perdió algo de fuelle respecto a los primeros actos contestando el resultado de las urnas y se replegó en su núcleo duro de votantes blancos, de clase media-alta y avanzada edad, pero ha demostrado que tiene vida propia al margen de su líder, y promete resistir en las calles. Subido a un camión, un pastor evangélico ponía, megáfono en mano, el tono épico-religioso siempre presente en este tipo de actos: “Somos la mayor resistencia de la faz de la Tierra. La nación brasileña jamás huirá de esta batalla, profetizo en nombre de Jesús que el imperio del mal va a caer”, gritaba exaltado. Los manifestantes asentían con un generoso “amén”. Algunos de ellos volverán al campamento improvisado frente a la sede del Ejército donde duermen desde hace días, y donde reciben donaciones de agua, comida y hasta baños portátiles.

Todo esto ocurre ante la indiferencia de la mayoría de medios brasileños, y con los trabajos de transición de gobierno avanzando con total normalidad en Brasilia. La semana pasada, en su primera visita a la capital para seguir de cerca el traspaso de poderes, Lula da Silva pidió que se investigue quién está financiando las manifestaciones, sobre todo los cortes de carreteras que bloquearon buena parte del país en los primeros días tras los comicios. “Esas personas que están protestando, sinceramente, no tienen por qué protestar. Deberían dar gracias a Dios porque la diferencia fue menor de lo que nos merecíamos. Hay que detectar quién está financiando estas protestas sin pies ni cabeza”, dijo. De momento, el director general de la Policía de Carreteras, Silvinei Vasques, que durante la campaña pidió en varias ocasiones votar a Bolsonaro, está siendo investigado por la Policía Federal, y la Fiscalía pidió que sea apartado del cargo. El día de las elecciones, los agentes de carreteras desobedecieron una orden judicial y realizaron diversos controles en las vías de todo el país, sobre todo el noreste, el principal granero de votos de Lula, dificultando que muchos electores pudieran ejercer su derecho a voto. Ya con Lula como presidente electo, la corporación también fue acusada de ser muy tibia ante los bloqueos de camioneros bolsonaristas.

Joe Biden y otros líderes políticos demócratas —como Barack Obama, que está teniendo un gran protagonismo electoral en estas semanas— plantean las elecciones del próximo día 8 como unos comicios decisivos para el futuro de la democracia en Estados Unidos de América. A su juicio, no está en juego quién gana, solamente, sino el mismo sistema de libertades que representan los valores de su país. Biden inauguró este marco el pasado primero de septiembre en su importante discurso en Filadelfia: “Demócratas, independientes, republicanos de la corriente principal: debemos ser más fuertes, más decididos y comprometidos con salvar la democracia estadounidense de lo que lo están los republicanos de MAGA con destruir la democracia estadounidense”. Aunque lo cierto es que este enfoque, casi dramático, de excepcionalidad moral no coincide con amplios sectores de la opinión pública que, de manera más terrenal y pragmática, han dejado de reverenciar la democracia y su sistema de contrapesos y alternativas como un valor supremo, y apuestan por sistemas de corte autocrático o tecnocrático. Así lo muestra un estudio del Pew Research Center en una encuesta a 17 países: la democracia representativa y la directa son una buena forma de gobierno en su país, pero “una media del 49% creía que un sistema en el que ‘expertos, no funcionarios electos, toman decisiones de acuerdo con lo que creen que es mejor para el país’ sería muy o algo bueno”.

Otros estudios, de ámbito latinoamericano, van más lejos todavía. De acuerdo con la última edición del Latinobarómetro, a casi tres de cada 10 latinoamericanos les da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático. Y, según un estudio de la Vanderbilt University, en la mayoría de los países de América Latina y el Caribe, más del 50% prefiere un sistema que garantice asistencia material a uno que garantice elecciones. Es en este contexto, y tras el excelente resultado de Jair Bolsonaro en Brasil (por cada voto que consiguió Lula entre la primera y la segunda vuelta, él consiguió casi dos y medio), la estrategia de plantear una disyuntiva casi histórica de ribetes moralizantes (nosotros los demócratas somos los buenos frente a la derecha radical que son un peligro) puede impedir ver la realidad de cara y con toda su crudeza. Bernie Sanders ya advirtió, en este sentido, que los demócratas estaban dejando de lado la agenda económica y eso podía tener un duro coste electoral.

Aunque escandalice, para una gran mayoría, especialmente los perdedores de la crisis pospandémica, la democracia ha dejado de ser útil, segura y eficaz para resolver los problemas cotidianos. No se puede hablar de democracia a quien lo ha perdido casi todo, tiene serias dificultades para llegar a fin de mes, su salario —si lo tiene— se deprecia con la inflación y ha tenido que recortar la adquisición de alimentos por la carestía de la canasta básica. Hoy, para las rentas medias y bajas, el peligro es la inflación, no la conspiración radical. Los extremistas explotan estos humores sociales con una doble vara. Por una parte, usan los procesos electorales para avanzar y, por otra, los cuestionan y relativizan cuando no consiguen sus objetivos, asociando los valores democráticos a los males que padecen muchos perdedores de esta larga crisis, agravada por el conflicto militar en Ucrania. Los demócratas, atrapados por el esencialismo de esos principios, no consiguen zafarse de esta llave de judo republicana que les han hecho, donde, además, se muestra a los liberales como peores gestores de la economía y sin la firmeza necesaria para resolver los problemas reales de la mayoría.

Hay que aceptar, sin aspavientos ni reproches, que, pospandemia, se ha producido una alteración significativa de valores y que lo personal e individual —después de comprobar la fragilidad de la vida y la precariedad de un futuro no superador ni garantista— está galvanizando a las mayorías sociales tras una agenda cortoplacista, de urgencias inmediatas, de perímetros pequeños y cotidianos, y de prioridades básicas. No se les pueden exigir heroísmos intelectuales a las personas que tienen miedo, dolor, resentimiento o angustia. La altura moral, para quien se la pueda pagar. Pero la mayoría no está en estas condiciones. Las midterms son unas elecciones decisivas para saber cuál es la verdadera pregunta de las elecciones: ¿Está en riesgo la democracia o está en riesgo la economía personal, familiar y cotidiana? ¿Son los demócratas de siempre o estos nuevos republicanos más radicales los mejores conductores en tiempo sombríos y de zozobra generalizada?

Donald Trump, con su instinto depredador, intuye el clima de época y ve estas elecciones como el preámbulo necesario, además, para su posible candidatura: “Y ahora, para que nuestro país sea exitoso y seguro y glorioso, muy, muy, muy, probablemente lo haré de nuevo, ¿de acuerdo? Preparaos. Es todo lo que os digo. Muy pronto”, dijo hace unos días. Aunque no lo tendrá fácil. El gobernador de La Florida, Ron DeSantis, puede ver relanzadas sus aspiraciones presidenciales, si consigue el excelente resultado que anticipan las encuestas recientes. Ambos, Trump y DeSantis, creen que las elecciones del 8 de noviembre resolverán algo más que un resultado: instalarán la demanda de liderazgos extremos, sin complejos, sin ambigüedades y, si es necesario, sin escrúpulos. Pero apegados a un lenguaje y a una agenda permeable, a este clima social inestable e insaciable, de demandas urgentes e impacientes.

El exmandatario polaco Lech Walesa dice que está quebrado financieramente por culpa del COVID-19. Sin embargo, el líder del movimiento sindicalista Solidaridad lleva un tiempo navegando con el viento en contra. Hasta mediados de 2020, Lech Walesa, expresidente e icono del movimiento polaco anticomunista Solidaridad, se ganaba la vida con el lucrativo circuito internacional de conferenciantes. Desde entonces, las restricciones de viajes generadas por el COVID-19 lo han llevado a la quiebra financiera: “Tenía muchos viajes planeados. Iba a volar a Italia, Alemania, Estados Unidos y otros lugares y, por desgracia, todos se han cancelado”, dijo al periódico Super Express.”Ahora estoy en bancarrota porque recibo 6.000 zlotys (1.280 euros) al mes de mi pensión y la esposa se gasta 7.000 cada mes”, afirmó Walesa al periódico, y agregó que con sus conferencias en Occidente podía ganar de 10.000 a 100.000 euros. “Gané dinero de los capitalistas occidentales”, declaró. Walesa también contaba con los ingresos que generaba ofreciendo sesiones de liderazgo, reuniones de motivación para empresas y servicios de promoción. Se dice que una reunión de una o dos horas tenía un precio mínimo de 20.000 zlotys.

Ya en febrero pasado, él dijo que estaba buscando un trabajo adicional, ya que la pandemia estaba afectando su bolsillo: “Seis meses más de esto y me iré a recoger dinero delante de la iglesia”, señaló. En abril, Walesa incluso escribió que estaba buscando trabajo y publicó su anuncio en el portal flexi.pl, para personas mayores de 50 años que buscan empleo. “Líder experimentado, gran orador, ganador del Premio Nobel de la Paz, presidente de la República de Polonia entre 1990 y 1995, cofundador y primer director de NSZZ Solidarnosc, llevará a cabo reuniones y formación con los dirigentes, aceptará invitaciones a reuniones de incentivo en empresas, pero también en familias, posibles servicios adicionales de promoción, fotos conjuntas, autógrafos”, decía su anuncio. Lech Walesa fue el líder de Solidaridad en la década de 1980, pero desde 1989 ha habido disputas sobre quién debe reclamar el icónico logotipo del movimiento.

Muchos de los contemporáneos de Walesa -como Bill Clinton, Gerhard Schroeder o Tony Blair- se han beneficiado de este sistema de conferenciantes. Los acuerdos pueden ser bastante lucrativos. Por ejemplo, Hillary Clinton se unió al circuito después de dejar su cargo como secretaria de Estado en 2013. ¿Su precio? Un mínimo de 225.000 dólares estadounidenses por discurso. La secretaria del Tesoro de EE. UU., Janet Yellen, habría recibido 7 millones de dólares en honorarios por conferencias pagadas por grandes corporaciones, fondos de cobertura y bancos de Wall Street. Los fondos soberanos pagan bastante por estos servicios, que buscan una combinación de conocimiento del mercado y anécdotas personales. Se calcula que el sector está valorado en unos 5.000 millones de dólares: “Es un gran mercado. A nivel mundial, varios miles de millones de dólares. El mayor mercado es el de Estados Unidos”, dijo a DW Tom Kenyon-Slaney, presidente de la London Speaker Bureau. “A las empresas y los gobiernos les gusta recibir a personas experimentadas y de alto nivel que vengan a hablar o incluso a asesorarlos”, añadió.

“Nuestro sector pasó a ser virtual durante la pandemia de COVID y eso ha sido bueno para todos. Así que los honorarios de los ponentes se redujeron bastante, pero el evento y las conferencias continuaron, aunque en línea”, continuó Kenyon-Slaney. “Nadie podía prever la pandemia y el impacto de los eventos en vivo. Esto causó estragos en el sector y en una industria que carecía de voz o representación ante los gobiernos. Supuso una agitación masiva y una devastación sísmica para los conferenciantes, sus oficinas, los organizadores de eventos y cualquier otra persona relacionada con la industria “, dijo en tanto Nick Gold, director general de Speakers Corner. Los problemas de Walesa con el dinero no son nuevos. El Instituto Lech Walesa (ILW) -una oenegé sin fines de lucro creada en 1995 y que sigue el modelo del Centro Carter de Estados Unidos- cambió su nombre por el de Centro Europeo de Solidaridad después de que su presidente entre 2000 y 2014, Piotr Gulczynski, fuera acusado de malversación de fondos. Una fiscalía de Varsovia recibió una notificación sobre presuntos delitos cometidos por Gulczynski, y otra sobre el antiguo presidente del instituto, Mieczyslaw Wachowski, antiguo chofer y confidente de Walesa. En 2014, la ILW obtuvo un beneficio de 3,7 millones de zlotys. En 2017 sus arcas estaban vacías. Ese mismo año, el instituto sufrió una oleada de despidos y la dimisión de su entonces presidente después de que una auditoría que había encargado mostrara deudas de más de un millón de zlotys.

Stephen Kevin ‘Steve’ Bannon (Norfolk, 27 de noviembre de 1953) es un ejecutivo de medios estadounidense, estratega político, exbanquero de inversiones y expresidente ejecutivo de Breitbart News. Se desempeñó como estratega jefe de la Casa Blanca en la administración del presidente de los Estados Unidos Donald Trump, durante sus primeros siete meses de mandato hasta el 18 de agosto de 2017, cuando fue despedido. Ha sido vicepresidente de la empresa Cambridge Analytica, que ha estado involucrada en el escándalo con Facebook por haber extraído información sin consentimiento de sus usuarios. Después de dejar la Casa Blanca, Bannon ha hecho campaña y ha ayudado a varios movimientos políticos europeos y latinoamericanos señalados como de derecha y extrema derecha. Estos incluyen el Frente Nacional de Francia, la Fidesz de Hungría, la Alternativa para Alemania, los Demócratas de Suecia,el Partido por la Libertad de Países Bajos, la Liga del Norte de Italia, el Partido de la Libertad de Austria, el Partido Popular de Suiza, el Frente NOS en Argentina, VOX en España,y el movimiento identitario paneuropeo.,Bannon cree que los movimientos antes mencionados, junto con el japonés Shinzo Abe, el indio Narendra Modi, el ruso Vladímir Putin, el chino Xi Jinping y el estadounidense Donald Trump, así como líderes similares en Egipto, Filipinas, Polonia y Corea del Sur, son parte de un cambio global hacia el nacionalismo. Fundó en Bruselas la agrupación The Movement para promover una gran alianza de la extrema derecha europea basada en el euroescepticismo, el identitarismo, el liberalismo económico y, en general, en el populismo de derechas. Sin embargo, solo consiguió que se sumaran al proyecto la Liga de Matteo Salvini, Hermanos de Italia y el Movimiento por el Cambio de Montenegro.

El 20 de agosto de 2020 fue detenido junto a otras tres personas por fraude en la captación de donaciones en línea en relación a una iniciativa ciudadana para la construcción del muro fronterizo Estados Unidos-México con fondos privados. Está acusado de apropiarse de al menos un millón de los 25 millones de dólares recaudados en la campaña “We build the Wall”. El caso es instruido por la fiscalía de Nueva York que acusa a Bannon de embolsarse al menos un millón de dólares. Tras varias horas de declaración ante un tribunal de Manhattan, en Nueva York, fue liberado bajo fianza de 5 millones de dólares. Bannon se declaró inocente de los cargos de fraude y blanqueo. Bannon fue detenido por “desacato al Congreso” en octubre de 2021, después de que se negó a cumplir con una citación emitida por el Comité Selecto sobre el Ataque del 6 de Enero, el comité de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos que investiga el ataque al Capitolio de los Estados Unidos del 2021. Fue acusado por un gran jurado federal de dos cargos penales de desacato al Congreso. En julio de 2022, fue condenado por ambos cargos en un juicio con jurado. Fue sentenciado el 21 de octubre de 2022 a cuatro meses de prisión y una multa de 6,500 dólares.

Sirvió en la Marina de los Estados Unidos entre 1976 y 1983.23 Posteriormente trabajó como banquero de inversión en Goldman Sachs entre 1984 y 1990. Adquirió una participación minoritaria en los derechos de televisión de la serie Seinfeld, operación que le acabó reportando pingües beneficios. También ha sido productor y director de cine. En 2012 se convirtió en director de la página web de noticias Breitbart News, conocida por su apoyo a la llamada “alt-right”. Como director de Breitbart News, llegó a declarar a la web de noticias como “la plataforma de la alt-right”, dirigiendo ataques velados de tono antisemita a los rivales de Trump durante la campaña presidencial de este, negando simultáneamente la relevancia de elementos defensores del nacionalismo blanco, del antisemitismo y la homofobia dentro del movimiento. Nombrado consejero presidencial y estratega jefe del equipo de Donald Trump, posteriormente este anunció su inclusión como asistente permanente en las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional.

Su nombramiento provocó la oposición de la Liga Anti-Difamación (ADL), el Consejo de Relaciones Estadounidenses-Islámicas, el Southern Poverty Law Center, el líder de la minoría demócrata en el Senado Harry Reid y algunos estrategas republicanos debido a declaraciones en Breitbart News que supuestamente eran racista o antisemita. El 15 de noviembre de 2016, el Representante de EE UU David Cicilline de Rhode Island emitió una carta a Trump firmada por 169 Representantes de la Cámara Democrática en la que lo instaban a rescindir el nombramiento de Bannon. La carta decía que el nombramiento de Bannon “envía un mensaje inquietante sobre qué tipo de presidente quiere ser Donald Trump”, porque sus “lazos con el movimiento nacionalista blanco han sido bien documentados”; pasó a presentar varios ejemplos de la xenofobia de Breitbart News. Bannon negó ser un nacionalista blanco y afirmó, más bien, que era un “nacionalista económico”.

El empleo de Bannon en la Casa Blanca finalizó el 18 de agosto de 2017, menos de una semana después del mitin de Charlottesville Unite the Right, que terminó en violencia y acrimonia. Mientras que los miembros de ambos partidos políticos condenaron el odio y la violencia de nacionalistas blancos, neonazis y activistas de extrema derecha, The New York Times señaló que Trump “era la única figura política nacional culpable del ‘odio, fanatismo y violencia’ que resultó en la muerte de una persona a muchos lados”. Se informó que la decisión de culpar a “muchos lados” provino de Bannon. La NAACP emitió un comunicado diciendo que aunque “reconocen y aprecian la desaprobación del presidente Trump del odio que ha resultado en la pérdida de vidas hoy”, pidieron a Trump “dar el paso tangible para despedir a Steve Bannon, un conocido líder supremacista blanco – de su equipo de asesores”. La declaración describió a Bannon como un “símbolo del nacionalismo blanco” que “energizó ese sentimiento” a través de su posición actual dentro de la Casa Blanca.

Algunas fuentes indicaron que el Jefe de Gabinete de la Casa Blanca, John F. Kelly, le pidió a Bannon el 18 de agosto de 2017 que presentara su renuncia inmediata en lugar de ser despedido. Bannon, sin embargo, declaró que no fue despedido sino que presentó su renuncia… En una declaración oficial, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, dijo: “… John Kelly y Steve Bannon acordaron mutuamente que hoy sería el último día de Steve. Estamos agradecidos por su servicio y le deseamos lo mejor”. En enero de 2018, con la publicación del libro de Michael Wolff , “Fuego y furia: En las entrañas de la Casa Blanca de Trump”, que atribuyó muchas declaraciones controvertidas e incendiarias a Bannon. Bannon y Trump se distanciaron y fueron ampliamente vistos como enemigos. El libro citaba a Bannon diciendo que Ivanka Trump era “tan tonta como un ladrillo”; que el encuentro entre Donald Trump Jr., Jared Kushner, Paul Manafort y agentes de Rusia fue “traición”; y ese fiscal especial Robert Mueller provocaría que Donald Trump Jr. “se agrietara como un huevo en la televisión en vivo”. Bannon también advirtió que es probable que los investigadores descubran el lavado de dinero que involucra a Jared Kushner y sus préstamos comerciales familiares del Deutsche Bank. Trump rápidamente desautorizó a Bannon, diciendo que Bannon “perdió la cabeza” cuando salió de la Casa Blanca, y lo atacó en múltiples declaraciones enojadas. Debido a la ruptura con Trump, la posición de Bannon como jefe de Breitbart News fue cuestionada por los propietarios de Breitbart y se anunció que había renunciado como presidente ejecutivo. Tras salir de la Casa Blanca en 2017, Bannon trabajó apoyando a Jair Bolsonaro en Brasil; Matteo Salvini en Italia, y Vox en España.

Los líderes y activistas de extrema derecha reunidos en México han dado conferencias durante dos días metidos en el mismo bucle: la libertad religiosa, el anticomunismo y antisocialismo, tomados por igual, las críticas y exabruptos contra el feminismo, la comunidad LGTB y los medios de comunicación globales. Si el primer día fue Eduardo Bolsonaro la gran estrella, el segundo lo ha sido el argentino Javier Milei. Altisonante, como acostumbra, con tendencia a la comicidad, fue el único que se metió de lleno en la economía, con una larga charla de última hora, cuando ya los asistentes estaban agotados tras decenas de ponencias ininterrumpidas. Las anteriores intervenciones se pasaron a velocidad de rayo, porque ya iban con retraso, por eso se cortó abruptamente el discurso del líder de Vox, el español Santiago Abascal, que lo precedía. Milei se metió en un galimatías económico con todo lujo de voces impostadas, pero ya la audiencia daba signos de cansancio y no fue fácil arrancarle unas risas. Milei trató de explicar las diferentes políticas que sobre la economía tienen los capitalistas y “esa basura llamada socialismo”. “Dicen que el capitalismo genera desigualdad y entienden que deben manosear el sistema aunque caiga la productividad, porque así se gana en igualdad. Como no soportan la desigualdad hacen política para evitarla”.

Aturdido quizá por esta última idea se metió en un berenjenal económico indescifrable, que por momentos parecía un gag cómico, y esta vez sin pretenderlo. Zanjó el asunto diciendo que el programa económico de la izquierda “es inmoral, pero con él ganan las elecciones si no se le sabe desmantelar”. Milei es economista y ha escrito libros, pero las dotes de divulgación y convencimiento empleadas este sábado no parecían suficientes para contrarrestar “la infección comunista” que recorre Latinoamérica, como dijo alguno, el “narcoterrorismo”, como lo calificó minutos antes Rafael López Aliaga, alcalde electo de Lima. “Hay que sacar a cada maldito rojo de Latinoamérica, extirpar la mafia del Foro de Sao Paulo”, dijo el empresario y político en un mensaje grabado.

La Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) ha manifestado estos dos días la intención de formar y animar a líderes de ultraderecha, sin complejos con sus valores e ideología, para alcanzar los gobiernos, sin embargo, cada poco, la política se llevaba un revolcón. “Desde que me metí en este nido de ratas que es la política…”, decía por ejemplo Milei en su discurso. Los insultos han sido feroces y aplaudidos en algunas de las ponencias. Especialmente ruda resultó la mesa que compartieron algunos intervinientes mexicanos, que cargaron contra el presidente López Obrador y contra el ministro que preside la Corte Suprema, Arturo Zaldívar, sin paliativos, muy lejos de las bondades del catolicismo que han preconizado por encima de todas las cosas. “Sean evangelizadores, guerreros felices de la libertad”, les había recomendado a todos el senador estadounidense Ted Cruz. Pero no parecían muy felices, sino más bien muy alterados.

Los golpes no han sido solo para la izquierda. Repetidamente, la derecha clásica, por así decir, democrática, se ha llevado más de dos mandobles. “Derechita cobarde”, “no nos representa”, “políticos sin valor para defender a México”, “que roban votos a los conservadores para traicionar su ideología”. Se oyeron muchas cosas. También la necesidad de crear un partido político propio en México, que propuso el anfitrión de estas jornadas, Eduardo Verástegui. Le recibieron en ocasiones a gritos de “presidente, presidente”. Pero no parece México un terreno muy abonado aún para estas ideologías. También se dio por ganador Milei: “Voy a ser el próximo presidente de Argentina y voy a poner el país en pie”. Tendrá que esperar a la próxima ocasión, porque en la última no pudo ser.

Los conferenciantes repitieron lo desafortunado que les parece que Latinoamérica sea hoy en día una región teñida de rojo. Países como Argentina, Chile, México o, recientemente, Colombia y Brasil, han supuesto un enorme disgusto para la extrema derecha. Esa es quizá la razón de tanto desasosiego e inquietud como han manifestado en este congreso. Y la reiteración de que no darán su brazo a torcer: “Sus días están contados, estamos listos para la pelea”, dijo la mexicana Elsa Méndez. Para todos ellos, los gobiernos de izquierda no traen más “que hambre, muerte y corrupción”. Por eso es importante, dijo Santiago Abascal, en un mensaje de 30 segundos interrumpido tecnológicamente, es decir, apagado antes de tiempo, que todos estén juntos “frente a la agresión del socialismo y del comunismo, que están terminando con la democracia a ambos lados del Atlántico”. Es hora de los valores y de conquistar otras políticas que no sea solo la económica, dijeron algunos, como el cine, la cultura. Milei se detuvo en la economía para hacer una chanza sobre las quejas de las mujeres “y su techo de cristal, que si son perjudicadas… si fuera verdad que cobran menos que los hombres, las empresas estarían llenas de mujeres”, bromeó. Y también hizo chistes del cambio climático: “Dicen que los seres humanos dañamos al planeta, si lo seguimos llevando a esos extremos vamos a morir todos y se va a quedar solo el planeta”.

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