Comunidades mayas mejoran el rendimiento de sus milpas

Ciudad de México, 22 de abril.- Cada mañana, como lo hacía desde su niñez, José Eliseo Uicab Ay sale de casa antes de que los primeros rayos del Sol iluminen la milpa donde cultiva el sustento básico de su familia, que convirtió en una fuente extra de ingresos, gracias a la incorporación de técnicas para mejorar el sistema tradicional de producción de las comunidades rurales mexicanas.


Camina unos dos kilómetros por un sendero estrecho, entre árboles de la selva baja que caracteriza al oriente de Yucatán, hasta el área donde el campesino de origen maya duplicó su cosecha de maíz y mejoró las de calabaza y frijol, sumado al proceso la crianza del cerdo pelón, una raza endémica de la región.


Hasta hace dos años, la producción milpera promedio de José Eliseo alcanzaba unos 580 kilos de maíz por hectárea. Hoy, tanto él como otros productores rurales mayas de la comunidad de Colonia Yucatán, municipio de Tizimín, cosechan poco más de una tonelada por hectárea.


Además de ese sistema tradicional de los pueblos originarios de México, basado generalmente en el cultivo combinado de maíz, frijol y calabaza, la siembra del campesino yucateco incluye sandía, tomate, papaya y limón persa, lo que le permite obtener forraje de los tallos secos de las plantas que produce, para alimentación de los cerdos y algunas ovejas.


Llegar a ese modelo de producción no fue producto del azar, sino del apoyo que recibe desde que tuvo contacto con Heifer México, agencia de desarrollo que lucha contra el hambre mediante el mejoramiento de las formas de producción de alimentos en el sector rural.


El objetivo principal es capacitar a productoras y productores del campo para incorporar técnicas mejoradas de manejo animal y de cultivo sostenible que permitan aumentar los rendimientos de la milpa y que, como resultado, garanticen el sustento alimentario familiar y la obtención de un ingreso extra con la venta o intercambio de los excedentes.


“Con la capacitación que recibimos incrementamos el volumen que cosechamos. Sentimos los beneficios tanto para los cultivos como para los animales”, dijo José, de 35 años, padre de tres niños pequeños.
“Aumentar nuestra producción de maíz también significa mejorar la reproducción de nuestro ganado.

Aprendí a manejar el campo de una manera que ayuda a ambos”, añade el campesino, quien forma parte de las más de dos mil familias campesinas beneficiadas por el programa Milpa for Life, implementado por Heifer México y financiado por la Fundación John Deere, en Campeche y Yucatán.


Milpa por la vida (Milpa for Life) es un prorama que busca aliviar los obstáculos que enfrentan los hogares rurales, en su mayoría indígenas mayas, en ambos estados: el hambre debido a la subproducción, mala nutrición por falta de proteínas de origen animal y escasos ingresos debido a la falta de acceso al mercado.


El programa es particularmente importante en México, donde la población rural representa aproximadamente dos tercios de la población que vive en extrema pobreza en el país, que a su vez está principalmente representada por comunidades de pueblos originarios: seis de cada 10 habitantes indígenas del país son extremadamente pobres.


En la misma comunidad, Hilaria Poot Dzul, campesina de 37 años, a menudo luchaba por cultivar suficiente maíz para alimentar a su familia, pensando siempre en alguna forma que le permitiera preservar las condiciones de la tierra de su parcela, para no agotar su riqueza natural.


Muchas familias campesinas enfrentan ese desafío sumado a un clima que se vuelve impredecible y afecta las cosechas, con la consecuente amenaza para la seguridad alimentaria. El uso de pesticidas y fertilizantes industriales que pueden ser un apoyo en esos casos, implican a largo plazo afectaciones a la fertilidad de la tierra y a la salud del ganado que consume el forraje producido en la milpa.


El modelo de Heifer México se basa en el uso de fertilizantes naturales: “al usarlos podemos ayudar a la tierra”, señala Hilaria quien junto a su familia aprendió a producirlos con los mismos recursos que provienen de la producción de sus alimentos. “De esta manera alimentamos a las plantas, pero también ahorramos dinero al no comprar más (fertilizantes industriales). Fabricamos el fertilizante natural y lo aplicamos al tallo de las plantas, lo que ha dado lugar a mejoras”.


Esta mejora en la producción de la milpa también impacta en la salud emocional de su familia que antes era afectada por la ansiedad que sentía al tener que comprar maíz cuando la cosecha no era suficiente para el sustento de su hogar.


“Heifer reconoce el importante valor de la participación de las mujeres y el desafío de fomentar espacios de equidad en diferentes actividades. Estos esfuerzos tienen que ver con la libertad de decidir y actuar por el futuro de ellas mismas, de sus familias y su comunidad”, aseveró

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