‘El imperio contraataca’, neonazis en México

Las esvásticas y los gritos y tatuajes hitlerianos en un salvaje concierto clandestino con bandas mexicanas y españolas…

Santiago J. Santamaría Gurtubay

El Bestiario

El pasado 29 de octubre, Sergio Vázquez, un abogado cuyo nombre ha sido cambiado, de 33 años, recorrió más de 700 kilómetros desde Monterrey para acudir a un concierto en Ciudad de México. Había comprado su entrada con más de tres meses de antelación. No era un evento cualquiera, era uno que se alineaba con su ideología neofascista. ‘El imperio contraataca’, un concierto clandestino en el que se presentaron cinco bandas — dos españolas y tres mexicanas — reunió a más de 300 ultras en una noche salvaje donde se corearon consignas de odio y se hizo apología del nazismo. Esta no es la primera ocasión en la que colectivos de extrema derecha organizan una cita así en el país, sin embargo, es probablemente la que ha congregado un mayor número de asistentes. Ya entrada la noche, tres hombres vestidos de rojo esperaban a las puertas del pequeño portal azul del Salón Pentatlón, en la colonia Santa María la Ribera. Era el indicador del sitio designado para la celebración de ‘El imperio contraataca’. Para evitar contratiempos, la ubicación se mantuvo en secreto hasta un día antes del evento. Todos los asistentes tuvieron que atravesar un riguroso filtro de seguridad para poder ingresar al recinto; su identidad era verificada con un código QR, una identificación oficial y una larga lista con más de tres centenares de nombres. Dentro de la sala, cientos de hombres (la mayoría con la cabeza rapada) y menos de una veintena de mujeres esperaban en los alrededor de 90 metros cuadrados del Pentatlón.

Decenas de hombres con camisetas rojas y la palabra “seguridad” estampada en su espalda recorrían la sala vigilando a cada uno de los integrantes del público. A pesar de que la mayoría de los asistentes se conocían, la presencia de algún que otro extraño levantaba sospechas entre los organizadores. “¿Ves a ese tipo que está allá, en el puesto de cervezas? Ese es un antifascista. Lo tenemos bien ubicado. No sabemos cómo compró su boleto ni cómo logró entrar. Solo estamos esperando que se le ocurra hacer o decir algo para partirle su madre y sacarlo de aquí”, explica Vázquez mientras señala a un hombre solitario junto al puesto de venta de bebidas. Los neonazis decían ser discretos porque aseguran que ellos también están perseguidos: “Si nosotros somos 300 acá, allá afuera fácil se juntan 1.000 antifascistas que nos quieren matar. Vienen a romper nuestros eventos, nos lanzan cócteles molotov, y si vamos solos por la calle y nos encontramos con un grupito de ellos, no van a dudar en partirnos la madre. Así como nosotros sabemos quiénes son, ellos también nos tienen vigilados”. La noche acabó sin altercados y al finalizar los conciertos ya la camaradería se habían extendido entre ellos, nadie recelaba del extraño, que se había integrado en varios grupos, habiendo intercambiado previamente sus contactos en redes sociales para verificar su identidad.

Las tres primeras bandas en subir al escenario fueron las mexicanas SunCity Skins, Last Chance y Royal Aces Convicted. Iniciaron sus presentaciones con la promesa de deleitar al público con música “dura y nacionalista”. Interpretaron canciones con letras en las que criticaban el mundo en el que viven: “Los nuevos tiempos son una mierda, ¿dónde ha quedado la vieja escuela que no dudaba en pelear?”; y pasaron a otras más agresivas y discriminatorias hacia ciertos colectivos: “Putos maricones que ensucian mi ciudad, ¡cuélgenlos y quémenlos!”. Estas tres bandas integran el movimiento RAC (siglas en inglés de Rock Against Communism, o en castellano, rock contra el comunismo) en México, y a pesar de no tener el reconocimiento que han acumulado las bandas inglesas y españolas de esta ideología, sí están logrando que sean escuchadas en el extranjero.

“¡Al arma! ¡Al arma! ¡Al arma soy fascista, terror del comunista!,” gritaba uno de los vocalistas frente a los cientos de cabezas rapadas que golpeaban con fuerza sus cuerpos los unos con los otros. No había una sola persona en el recinto que desconociera la letra de ¡Al arma!, una canción que llama a la lucha contra “los canallas” anarquistas, independentistas y comunistas. El saludo nazi acompañado de las palabras “Sieg Heil” (expresión en alemán usada en los encuentros políticos del Tercer Reich, y que se puede traducir como “salve, viva, eterna victoria”) cobró presencia al pasar la noche. Decenas de integrantes del público lo coreaban entre canción y canción, e incluso, algunos de los músicos hicieron la seña antes de bajar del escenario. Ante el calor acumulado en la sala, los asistentes comenzaron a retirarse los abrigos, revelando todo tipo de tatuajes en cuellos y brazos. Abundaban los diseños de esvásticas, frases en alemán y algún que otro retrato de Adolf Hitler.

El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), ha asegurado no tener constancia de la presencia de colectivos neonazis en las ciudades de México, sin embargo, reconoce “la existencia de las narrativas de odio supremacistas, las cuales incitan a diversas formas de violencia” en contra de diferentes grupos sociales. “Si bien la libertad de pensamiento y de conciencia, el derecho a la libertad de opinión y de expresión, así como el derecho a la libertad de reunión y de asociación no deberían ser restringidos por ningún motivo, la emisión de estos discursos no justifica la construcción de organizaciones y la expansión de ideas que promuevan la discriminación, el odio, la persecución o la incitación a la violencia en contra de cualquier grupo históricamente discriminado en México y en cualquier parte del mundo”, explica el subdirector de estudios del Conapred, Vidal Emmanuel Cadena Méndez.

Los encuentros de neonazis en México, como en otras partes, se llevan a cabo con la mayor discreción. El pasado 3 de noviembre, el Senado de la República aprobó una reforma que sanciona con hasta tres años de cárcel a quien difunda ideas basadas en la superioridad o el odio raciales, o bien, que por motivos racistas incite a cometer cualquier acto de violencia. Entre los argumentos de la reforma, se expuso que “en los últimos años en todo el mundo, se ha advertido de manera alarmante un inquietante aumento de discursos de odio, racismo e intolerancia, muchos de ellos, incluso emanados de personajes públicos, mandatarios o líderes sociales”. En México, donde viven casi 60.000 judíos, según el último censo, no hay que lamentar ataques sistemáticos en su contra, pero la más reciente encuesta nacional sobre discriminación destaca las creencias religiosas como el segundo motivo más común de las ofensas, solo después de la apariencia física. En la comunidad judía no consideran que sea una tendencia generalizada, pero se mantienen en guardia.

Jaime Romanowsky, un especialista judío en temas de genocidio, dijo en una entrevista tras la polémica generada por una boda con temática nazi celebrada en la ciudad de Tlaxcala: “Afortunadamente, no ha habido brotes masivos, son aislados, pero de todas formas no podemos permitir que esto suceda y hay que evitar que crezca”. Si se tiene en cuenta lo que dicen los neonazis, estos colectivos racistas parecen tener cierto apoyo en México. El neonazi mexicano Luis Garrido (su nombre también ha sido modificado) explica que en el país el movimiento se divide en diferentes colectivos, y menciona varios, cada uno de ellos con ideologías y objetivos similares. Su objetivo es crear una nación “joven, fuerte y de valores superiores”, primero en México, y luego “en la patria grande que es Iberoamérica”. Este grupo fue uno de los principales promotores del concierto en la capital. Todo lo relativo a este concierto se difundió con hermetismo entre grupos y páginas en redes sociales pertenecientes a colectivos de extrema derecha. No hubo información en medios ni en sitios web especializados en eventos musicales. El cartel se compartió de tal manera que únicamente llegara a los ojos de aquellos con afinidad al neonazismo. Las entradas solo se podían adquirir a través de la página en internet de la Editorial Heidelberg, una librería independiente con sede en Monterrey que se dedica a publicar y distribuir títulos que ellos denominan como de “difícil acceso” y de “autores perseguidos, malditos o prohibidos”. En su catálogo se pueden encontrar obras como el Manifiesto para un renacimiento europeo, del filósofo francés y fundador de la nouvelle droit, Alain de Benoist, un diario del primer ministro japonés durante la II Guerra Mundial, Hideki Tōjō, y una recopilación de discursos de Adolf Hitler, entre muchos otros.

La empresa Deseperados División ha sido la encargada de la organización del concierto. Sus colaboradores se dedicaron a contactar por WhatsApp a cada una de las personas que pagaron 1.580 pesos (80 dólares) por entrada para registrarlos en una lista de acceso, y enviar la ubicación y un código QR un día antes de la cita. Inicialmente, habían previsto recibir a 150 personas. Sin embargo, ante la alta demanda y una petición expresa de Eduardo Clavero, líder de Batallón de Castigo, la banda que encabezó el cartel, Desperados División buscó un espacio para duplicar el número de asistentes. La fecha elegida para este concierto no fue una casualidad. El 29 de octubre, los fascistas conmemoran la culminación de la Marcha sobre Roma, que en 1922 marcó el inicio del régimen de Benito Mussolini en Italia. Además, en este día se rememora la fundación de la Falange española, el partido fascista de José Antonio Primo de Rivera, sustento ideológico de la dictadura franquista. Batallón de Castigo es un grupo que se formó a principios de los noventa en la prisión de Alcalá-Meco, en la Comunidad de Madrid. Su cantante, guitarrista y único miembro original en activo, Eduardo Clavero, estaba encarcelado por asesinar a un joven de 19 años. La banda ofrece conciertos desde 1997 en España. Clavero, quien también es delegado del partido neonazi Alianza Nacional en Málaga (España), tuvo de nuevo que cumplir condena en 2018, tras un concierto en Sabadell en el que se despreciaba de manera explícita “a cualquier otro colectivo que no sea el hombre blanco español”, dijo la sentencia.

Fernando y Josefina se casaron el pasado 29 de abril en Tlaxcala, en el centro de México. Eligieron precisamente esa fecha porque ese día celebraron su boda Adolf Hitler y Eva Braun. Ella llevaba un vestido blanco. Él, un uniforme de las SS. La prensa local documentó la ceremonia a detalle. La carroza nupcial, un viejo Volkswagen, iba decorada con camuflaje, una esvástica en el capó y una cruz negra en la puerta del conductor, el emblema de la Luftwaffe y de varios vehículos militares alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. En las imágenes se aprecia que algunos invitados calzaron botas y sombreros mexicanos, y otros se disfrazaron de soldados. Los novios, además, recrearon varias fotos de sus “ídolos” que, por franca ignorancia o estupefacción, se hicieron virales en internet. Los medios presentaron la boda nazi como una curiosidad surreal, casi inocente, con el novio defendiendo que Hitler fue “amado por su gente”, que el nacionalsocialismo le “ha ayudado” en su vida y que ha sufrido desde niño por sus “ideales”. A la comunidad judía y organizaciones internacionales para preservar la memoria del Holocausto no les ha hecho ninguna gracia.

“Nuestra institución condena enérgicamente la distorsión y banalización de la memoria de seis millones de hermanos judíos asesinados en el Holocausto y el menosprecio por parte de los que niegan o tergiversan la historia, así como a todos los que se prestaron a esta deleznable falta de respeto”, ha afirmado en un comunicado Ariel Gelblung, director para América Latina del Centro Simón Wiesenthal, una organización judía de derechos humanos. La institución ha exhortado a las autoridades mexicanas a reprobar la boda por promover un discurso de odio y racismo. Tribuna Israelita, una institución que funge como portavoz de la comunidad judía en el país, se ha unido a la condena de “toda acción que hace apología y enaltece al nazismo, ideología responsable del asesinato de millones de personas, incluyendo a seis millones de judíos, como lamentablemente sucedió durante una boda en Tlaxcala”. El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) ha subrayado que las leyes mexicanas prohíben el antisemitismo y ha calificado el acto como una “manifestación de intolerancia”. “A propósito de la boda temática y la difusión realizada por medios de comunicación, desde el Conapred consideramos necesario recordar los terribles eventos que tuvieron lugar en el suelo europeo durante el Holocausto, un crimen sin paralelos en la historia de la humanidad”, ha señalado.

La pareja no tuvo ningún problema para celebrar la ceremonia religiosa en una parroquia de Tlaxcala ni en un juzgado civil hace un par de años, cuando el vestido de Josefina lucía una esvástica. Incluso, Fernando tampoco tuvo empacho en presentarse como “funcionario público”, aunque no se publicaron más detalles. El matrimonio tiene dos hijos: Reinhard, en alusión al general de las SS Reinhard Heydrich y Hanna Gertrud, por la piloto nazi Hanna Reitsch y Gertrud Scholtz-Klink, presidenta de la Liga Nacionalsocialista de Mujeres. “Yo sé que para mucha gente Hitler era un genocida, un símbolo del racismo y de la violencia, pero la gente juzga sin tener información o por creer en la historia de los vencedores”, sostiene el novio en un reportaje publicado en el periódico Milenio. En el artículo, firmado por la redacción y que incluye ocho fotografías de la ceremonia, se confronta a varios de los asistentes sobre su apología del nazismo, pero sus argumentos se reproducen de forma íntegra y sin matices. “Nos han hecho creer que Hitler era racista, pero se acercó a saludar a Jesse Owens en las Olimpiadas de 1936”, asegura Fernando, por ejemplo. “Una mentira descarada”, ha revirado el Centro Wiesenthal.

“Es ignorancia”, resume Jaime Romanowsky, un especialista judío en temas de genocidio que achaca estas muestras discriminatorias al desconocimiento entre el grueso de la población sobre su tradición religiosa y a un afán de “saber más” e ir “en contra de lo que creen los demás”. “Negar el Holocausto es negar lo evidente, algo que los propios perpetradores han admitido”, agrega. La discriminación contra los judíos no es un asunto superado y los discursos de odio, en general, han vivido un nuevo auge mundial que desafía las concepciones tradicionales de lo que es aceptable y lo que no, sobre todo a la luz de la era tecnológica. Pero no es un tema del mundo digital. La Liga Antidifamación ha registrado más de 2.700 incidentes antisemitas de asalto, acoso y vandalismo tan solo en Estados Unidos durante 2021, el máximo histórico desde que empezaron las mediciones en 1979. En México no hay datos específicos ni sistemáticos, pero la más reciente encuesta nacional sobre discriminación en lista las creencias religiosas como el segundo motivo más común de las ofensas, solo después de la apariencia física. Varios miembros de la comunidad, sin embargo, no consideran que sea una tendencia generalizada. “Afortunadamente no ha habido brotes masivos, son aislados, pero de todas formas no podemos permitir que esto suceda y hay que evitar que esto crezca”, comenta Romanowsky. Un día antes de la boda se celebró el Yom HaShoá, el día en que se conmemora cada año a las víctimas del Holocausto, mientras que este miércoles se recuerda a los caídos en las guerras como parte del Yom HaZikarón. “Muy probablemente los que se casaron no lo conocían, pero esto se hace para no olvidar, para saber lo frágiles que somos y para evitar cualquier ataque indiscriminado contra minorías y gente inocente, sean o no judíos”, explica Romanowsky. “Sobre todo, para evitar que la historia se repita”.

La temprana y aparatosa caída de Liz Truss tras apenas un mes y medio en Downing Street ha expuesto en toda su crudeza no solo la involución específica del Partido Conservador británico, sino también un desafío que atañe de forma más amplia a las sociedades occidentales: el riesgo de desorientación de formaciones conservadoras tradicionales como consecuencia del auge de fuerzas nacionalpopulistas. Estas ideas agitan las sociedades occidentales no solo por medio de partidos radicales, sino también por sus efectos sobre formaciones antaño portadoras de otros valores. Los tories encarnan a la perfección ese riesgo con su tremendo viaje a lomos del Brexit, su contorsionismo para frenar a Nigel Farage y un declive que los entregó a dirigentes tan alejados de los estándares como Boris Johnson. Pero no es el único caso.

Al otro lado del Atlántico, el Partido Republicano también se halla en una inquietante deriva desde que se consolidaron las tesis de una ultraderecha nacionalista, proteccionista y retrógrada tras el advenimiento de Donald Trump, que también aupó al poder a figuras cuya adecuación a las magistraturas que asumieron era más que cuestionable. Está por ver que el magnate vuelva a competir por la presidencia de EE UU, pero lo que resulta meridianamente claro es que sus tesis mantienen hoy un enorme protagonismo en esa formación. Valga, entre muchos ejemplos posibles, la reciente declaración del líder de los republicanos en la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy. Según ha dicho, si su formación gana las elecciones de noviembre, Ucrania debería prepararse para una reconsideración de la ayuda estadounidense con el argumento de que EE UU se dispone a afrontar una recesión.

En Europa continental también hay casos significativos. La formación conservadora tradicional francesa —Los Republicanos, herederos del gaullismo— se hallan en un problemático viaje en el que, ante la pujanza de Marine Le Pen, ha abrazado en los últimos años tesis extremas. En la última campaña electoral, sus candidatos asumieron en conjunto la promesa de convocar consultas ciudadanas para proclamar la primacía del derecho francés sobre el comunitario en materia de inmigración, un auténtico torpedo en la línea de flotación de la Unión Europea. Esa radicalización de las clásicas posiciones conservadoras no parece haber aumentado sus grises expectativas. En Italia, la formación local perteneciente a la familia popular europea, Forza Italia, se halla en la excentricidad más absoluta, como muestran las bochornosas simpatías de Silvio Berlusconi por Vladímir Putin y su causa. Tampoco su futuro próximo parece muy prometedor.

El reto planteado por los abanderados del nacionalpopulismo es formidable en una época de turbulencias y con muchos ciudadanos descontentos, que se encomiendan al proteccionismo y a la nostalgia de pasados con menos derechos y menos inmigrantes. Parte esencial de la respuesta a ese desafío y de la aspiración a un devenir menos tóxico en las democracias occidentales es la persistencia de una vigorosa familia conservadora moderada y pragmática. Ojalá en la Europa continental logre seguir contribuyendo a la construcción de nuestras sociedades lejos de un extremismo ideológico plagado de mantras vacíos o directamente nocivos. Frente a la ineficacia británica que ha estado a punto de arruinar su país, víctima del contagio dogmático nacionalpopulista, la líder conservadora Ursula von der Leyen se abre al pragmatismo y acepta estudiar las propuestas energéticas para toda Europa de un Gobierno progresista como el español, ajeno a su familia ideológica.

En general se asocian los suicidios de la Alemania nazi sobre todo con los de los altos cargos del régimen que se quitaron la vida al final del Tercer Reich (Hitler, Himmler, Goebbels y Goering), y los de los mandos militares derrotados o caídos en desgracia, entre ellos los mariscales Model, Rommel y Kluge, y los conspiradores más directos del golpe del 20 de julio —la operación Valkiria—, como Tresckow y Beck. El estereotipo más frecuente en el imaginario popular es el de alguien con uniforme descerrajándose un tiro con la pistola de reglamento, como mostraba recurrentemente la película ‘El hundimiento’, con el Führerbunker, el último refugio del líder nazi, devenido en abril de 1945 una orgía de autoliquidación. Y, sin embargo, la verdad es muy distinta. Al pensar en los suicidios en el ensangrentado ocaso de la Alemania nacionalsocialista deberíamos visualizar a un ama de casa ahogando a sus hijos pequeños y ahorcándose a continuación, o a una familia matándose todos juntos, ingiriendo veneno.

Porque los suicidios de civiles se dieron en una cantidad muy superior a los de los militares o los jerarcas del partido. De hecho, constituyeron una verdadera epidemia, un fenómeno de locura colectiva en el que confluyeron el pavor a la venganza de los soldados soviéticos y la desesperanza, entre otros factores, y que alcanzó proporciones pasmosas, de decenas de miles de casos. Lo revela en un libro estremecedor, ‘Prométeme que te pegarás un tiro, la historia de los suicidios en masa al final del Tercer Reich’ (Ático de los Libros, 2022), el historiador alemán Florian Huber (Núremberg, 55 años) que ha investigado documentación inédita sobre este terrible y bastante ignorado capítulo de la II Guerra Mundial. Huber, productor de diversos documentales de historia sobre temas contemporáneos ganadores de premios internacionales, arranca su libro con un caso paradigmático, el de la pequeña ciudad de Demmin, en Pomerania Occidental. Allí se produjo una asombrosa oleada de suicidios, más de 700 personas, el 10% de la población, ante el avance de las tropas soviéticas y la toma de la localidad, el 1 de mayo. Se suicidaron personas de todas las edades, profesiones y clases sociales. Y se llevaron a la tumba con ellas a bebés y niños. “Era como si las ganas de morir se hubieran apoderado de todo el mundo”, escribe Huber.

La joven esposa de un teniente de la Wehrmacht puso una cuerda alrededor del cuello de su hijo de tres años y lo estranguló para luego ahorcarse ella misma. Un gerente de seguros médicos de 71 años se colgó también con su esposa y su hija después de matar de igual manera a sus nietos de dos y nueve años. En la casa de la familia de comerciantes Günther murieron 12 personas: envenenadas, cortándose las venas, o de los disparos con un rifle de caza. Una testigo recordó el horrible espectáculo de una procesión de mujeres violadas por los soldados soviéticos (hasta dos millones de alemanas fueron forzadas sexualmente al final de la guerra) dirigiéndose tambaleantes hasta el río Tollense para arrojarse a la corriente y ahogarse. Algunas llevaban a sus niños de la mano y muchas con piedras en bolsillos, bolsos y mochilas, como una multiplicación de virginias woolf pomeranas. Son solo algunos de los casos que describe en su libro el autor. Al preguntarle cuál es para él la peor imagen, la que le ha afectado más personalmente, responde: “En la lista que encontré en la que el jardinero del cementerio de Demmin anotó los muertos que llegaban esos días críticos, cientos y cientos de nombres de hombres, mujeres y niños, con los datos de la edad y la causa de muerte, una lista de horror escrita a mano, figuraba el caso número 135 de una niña de apenas un año, fallecida el 1 de mayo de 1945, ‘estrangulada por su abuelo’. Me afectó de una manera tan fuerte que no pude ni siquiera mencionarlo en el libro. Y todavía sigue persiguiéndome”.

Tras el tabú de las violaciones masivas de mujeres alemanas por parte especialmente de las tropas soviéticas (tabú a cuyo final contribuyeron libros como ‘Berlin, la caída’, de Antony Beevor), quedaba el de los suicidios en masa. “Fueron completamente tabú durante décadas en nuestro país. Primero en la comunista Alemania del Este, porque las historias habrían arrojado una sombra sobre el glorificado Ejército Rojo. Más tarde, porque esa gente no entraba en el esquema oficial de los alemanes bajo el Tercer Reich, dado que no eran ni villanos ni víctimas. Como resultado, han permanecido olvidados hasta que publiqué mi libro”. ¿De cuántas personas estamos hablando? “Mi investigación sugiere claramente que el número debe estar por encima de las decenas de miles, de toda Alemania. Sin embargo, en el caótico final de la guerra, las estadísticas oficiales, la documentación o los informes médicos casi cesaron de existir. Por tanto, es imposible dar una cifra exacta”.

Sorprende que el suicidio se dio más entre los civiles y la gente ordinaria que entre los militares. “Uno de los resultados más impactantes de mi estudio es el hecho de que el fenómeno no estuvo en absoluto circunscrito a los nazis duros que realmente tenían mucho que temer. No, eran hombres, mujeres y niños por igual, jóvenes y viejos, trabajadores y empresarios, enfermeras y doctores, un caleidoscopio de la sociedad alemana. Podía golpear a cualquiera. Por lo tanto, cuando hablamos de esas epidemias de suicidios, no se trata en absoluto de un fenómeno nazi exclusivo, sino de un sentimiento generalizado de fatalidad a través de toda la sociedad alemana”. Una parte del libro está consagrada a explicar la psicología de masas del nazismo que conducía inexorablemente, de producirse una derrota, al suicidio. ¿Cuáles eran los pasos de ese proceso? “No debemos olvidar que durante el Tercer Reich, los alemanes habían sido mantenidos en un estado permanente de emergencia y excitación durante 12 años. En los años previos de paz, todo fue esperanza y gloria, fe y amor al Führer. En el primer estadio de la guerra, llegó un sentimiento de orgullo, poder, superioridad y odio. En los años finales, todo era dolor, miedo, desesperación e incluso autodesprecio. Este proceso culminó en la devastadora experiencia de la sagrada Alemania al borde de ser aniquilada”.

Huber explica que hubo muchos más suicidios en la Alemania invadida por los soviéticos que en la que entraron los otros Aliados, a pesar de que —él mismo lo destaca— uno de los casos más conocidos de suicidio múltiple es de la alcaldía de Leipzig, ciudad que conquistaron los estadounidenses. “Durante años y años, la propaganda nazi había clavado a martillazos el miedo a los ‘monstruos mongoles’ en el corazón del pueblo. Y cuando el Ejército Rojo finalmente cruzó las fronteras alemanas en el Este, los soldados soviéticos de hecho cometieron incontables atrocidades entre los civiles. Así que no hay duda de que en las partes invadidas por los soviéticos se produjeron muchos más suicidios que en otras partes. De nuevo sin poder dar cifras exactas, calculo que la proporción debe ser al menos de 20 a 1. En cuanto a Leipzig, es cierto que las más impresionantes y por el otro lado extremadamente raras fotos de suicidas alemanes son las tomadas allí. Con las tropas, como explico en el libro, iban dos mujeres fotógrafas de guerra, Lee Miller y Margaret Bourke-White, que tomaron esas inolvidables imágenes de alemanes, incluidas familias enteras que se habían matado ellas mismas justo minutos antes. Es remarcable que las mejores fotos de ese fenómeno de masas hayan sido tomadas por dos mujeres”.

La epidemia de suicidios invita a reflexionar sobre lo fácil que parece matarse. ¿Cómo pudo tanta gente afrontar esa decisión psíquica y sobre todo materialmente? “Cometer suicidio nunca es fácil y quien lo hace debe estar en un estado mental extremo”, acota Florian Huber. “En Alemania en 1945 muchos factores se juntaron para crear dicho estado: miedo a la violencia, miedo de la venganza rusa, sentimiento de culpa y de complicidad, pérdida del sentido de la vida, pérdida del hogar y de los seres queridos, y una cierta atmósfera contagiosa: cuando más y más gente a tu alrededor se matan, tiendes a hacer lo mismo”. Como observó un testigo de aquellos días oscuros, “la muerte ha perdido su majestuosidad, y se ha convertido en algo cotidiano”.

Respecto a qué medios se emplearon para el suicidio, dice: “La gente usó cualquier manera disponible para darse muerte: ahorcándose, disparándose, acuchillándose, cortándose las venas, envenenándose o ahogándose ellos mismos. Muchos incluso mataron a sus hijos antes”. Huber admite que su libro se centra deliberadamente en los alemanes ordinarios, no en los militares o el mundo político. “Pero por supuesto hubo muchos oficiales de alto rango que se suicidaron también. Una estadística contaba 53 generales del Ejército de Tierra, 14 de la fuerza aérea y 11 almirantes. Hay que tener en cuenta que esta lista solo incluye los altos mandos”. En ‘El hundimiento’ se mostraba con todo detalle el horror de la muerte de la familia Goebbels, con Magda Goebbels, esa Medea del hitlerismo, envenenando a sus hijos. “Algunos nazis se suicidaron cuando supieron que Hitler había muerto, incluso entonces quisieron seguir al Führer a dondequiera que fuera. Pero, aparte de eso, el suicidio de Adolf Hitler no tuvo nada que ver con ese fenómeno de masas. Primero, porque a muchos alemanes había dejado de importarles el líder. Segundo, porque las noticias de la radio sobre su muerte no dijeron que se había suicidado, sino que había caído luchando heroicamente. De modo que Hitler murió con una última gran mentira”.

Al preguntarle por otros episodios similares en la historia al del suicidio masivo de alemanes, el historiador menciona la muerte autoinfligida en el año 73 del millar de habitantes de la fortaleza judía de Masada en la guerra contra los romanos, y la de multitud de civiles japoneses, incluidas familias enteras, durante la batalla de Okinawa, también en 1945. Y hoy, ¿se pueden producir fenómenos semejantes? “No veo en la actualidad ningún conflicto en el que una reacción a esa escala pueda suceder. Las circunstancias en las que Alemania tuvo que ser testigo de su propio hundimiento en 1945 fueron excepcionales y es improbable que se repitan”…

Michael Kazin es profesor de la universidad de Georgetown, experto en populismo y sindicatos y editor emérito de la revista Dissent, toda una institución de la izquierda estadounidense. En 2016, cayó en la cuenta de que en la gigantesca biblioteca del ensayo político de este país no existía una historia “institucional” del Partido Demócrata, que define como “el partido de masas más antiguo del mundo”. Había, sí, centenares de libros sobre todos y cada uno de sus presidentes y primeras damas, crónicas magistrales de agónicas campañas, y “muchas, centenares de biografías de [Andrew] Jackson, [Thomas] Jefferson, los Roosevelt…”. “Pero ningún intento de conectar todos los puntos”, dijo recientemente en una entrevista en un restaurante afgano de Washington. Así que se puso a ello. El resultado es el ensayo ‘What it Took to Win’ (Lo que costó ganar, Farrar, Strauss & Giroux, 2022).

Por tanto, la pregunta de qué le habría hecho falta al Partido Demócrata para vencer este martes en las elecciones legislativas de medio término, en las que se renueva la totalidad del Congreso y un tercio del Senado, parece obligada. Las encuestas decían que, como mínimo, perderían el control de la Cámara Baja. Eso significa que, aunque conserven la Alta, la posibilidad de que el resto de la legislatura de Joe Biden quede amortizada es muy real. “Si los republicanos ganan, lo habrán hecho impulsados por el miedo y la rabia. Miedo por la situación económica. Y rabia por asuntos como la gestión de la pandemia, la educación o la teoría crítica de la raza”, asegura. “Muchas predicciones creen que la derrota demócrata en la Cámara de Representantes será por entre 20 o 30 escaños. Y eso, tal y como estaban las cosas, no es una victoria, pero tampoco es tan catastrófica como los resultados de 2010, cuando la diferencia fue de 63 escaños, o los de 2018, cuando perdieron los republicanos por 41 asientos”.

En el Senado, cree que los liberales también lo tienen difícil. “Dependerá de la movilización”, advierte. “Irónicamente, perder ambas cámaras podrían ser buenas noticias. Entonces, Biden (o el candidato que se presente) podrá enfrentarse en la campaña de 2024 contra el Congreso republicano, y decir a los votantes: ‘Mira, esto es lo que pasará si los votas”. Kazin acude a una analogía histórica para elaborar esa idea: “En 1946, Harry Truman, que era el presidente, había sucedido al enormemente popular Franklin Roosevelt. Perdió las elecciones intermedias, y eso le permitió ganar las presidenciales de 1948, frente a lo que llamó esos “Republicanos-que-no-hacen-nada” [Do-Nothing-Republicans]. Aunque es cierto que la historia no suele repetirse, a veces da pistas”. Lo más interesante (“y controvertido”, admite) de su libro es la idea del “hilo invisible” que, en las victorias o las derrotas, ha mantenido unida la institución. Se trata del “capitalismo moral”, que recorre la historia del partido, desde su fundación, a cargo de Martin van Buren, que en el ensayo disfruta de un reconocimiento que no siempre ha tenido, o la guerra contra el monopolio bancario de Jackson, su primer presidente, que supo perfeccionar el arte de la polarización, hasta la promesa de pleno empleo de la ley Humphrey-Hawkins, en 1978, con Jimmy Carter en la Casa Blanca.

“Los demócratas retomaron ese hilo tras la Gran Recesión de 2008 con Obama”, escribe Kazin. Después, Bernie Sanders se presentaría en 2020 prometiendo “gravar a los extremadamente ricos”, y Biden incorporó a su discurso el mantra de que aspira a ser el “presidente más favorable a los sindicatos de la historia”. Ese “capitalismo moral” es, según el autor, un concepto transversal que conjuga derechos como la propiedad privada y el éxito en los negocios con la protección “del bienestar de aquellos empleados por cuenta ajena con pequeños o modestos medios de vida”. ¿Cómo pudo ser entonces que, tras Obama, llegara el diluvio de Donald Trump en 2016 y consiguiera robarse la idea de la clase obrera? “Para ser exactos, habría que hablar de ‘clase trabajadora blanca”, advierte Kazin. “Negros y latinos han votado consistentemente demócrata desde los sesenta. Pero con los blancos sucedió sin duda. Al final de esa década es cuando empezó el éxodo, porque los demócratas eran percibidos como el partido que se preocupaba más por los afroamericanos. En los setenta, la aspiración de un Gobierno grande, se dio de bruces con la economía. Y les culparon de la estanflación, que arrancó con la crisis del petróleo de 1973. [El presidente Jimmy] Carter se convirtió en una especie de símbolo de un Gobierno fallido que no había podido continuar con ese tipo de promesa keynesiana que venía de los tiempos del New Deal. Con Ronald Reagan en los años ochenta, entraron en juego otras cuestiones culturales: muchos, especialmente los trabajadores católicos, se oponían a los demócratas en asuntos como el aborto o la defensa de los homsexuales. Eran religiosos y asistían a la iglesia”.

Esa sangría obrera corre pareja en el libro al declive de los sindicatos, hasta llegar al último capítulo, que toma el ejemplo de Virginia Occidental, un Estado que pasó de ser un bastión azul (demócrata) a apoyar con un 68,5% de los votos a Trump. A partir de enseñanzas como esa, la formación está tratando en los últimos años de recuperar esa sintonía con los trabajadores, que han pasado a contemplarlo como “el partido de los ricos”. De ahí la insistencia de Biden, a quien el profesor define como “un terrible orador” (“tras cincuenta años en política, debería haber mejorado en eso”, añade), con la alianza sindical. Kazin, que ya trabaja en su próximo ensayo de “historia laboral”, recomienda tomar con precaución las señales de que Estados Unidos está viviendo una “primavera de los sindicatos”. “Es un renacimiento bastante modesto”, aclara. “El porcentaje de afiliación llegó a su apogeo en los años cincuenta, un 35%. Desde entonces, ha sufrido un declive inexorable. Ahora llegan noticias de que hay almacenes de Amazon, como el de Staten Island, que se sindican, pero es bastante anecdótico si lo piensa. ¿Cuántos son? ¿Doscientos trabajadores en una plantilla de varios cientos de miles?”.

Lo mejor que se puede decir de los candidatos que han demostrado un estilo más fresco en esta campaña, de John Fetterman (Pensilvania) a Tim Ryan (Ohio), es que “no parecen demócratas”. “He ahí un terrible testimonio de lo que los electores piensan del partido”, opina Kazin. “Los identifican con el establishment cultural, gente con más dinero y una mejor educación que los amonestan sobre, por ejemplo, el uso de los pronombres. Tome el caso de latinx [el modo neutro que se prefiere en los círculos progresistas para referirse a la comunidad latina]: está demostrado que solo un 3% está de acuerdo con ese uso, y además hispanic es también neutral. Lo mismo puede decirse del racismo. Es obvio que es un asunto capital en este país. Pero tienes que enfocarlo de una manera que no divida a la gente a la que quieres convencer”.

¿Son los republicanos mejores soldados en la guerra cultural? “Ellos tienen muy clara su clientela, que, básicamente, forman blancos y cristianos, así que pueden atacar ciertos temas con claridad. Eso les está dando réditos en el corto plazo, pero puede serles contraproducente en el largo. A los jóvenes no les hacen gracia sus posturas en asuntos como los derechos de los transexuales. Es una tendencia que viene desde los años noventa. Ahora mismo, tu orientación política la define cómo te posicionas en asuntos como el aborto, las mascarillas y las vacunas o la teoría de la crítica racial”. El tema de la raza es fundamental a lo largo del libro. Kazin no oculta el pecado original del Partido Demócrata, cuya primera figura tutelar, Jackson, fue un “genocida para los indios”, y que se definió por su defensa hasta los años sesenta del siglo XX del supremacismo blanco, apoyado en una alianza Norte-Sur entre los trabajadores, pequeños empresarios y agricultores, cuyo pegamento fue el racismo contra negros y asiáticos. Entonces, entendieron que lo que hacía falta para ganar no era eso: antes de 1948, ningún demócrata conquistó la Casa Blanca sin la mayoría del voto blanco; después de 1964, ninguno lo ha hecho sin perder esa mayoría. Esta corrección de rumbo, cuando llegó, hizo que el partido aglutinase la mayoría del voto femenino y afroamericano.

Está por ver si podrán contar en estas legislativas con el apoyo de latinos y negros con el que venían contando. “Con los primeros se han equivocado al considerarlos como algo compacto. Es más diverso como colectivo que el afroamericano, y muchos no se ven necesariamente como un grupo racial oprimido. Los negros, por su parte, han sido un sustento fundamental en las ciudades y las zonas industrializadas, pero ahora empiezan a pensar que no les han ayudado tanto como les habían prometido. Tal vez no votarán republicano, pero sí es posible que muchos, sobre todo, los hombres, no participen en estas elecciones”, explica.

El historiador es hijo de Alfred Kazin, intelectual y crítico literario neoyorquino de izquierdas cuyo ciclo autobiográfico (‘Un paseante en Nueva York’, ‘Starting Out in the Thirties’ y ‘New York Jew’) marcó un hito en la memorialística estadounidense del siglo XX. En ‘What It Took to Win’, él también mezcla alguna pincelada personal, cuando aclara que su vinculación con el partido se remonta a 1960, “cuando participó en sus primeros debates en la escuela, de mayoría republicana, en favor de Kennedy”. Desde entonces, lo ha seguido apoyando campaña tras campaña y mutación tras mutación. Hoy, el partido sigue conteniendo multitudes, como en la célebre cita de Walt Whitman, una de las que se incluyen en el libro (otra, del crítico James Wood, que dice que “los partidos existen para ganar elecciones”). La actual amalgama de tendencias propicia extraños compañeros de cama, como el viejo moderado de Virginia Occidental, Joe Manchin III, también conocido como en Washington “el más republicano de los demócratas”, con el ala más progresista, cuya cara más conocida es la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, que considera que podría tener un brillante futuro en el partido, “si este vira más a la izquierda” (no lo tiene tan claro en lo que respecta a sus opciones como candidata fuera de Nueva York). Sobre próximas elecciones, cuya campaña se abrió en cierto modo cuando se cerraron este pasado martes las urnas de las legislativas, opina que Biden haría mejor en no presentarse. Proponer como candidata a la gobernadora de Míchigan Gretchen Whitmer, que este martes también buscaba su reelección. “Creo que ya es hora de que Estados Unidos tenga una presidenta, y me parece con mejores opciones que [la vicepresidenta] Kamala Harris”.

Le llamaban el Schindler mexicano. Gilberto Bosques Saldívar fue revolucionario, profesor, periodista, diplomático. Y durante la Segunda Guerra Mundial, el hombre de confianza en Francia del presidente mexicano, Lázaro Cárdenas. En 1939, España acababa de caer contra los franquistas, el fascismo de Mussolini y sus camisas negras oscurecía Italia, y Hitler avanzaba por todo el continente. Bosques Saldívar llegó con una misión: ayudar a todos los que huían de ese campo de concentración en el que se estaba convirtiendo Europa. Y lo hizo: salvó a más de 40.000 personas, muchas de ellas, españoles republicanos exiliados que encontraron en México refugio. La Unesco le ha homenajeado póstumamente con la entrega del reconocimiento Memoria del Mundo.

El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ha sido el encargado de entregar el reconocimiento a la hija de Bosques Saldívar, Laura Bosques, en el Palacio Nacional. El mandatario se ha referido al homenajeado como “el mejor diplomático de la historia de nuestro país, el más humano”. “Se ha conseguido que la Unesco conserve y se considere como fondo, archivo particular, todo lo relacionado con don Gilberto Bosques, que tuvo que ver mucho con salvar vidas de perseguidos, exiliados, no solo españoles, sino de todo el mundo; un hombre verdaderamente ejemplar”, ha añadido, en un video difundido en su canal oficial. La hija del diplomático, Laura Bosques, ha agradecido con visible emoción el reconocimiento. “Él siempre dijo, no fui yo, fue México”, ha dicho en recuerdo de su padre. Bosques Saldívar llegó a París en 1939, pero tras la toma de la capital francesa por los nazis en junio de 1940 se trasladó a Marsella, al sur del país. Allí, gracias a sus privilegios como cónsul, inició una especie de oficina jurídica con abogados españoles y franceses que salvó la vida de más de 40.000 personas, según estimaciones de la época. Exiliados españoles, pero también judíos que huían de Hitler, perseguidos políticos y gente de a pie que escapa de los horrores del nazismo. “Si hubiera habido más barcos, hubiera venido mucha más gente”, ha sostenido Laura Bosques durante la entrega.

Sin embargo, es recordado sobre todo por su enorme ayuda a los exiliados españoles. Más de 25.000 llegaron a México después de la Guerra Civil, de acuerdo con la ONU. La mayoría, gracias a los visados que emitió Bosques Saldívar. Muchos, después del triunfo de Franco, cruzaron la frontera y buscaron refugio en Francia, donde fueron recibidos con más pobreza en campos de concentración. El hacinamiento en estos campamentos era tan grande que el diplomático mexicano llegó a utilizar dos castillos en los alrededores de Marsella, Reynard y Montgrand, para poder alojar a 1.350 personas más. El cónsul incluso rescató del campo de concentración de Vernet al escritor Max Aub, que luego narró en varios libros sus experiencias como refugiado durante la guerra. Bosques Saldívar regresó a México con el final de la Segunda Guerra Mundial, no sin antes pasar más de un año apresado en Alemania junto a su esposa, María Luis Manjarrez, y sus tres hijos Gilberto, Laura y Teresa. La historia todavía le tenía reservado otro rol importante a jugar: fue embajador en Cuba, y facilitó los visados de entrada a México para Raúl y Fidel Castro, que diseñaron durante su estancia en el país la Revolución que dirigieron en la isla en 1959.

Su espíritu humanista y revolucionario encontró primero su lugar en la Revolución Mexicana en 1910, donde jugó un papel importante. Años más tarde, en 1917, se convirtió en uno de los políticos que redactó la Constitución que todavía rige México. Recibió el apodo del Schindler mexicano, aunque hay quien dice que tendría que ser al revés, que Schindler debería ser recordado como el Bosques alemán: el mexicano ayudó a más de 40.000 personas, Schindler salvó a más de un millar de judíos. Falleció en 1995, con 103 años, después de una vida que dejó sus huellas en la historia. Casi dos décadas después, los homenajes continúan.

‘Estudio de la Historia’ (A Study of History) es una obra histórica y filosófica en la que se contienen las principales ideas del historiador británico Arnold J. Toynbee en cuanto a la existencia y evolución de las ‘civilizaciones’ humanas, mediante una metodología comparativa que establece su decurso histórico. A diferencia de Oswald Spengler en ‘La decadencia de Occidente’, Toynbee no representa una visión morfológica y determinista, sino evolutiva y en principio abierta: las ‘civilizaciones’ se desarrollan superando retos. Esta influyente obra fue publicada en doce tomos entre los años 1933 y 1961. Toynbee establece que el curso completo de una ‘civilización’ cualquiera puede ser recorrido en parte o completamente pasando siempre por las mismas etapas: génesis, crecimiento, tiempo de problemas, estado universal y desintegración. El factor evolutivo es siempre un reto o desafío: si se supera, se progresa, y si no, la ‘civilización’ sucumbe o se detiene. Las soluciones son aportadas por minorías creativas y aplicadas miméticamente por las masas; pero las minorías dejan de ser creativas y degeneran meramente en minorías dominantes, de lo que proviene la crisis y la desintegración.

En las fotografías de aquel México en blanco y negro de los años 30 se ven algunas nubes sobre ese viejo edificio del Distrito Federal en el que ondean dos banderas nazis. También la silueta de una persona que trata de estirar la tela, quizá consciente de que la estampa está siendo retratada para la eternidad. Dos esvásticas recortadas contra el cielo de la capital, a casi 10.000 kilómetros de la boca del lobo que era entonces Berlín. El Casino Alemán, en pleno centro de Ciudad de México, funcionó en las décadas de 1930 y 1940 como un punto de encuentro de los simpatizantes de Adolf Hitler y su ‘civilización’, denominada nazismo.

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