“El principio de Peter”, terapia contra los inútiles

El Bestiario

Santiago J. Santamaría Gurtubay

La estupidez de los políticos siempre tiende a infinito, un doctor canadiense, Laurence Johnston Peter, nos ayudó a entender el fenómeno…

Por esta vez, los dos partidos estadounidenses están de acuerdo en algo: las elecciones de medio mandato del pasado 8 de noviembre en Estados Unidos no provocaron la “marea roja” que los republicanos esperaban; seis días después del cierre de las urnas, el recuento no ha terminado aún, pero ya está claro que los demócratas retienen el control del Senado; y, aunque lo más probable es que los conservadores se lleven el Congreso, no lo harán con la holgura que garantizaría dos años de pesadilla legislativa para el presidente Joe Biden. Todos coinciden también en que Donald Trump erró en sus cálculos en estas elecciones, y que apoyó a candidatos extremistas que, en Estados clave, alienaron a los indecisos inclinando la balanza en favor de los demócratas. En Washington, se ha convertido de pronto en moneda corriente la idea de que ha llegado la hora de pasar la página de la influencia del magnate en el partido, un partido que vive desde hace seis años bajo su sombra. También hay acuerdo sobre que él no está dispuesto a dejarse apartar fácilmente. Trump anunció este martes desde su mansión de Mar-a-Lago, en Palm Beach, Florida, su intención de presentarse a las elecciones presidenciales de 2024. “Ojalá se convierta en uno de los días más importantes de la historia de nuestro país”, escribió el lunes el expresidente en un mensaje en su red social Truth. Sería su tercera candidatura.

No está claro si la urgencia de propios y extraños en pasar la página de su legado es un voluntarioso deseo o una realidad que acarician con la yema de los dedos. Conviene no olvidar que Trump cuenta con “un instinto de supervivencia que probablemente no tenga parangón en la historia política estadounidense”, según escribe la periodista de The New York Times Maggie Haberman, una de las personas que ha disfrutado de un mejor acceso al entorno del magnate, en Confidence Man, uno de los libros de la temporada en Washington. En él, Haberman cuenta la vida de Trump también (o sobre todo) como una saga neoyorquina (la reportera lo sigue desde sus tiempos en el tabloide New York Post, mucho antes de acabar encargada de cubrir su caótica Casa Blanca). Algunos prominentes republicanos se han ido quitando la careta en los programas televisivos del fin de semana pasado para reclamar que ha llegado la hora de dejar atrás la era Trump. Larry Hogan, el aún gobernador de Maryland, un Estado que han recuperado los demócratas con un candidato, Wes Moore, que ha hecho historia al convertirse en el primer afroamericano en ocupar el puesto, acudió al símil beisbolístico. “Es la tercera elección consecutiva en la que Trump nos ha hecho perder, y, ya se sabe, al tercer strike, quedas expulsado”, dijo Hogan en la CNN. El gobernador de Massachussetts, por su parte, hizo su propia lectura de los resultados para concluir que “los votantes no están interesados en los extremismos”.

Aunque nadie ha ido de momento tan lejos como Mo’ Brooks, congresista republicano por Alabama: “Sería un grave error de los republicanos presentar a Donald Trump como su candidato en 2024”, ha declarado Brooks en una entrevista en AL.com. “Ha demostrado ser deshonesto, desleal, incompetente, grosero y muchas otras cosas que alienan a tantos independientes y republicanos. Incluso un candidato que haga campaña desde un sótano puede vencerlo”. Trump, por su parte, se ha dedicado a uno de sus pasatiempos favoritos: atacar a sus enemigos. Los más viejos, como Mitch McConnel, líder de la minoría republicana en el Senado, al que culpa de los errores en la campaña, y los más nuevos. Entre ellos, están Ron DeSantis, gobernador de Florida —que sale de las elecciones convertido en el favorito de los simpatizantes en Estados decisivos, según las encuestas, de gran parte del establishment del partido y, lo que es más importante, de los donantes― o Glenn Youngkin, otro gobernador (Virginia) que suena para la lucha por la Casa Blanca en 2024.

El anuncio de Trump, que planeó como un plácido paseo (con esa confianza lo adelantó el día antes de las elecciones en un mitin en Ohio), estaba previsto para este martes. Y en su inoportunidad podría ensombrecer la noticia de que la Cámara de Representantes cae del lado conservador (de momento, ya ha arruinado la presentación del segundo libro de memorias de Michelle Obama, que tendrá lugar en Washington más o menos a la misma hora). Cuando los republicanos, muchos de los cuales firmarían que el expresidente retrasara su acto, se aseguren el Congreso, empezará otra pelea por decidir quién es el líder de la mayoría. El principal candidato es Kevin McCarthy (California), pero ese camino —que, de nuevo, parecía un paseo― también se ha llenado de obstáculos: una mayoría tan corta como la salida de las urnas le obligará a negociar con el ala más extremista de la formación; esta amenaza con no brindarle su apoyo. En una carta abierta el lunes a los miembros republicanos del Congreso, 72 líderes conservadores pidieron que decisiones tan trascendentales como elegir quién llevará el timón republicano en ambas Cámaras no se tomen a la ligera, o no, al menos, hasta que se decida la lucha por el Senado en Georgia, que ha ido a una segunda vuelta, prevista para el 6 de diciembre. La lista de los abajo firmantes es un quién es quién de la derecha estadounidense e incluye personalidades como Virginia “Ginni” Thomas, abogada y esposa del juez del Tribunal Supremo Clarence Thomas o Mark Meadows, que fue jefe de gabinete en la Casa Blanca de Trump.

Es probable que hayamos experimentado en algún momento la extraña sensación de sentirnos rodeados de inútiles. Es una percepción que puede antojarse insólita y marciana en un primer momento, pero que en realidad resulta más natural y común en el ser humano de lo que uno podría imaginarse. Sobre todo porque las estadísticas, las experiencias empíricas y los principales estudios sobre el tema demuestran que la mayoría de gente padece de ese problema: el de ser irremediablemente incapaz, torpe e incompetente. Pero ¿existe algún medio de ponderar la incompetencia? La verdad es que no está muy claro, porque todo el mundo sabe que es el único valor de nuestra especie junto con la estupidez, que siempre tiende a infinito. Lo que sí existe es un hombre que trató de acordonar las razones por las que la ineptitud tenía lugar: el doctor canadiense Laurence Johnston Peter (1919-1990). Pero antes de conocer a Peter tenemos que hablar de otro caballero, de un señor ofuscado.

A finales de los años sesenta, el escritor, dramaturgo y periodista canadiense Raymond Hull (1919-1985) vivía enfadado con el mundo. Todo aquello que le rodeaba parecía ser obra de gente bastante cortita que evidentemente no sabía hacer bien su trabajo. Un día, Hull se aventuró en una tienda de muebles para comprar una lámpara y descubrió, tras pedir al dependiente que las enchufase primero, que toda las luces para escritorios a la venta estaban estropeadas y ninguna funcionaba por culpa de unos conmutadores defectuosos. En otra ocasión, Hull hubo de encargar varios metros cuadrados de aislante para las reformas de su casa, y al hacerlo se molestó en comprobar en persona que los empleados anotasen correctamente la cifra exacta que demandaba. Cuando recibió el pedido, descubrió que no solo le habían enviado una cantidad errónea, sino que además le habían pasado la factura por otra cifra completamente distinta y también equivocadísima. Al mudarse de domicilio, Hull no fue capaz de lograr que el servicio postal redirigiese su correspondencia a la nueva ubicación, en lugar de eso, los carteros reenviaron durante meses el correo a las diferentes viviendas futuras de los inquilinos que utilizaron el mismo apartamento.

Cuando Hull preparaba ponencias se encontraba con que ningún enchufe en el salón de actos funcionaba. Cuando observaba el panorama educativo, descubría que los universitarios eran incapaces de leer correctamente. Cuando abría el periódico, contemplaba noticias sobre torres y puentes que derrumbaban por culpa de errores humanos de cálculo o previsión. Cuando repasaba la historia bélica del mundo, se topaba con buques cuyos depósitos de agua potable habían sido revestidos con pintura venenosa por algún iluminado, o con decenas de mandos militares rematadamente idiotas a cargo de ejércitos enteros. Mientras Hull tomaba nota de todo lo anterior en su propio piso, apuntaba también que a través de las paredes podía escuchar la tos de su vecino, el chirriar de los muelles de una cama lejana y posiblemente hasta los pedos de las moscas del trastero. “No vivo en una casa de huéspedes barata, este es un moderno y caro bloque de apartamentos construido en cemento. ¿Qué es lo que falla en la gente que lo construyó?”, se preguntaba. Hull era un hombre que caminaba por la vida encabronado con todo. En su cabeza, él no era quien portaba un palo endosado hasta el fondo en el recto, sino el resto del mundo el que no paraba de cabrearle. Mirase donde mirase solo observaba “una incompetencia pujante, una incompetencia triunfante”.

Hull se obsesionó con intentar localizar las raíces de la inutilidad omnipresente, pero fue incapaz de encontrar una respuesta convincente. Hasta que una noche, en el vestíbulo de un teatro y durante el segundo entreacto de una obra, mientras Hull se encontraba, cómo no, echando pestes sobre la incompetencia de los actores de la función, conoció a Laurence J. Peter. Ambos charlaron brevemente durante aquella pausa del show, pero lo que hablaron maravilló tanto al escritor como para quedar con el doctor tras la representación, acompañarle a su casa y escuchar las teorías de aquel hombre hasta bien entrada la madrugada. Peter aseguraba haber descubierto el origen de la incompetencia y, tras aquella noche, Hull estaba convencido de que era cierto. Había escuchado algo que no solo le parecía coherente sino también revolucionario: “El principio de Peter”.

Laurence J. Peter fue un profesor canadiense natural de la Columbia británica al que la vida acabó reubicando en California. Un hombre cuya carrera educativa no sería tan reseñable como la posterior divulgación de una tesis propia que le haría mundialmente famoso. Porque Peter se dedicó a recopilar gran cantidad de información, testimonios y datos de con el fin de acotar el origen de la incompetencia en las estructuras jerárquicas. Y el resultado fue una idea que explica porque las cosas nunca funcionan en las empresas: el denominado principio de Peter. Un enunciado que reza así: “En una jerarquía todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”. Es decir, imaginemos que un empleado, llamémoslo Petercito, es muy competente en su trabajo. Y que, gracias a esa eficiencia, acaba recibiendo un ascenso. En el nuevo puesto Petercito podría o no podría ser muy competente. En caso de que Petercito fuese un inepto en sus nuevas funciones, el hombre no podrá optar a nuevos ascensos y se quedará varado en dicha posición, aunque existiesen otros cargos paralelos en la empresa que estuviesen hechos a su medida. En el caso de que Petercito fuese competente en su nueva labor, acabará tarde o temprano promocionando para otro ascenso, a otro cargo superior para el que, de nuevo, el empleado podría ser o no ser apto. De este modo, la carrera de Petercito (y en general la de toda la plantilla) iría en ascenso hasta que se alcanzase el puesto en el que el trabajador fuese tan incapaz como para no poder seguir escalando. Teniendo esto en cuenta, se puede asumir que la única forma de permanecer en un puesto es ser un verdadero negado para el mismo. Y también que, con el tiempo, todo el organigrama de la empresa estaría formado por estupendos inútiles en cada una de las diferentes categorías.

El principio de Peter era un concepto interesante. Tanto como para que su creador lo considerase útil para mejorar la vida cotidiana y se autoproclamase inventor de la “jerarcología”. Pero pronto fue consciente de que, aunque se había documentado con ganas, la gente se lo tomaría a pitorreo. Por eso mismo, Peter decidió utilizar otra estrategia: entre 1960 y 1964 comenzó a exponer su principio adoptando un tono satírico, introduciendo referencias humorísticas y contando casos reales, pero modificando los nombres de los implicados y revistiéndolo todo de una capa de desenfado. Desgraciadamente, hacer un remix entre una investigación seria y el rollito gracioso jugó en su contra y al presentar su estudio a las grandes editoriales, con el fin de publicar un libro, solo se encontró con portazos en las narices. Durante dos años, los editores le contestaron cosas como “No vemos posibilidades comerciales para su obra, y no podemos estimularlo a que siga adelante”, “no debería usted tratar tan a la ligera un asunto tan serio”, “si ha pretendido escribir una comedia, no debería incluir tanto estudio de casos trágicos” o “reconsideraremos la publicación de la obra si hace usted un reajuste mental y se decide a redactarla de nuevo en forma de un libro humorístico, o de un trabajo científico serio”. Y entonces, cuando ya había perdido toda esperanza, se encontró con un hombre huraño llamado Hull.

Mike Pence, ex vicepresidente de EE UU bajo la Administración de Donald Trump, ha dado este pasado domingo su versión sobre el asalto al Capitolio en enero de 2021 por una horda de seguidores de aquel enfocando al papel que Trump desempeñó en la acción. “Las palabras del presidente ese día en el mitin [previo al asalto] fueron imprudentes, está claro que decidió ser parte del problema. Me pusieron en peligro a mí y a mi familia y a todos los que estaban en el Capitolio”, ha declarado Pence, cuyo nombre suena como probable candidato presidencial en 2024, en una entrevista concedida a la cadena de televisión ABC News. Pence dijo que se sintió especialmente molesto por un tuit de Trump publicado mientras se desarrollaba la insurrección. En el mensaje, el expresidente le acusaba de “no haber tenido el valor de hacer lo que debería haber hecho” después de que su subordinado rechazara las presiones para no certificar la victoria electoral Joe Biden en 2020, el acto habitualmente formal, de puro trámite, que Pence estaba supervisando en el interior del Capitolio cuando los alzados vandalizaron el edificio. Con esas palabras, Trump convirtió en diana de la horda a su número dos, que como otros congresistas, tanto demócratas como republicanos, tuvo que encerrarse en un búnker del Capitolio. Participantes en la turba jalearon su avance al grito de “Colguemos a Mike Pence”. Un grito de guerra que el magnate no ha desautorizado ni siquiera después de lo sucedido. “Me dirigí a mi hija, que estaba cerca, y le dije: ‘No hace falta valor para violar la ley. Lo que se necesita para defender la ley es valor”, contó Pence, que acaba de publicar sus memorias “So Help Me God” (Que Dios me ayude), la frase ritual del juramento de un cargo público sobre la Constitución de EE UU. Se trata de la primera entrevista que el ex vicepresidente republicano concede desde la insurrección.

En la grabación, en el domicilio de Pence en Indiana, el entrevistador le preguntó, sin demasiada suerte, sobre la posible carrera presidencial de Trump, si él mismo se presentará como candidato, si la influencia del magnate en el partido perjudicó a los republicanos en las elecciones de medio mandato y sobre la sustracción de documentos clasificados por parte de este cuando dejó la Casa Blanca. Desde que abandonó el poder, el mensaje público de Pence ha sido defender sin fisuras los logros de su Administración y a la vez tomar distancia de Trump. La aparición televisiva de Pence, en plena resaca de unas elecciones no tan positivas para los republicanos como estos esperaban -no han logrado el control del Senado, y el de la Cámara previsiblemente será más sucinto de lo previsto-, contrasta con su negativa a declarar ante el comité del Congreso que investiga el intento de golpe de Estado de enero de 2021. El hecho de que su nombre figure entre los que se barajan como posibles candidatos republicanos a las elecciones de 2024 añade interés a una entrevista que no descubrió nada nuevo y que sus críticos tildan de oportunista, un ejercicio de cálculo propagandístico, mientras los observadores la analizan con detalle como un posible termómetro de la correlación de fuerzas en el seno del partido y, sobre todo, del malestar existente sobre los resultados en las urnas. En suma, la fase en que se encuentra la batalla por el alma del Partido Republicano.

Fascinado con el trabajo de Peter, Hull escribió un artículo para la revista Esquire en 1966 explicando el principio. Meses más tarde, el propio Peter redactó otro texto para Los Angeles Times que tuvo una acogida bestial. Gracias a ello, una editorial se interesó por publicar todo el material que el autonombrado jerarcólogo tuviese a mano. Peter cedió todo su papeleo a Hull y este lo utilizó para redactar “El principio de Peter”, un libro publicado en 1969, y firmado por ambos colegas, que popularizaría definitivamente la simpática teoría sobre la ineficacia. En las primeras páginas de aquel volumen Hull no solo presentaba el principio ideado por su amigo como “el más penetrante descubrimiento social psicológico del siglo”, sino que pisaba el acelerador para fliparse hasta alturas cósmicas al explicar al lector que el contenido del libro le ayudaría a “evitar penosas enfermedades, convertirse en un conductor de hombres, fascinar a sus amigos y confundir a sus enemigos, impresionar a sus hijos y revitalizar su matrimonio”. Remataba el asunto aclarando al mundo que el conocimiento del principio de Peter “revolucionará su vida… quizá la salve”.

Como presentación, aquellas palabras sonaban demasiado grandilocuentes, pero es que Hull era un guionista de teatro y televisión acostumbrado a untar las cosas con dramatismo. Y también era el hombre que firmaría los libros Cómo conseguir lo que quieres o Cómo hablar eficazmente en público, es decir, un vendemotos profesional. El tipo de persona que en una película del Oeste comerciaría con crecepelo en frasquitos con formas graciosas, o el fantasma contemporáneo que te intenta convencer para invertir en criptomonedas e insiste mucho en que te leas ¿Quién se ha llevado mi queso? Al entrar en harina, el libro “El principio de Peter” exponía la idea principal, “en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”, y le añadía un corolario: “con el tiempo, todos los puestos en dicha jerarquía estarán ocupados por un empleado incapaz de realizar sus tareas”. Los primeros capítulos del texto mostraban ejemplos (supuestamente) reales del principio en diferentes ámbitos laborales. Entre ellos, figuraba el caso de un profesor de colegio que, siendo extraordinario enseñando en las aulas, fue ascendido a subdirector del colegio. En la nueva ocupación destacó por su buena mano a la hora de lidiar con los padres de los alumnos y con otros profesores, logrando ser promocionado a director del centro. Ahí apareció el gran escollo, porque ejercer como director implicaba tratar con el consejo escolar y con el inspector de enseñanza del distrito, tareas que requerían de un tacto y de una diplomacia de las que el maestro carecía por completo. De este modo, y tal como proclamaba Peter, el sistema jerárquico había convertido a un profesor excepcional en un director inútil.

Con la teoría bien clara, el libro comenzaba a pisar nuevos fregaos en sus páginas posteriores. Exponía los dos caminos para lograr un ascenso: el del esfuerzo propio frente al del enchufe. Enumeraba las principales excepciones al principio para, a continuación, tratar de desmontarlas. Aplicaba el enunciado de Peter al campo de la política. Repasaba los estudios previos sobre la inutilidad firmados por autores clásicos como Karl Marx, Sigmund Freud, Stephen Potter o Cyril Northcote Parkinson. Y también evaluaba el estrés y las secuelas psicológicas que provocaba el saberse improductivo tras haber tocado techo en la escalada empresarial. Los capítulos más avanzados de El principio de Peter trasteaban con unas cuantas ocurrencias interesantes. Entre ellas, la afirmación de que tanto la “suerincompetencia” (ser una película de catástrofes con patas) como la “superefectividad” (ser extremadamente ducho en alguna función) eran algo a evitar porque dichos extremos conducían habitualmente al despido. Asimismo, se establecía el curioso concepto de “competentes en la cumbre”: el modo en el que Peter y Hull denominaban a aquellos que, siendo muy buenos en lo suyo, lograron ascender todo lo que era posible en el curro sin haber alcanzado su verdadero nivel de incompetencia. Los autores justificaban la existencia de estos “competentes en la cumbre” alegando que evidenciaban que las empresas implicadas no estaba bien montadas, al carecer de otros puestos donde los empleados pudiesen cagarla como era debido. “El principio de Peter” también alertaba de que los “competentes en la cumbre” acabarían tarde o temprano padeciendo “incompetencia compulsiva”: la necesidad de buscarse nuevos trabajos en los que “alcanzar ese nivel de incompetencia que no pueden encontrar en el antiguo”.

El décimo capítulo aclaraba que intentar regatear el principio de Peter mediante la treta de ascender a un futuro incompetente para ayudar a un actual incompetente era inútil porque “la incompetencia sumada a la incompetencia es igual a incompetencia”. Por su parte, el decimocuarto capítulo explicaba que el mejor modo de evitar caer en el principio era aplicar la “incompetencia creativa”, el hacerse pasar por un garrulo para evitar ser ascendido a labores más complicadas. El cierre del libro ya se venía muy arriba y se atrevía a aplicar la tesis de Peter sobre lo que vendría a ser la humanidad al completo. Dilbert es esa graciosa tira cómica norteamericana centrada en las desventuras de los miembros de una pequeña empresa y sus delirantes decisiones internas. Humor de oficina dibujado por Scott Adams, un tío que caía bastante bien en general hasta que empezó a decir que Donald Trump lo molaba todo. Dilbert también son las viñetas en las que Adams, inspirado por la jugada de Peter, enunció su propia tesis, el ‘principio de Dilbert’: la idea de que los empleados que nunca han sido válidos son aquellos a los que los jefes ascenderán primero para evitar el daño que puedan causar. Adams explicó su cachondo principio en un artículo publicado en el Wall Street Journal allá por el 95, pero al ver que la ocurrencia tenía tirón sacó su propio libro sobre el asunto, titulado “El principio de Dilbert”, al año siguiente. “Lo escribí”, aclaraba el dibujante, “alrededor del concepto de que, a menudo, la gente menos competente y menos lista es ascendida solo porque son los que no quieres que estén haciendo un trabajo real. Los quieres pidiendo donuts y gritándole a la gente que no cumple sus obligaciones, haciendo el trabajo fácil. Tus cirujanos del corazón y tus programadores, la gente lista, nunca están en el área de management. Y este principio está, literalmente, ocurriendo en todas partes”. La hipótesis de Adams había nacido como un gag pero se antojaba certera. Y la mayoría de los estadounidenses debían de pensar algo parecido, porque el libro protagonizado por Dilbert se acomodó en la lista de bestsellers del New York Times durante más de cuarenta semanas y se convirtió en lectura recomendada durante algunos cursos de gestión.

Tom Schuller es un educador con un currículo bien guapo: graduado en las universidades de Oxford y Londres, poseedor de un doctorado en Filosofía de la Universidad de Bremen, exdecano y profesor en varios centros londinenses, maestro de cursos para adultos, exdirector del Centre for Educational Research and Innovation parisino, presidente de la junta del Working Men’s College, autor de más de quince libros y también alguien que toca el clarinete en una banda de jazz. A la hora de hablar de materias educativas, Schuller no era un señor que pasaba por ahí y se apoyaba en la barra del bar, sino alguien que llevaba décadas habitando las aulas. El caso es que, durante su experiencia, Schuller había observado algo que le llamaba la atención: las estadísticas señalaban que en el colegio las chicas eran más aplicadas que los chicos, y también que, una vez completada su formación, las mujeres eran más dadas a seguir estudiando y aprendiendo durante la vida adulta. Pero, inexplicablemente, aquello no parecía reflejarse en un ecosistema empresarial donde las féminas no ocupaban tantos altos cargos como los dominantes varones. Inspirado por “El principio de Peter”, Tom Schuller elaboró en 2017 su propio enunciado, el ‘principio de Paula’. Una regla que reza así: “Las mujeres tienden a trabajar en posiciones que están por debajo de su nivel de competencia”. Schuller ofrecía cinco razones por las que esto ocurría: una discriminación sexista que sigue existiendo; el hecho de que las mujeres no dispongan de la red de contactos profesionales que sus colegas masculinos utilizan para ascender; que las mujeres sean más propensas a admitir que carecen de alguna habilidad para un trabajo; las cargas que supone el cuidado de los hijos, algo que tradicionalmente han de soportar las madres; y la posibilidad de que las mujeres tomen la “elección positiva” de no ascender tan alto como podrían. Schuller, siguiendo la tendencia de quienes le precedieron, empaquetó todas sus deducciones en su propio libro: “El principio de Paula”.

La popularidad del volumen de Peter y Hull provocó que sus conclusiones fuesen admiradas y sometidas a estudio por gente muy seria. El libro se convirtió en material habitual durante cursillos de estrategias empresariales, economistas respetados como Edward Lazear se dedicaron a localizar las causas por las que el principio se cumplía y ciertas compañías trataron de restructurarse para evitar lo que Peter y Hull denunciaban. Alessandro Pluchino, Andrea Rapisarda y Cesare Garofalo realizaron un estudio formal en 2010 sobre el principio de Peter y dictaminaron que las empresas podrían esquivarlo ascendiendo a sus empleados al azar, tirando de pito-pito-gorgorito. La comunidad científica se tomó aquella investigación y sus conclusiones tan a guasa como para concederles en 2010 un bromista Ig Nobel, esos premios a los estudios más ridículos de los que hace algún tiempo hablamos aquí, en el campo de management science. Pluchino y su equipo contraatacaron con nuevos análisis sobre tema y recibieron otro premio Ig Nobel en 2022, algo que tiene bastante mérito, porque es difícil que te humillen en dos décadas diferentes por la misma tontería. En 2018, los profesores Alan Benson, Kelly Shue y Danielle Li estudiaron más de doscientas empresas estadounidenses y descubrieron que en la mayoría se cumplía aquello sobre lo que alertaba el principio de Peter.
Estados Unidos acaba de acudir a las urnas en unas elecciones claves para el futuro de su democracia. La última batalla electoral ha tenido en liza la renovación de la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y el Gobierno de 36 Estados, en una votación que ha tenido como telón de fondo la guerra en Ucrania, la inflación más alta en décadas, la polarización y la reaparición de Donald Trump como apóstol de la extrema derecha. El mundo ha puesto el foco en el nuevo mapa político estadounidense y México no ha sido la excepción. Los primeros resultados conocidos apuntan a que el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador enfrentará un mayor escrutinio en la relación bilateral y en la conducción de su política interna; mayores presiones en el tema migratorio, comercial y de política energética, y nuevos desafíos en la ya de por sí complicada relación con el Legislativo estadounidense, de acuerdo con académicos, analistas y diplomáticos. “Lo más importante es que no hubo esta ola roja que se esperaba y que se temía”, afirma Martha Bárcena, embajadora en Washington de diciembre de 2018 hasta febrero del año pasado. Los especialistas consultados coinciden de forma unánime en que esas son buenas noticias. A menos de 48 horas de las elecciones, demócratas y republicanos todavía pelean voto a voto el control de ambas Cámaras y en algunos casos esas batallas durarán meses. De todas formas, apunta Bárcena, la embestida de los candidatos trumpistas en estas elecciones intermedias “va a significar retos para la Administración de Joe Biden y el Gobierno de México”.

El grueso de los análisis perfila que el Gobierno de Biden perderá el control del Congreso, una derrota calculada, aunque parece resistir el embate conservador en el Senado. “La percepción generalizada, sobre todo entre el sector empresarial y las élites políticas, es que a México le va mejor con los republicanos, aunque a mí me parece un error”, comenta Arturo Sarukhán, embajador mexicano en EE UU entre finales de 2006 e inicios de 2013, durante las Administraciones de George W. Bush y Barack Obama. “Sin duda alguna, lo que más le conviene a México es que el Partido Demócrata se mantenga en la Casa Blanca y en control de ambos recintos legislativos, sobre todo por este escoramiento hacia la extrema derecha que estamos viendo en el Partido Republicano”, agrega Sarukhán. “No quiere decir que vayan a estallar grandes problemas, pero tenemos que estar preparados”, advierte Bárcena, que lidió con el tramo final de la presidencia de Trump y la renegociación del TMEC, el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá. Un nuevo liderazgo republicano en la Cámara de Representantes implica también un cambio de manos en el control de los comités y subcomités parlamentarios, con atribuciones para decidir presupuestos en materia de cooperación, control de fronteras y seguridad, entre tantas otras áreas, apunta Sarukhán. “No hay que olvidar que el presidente mexicano ha cuestionado por nombre y apellido a legisladores demócratas y republicanos por igual”, dice el exembajador.

El diplomático matiza que Biden ha obligado a “poner un freno de mano” a los cuestionamientos de la aún vigente mayoría demócrata para no comprometer la colaboración de México en materias prioritarias de la relación bilateral y ese dique puede esfumarse con la nueva composición del Capitolio. “Desde el asesinato del agente de la DEA Enrique Kiki Camarena, no recuerdo un momento más disfuncional de la relación entre un titular del Ejecutivo mexicano y el Congreso estadounidense como la que hay ahora”, asegura Sarukhán. En tres visitas a suelo estadounidense, López Obrador no ha tenido reuniones oficiales con congresistas, senadores y liderazgos parlamentarios de ninguno de los dos partidos. Bárcena coincide en que las autoridades mexicanas tienen que tender más puentes con el Congreso de EE UU, pero no está de acuerdo con el diagnóstico de Sarukhán. “En los dos años que estuve como embajadora pasé la mitad de mi tiempo en reuniones con el Congreso y el Senado”, asegura.

Las presiones llegarán de perfiles predominantemente conservadores. “La estrategia de seguridad del presidente López Obrador amenaza cada vez más la seguridad nacional de Estados Unidos”, declaró, por ejemplo, el republicano Michael McCaul, uno de los más adelantados para presidir el Comité de Asuntos Exteriores, en junio pasado. Kevin McCarthy, que se encamina a ser el líder de la mayoría si se confirma que los republicanos dominarán la Cámara baja, dijo que su prioridad en la nueva legislatura que arranca en enero será imponer un control más estricto en la frontera y revivir el programa ‘Quédate en México’. La llegada de representantes de Estados con grandes empresas energéticas, ya sean de fuentes renovables o fósiles, también añadirán presión al país latinoamericano, justo cuando EE UU y Canadá han llamado a consultas a México por su política energética. En la ecuación también se pueden ir agregando varias capas de complejidad: desde el narcotráfico y la revisión de la reforma laboral a la luz del TMEC hasta la relación de López Obrador con la prensa y la política mexicana hacia Nicaragua, Cuba y Venezuela.

El analista Carlos Bravo Regidor señala que los candidatos más conservadores han seguido explotando una imagen “tóxica y muy satanizada” de México para sacar réditos electorales. “La idea de México, al margen de cómo es la relación en realidad, se ha convertido en una gran piñata electoral, en especial para los republicanos”, comenta. “A senadores como Ted Cruz no les importa realmente López Obrador ni México, pero usan como un arma para tratar de atacar a Biden y eso va a seguir pasando”. En la campaña, algunos candidatos apoyados por Trump han vuelto a apelar al muro y a la xenofobia, incluso amagando con “invadir” para confrontar al crimen organizado o cerrar vías legales para la regularización migratoria. Más de 3,5 millones de votantes de origen mexicano estuvieron llamados a votar, ninguna otra minoría étnica es más grande, según el Pew Research Center. “El tema mexicano está fundamentalmente definido por la cuestión de la migración, eso no va a cambiar, de hecho ha habido continuidad en las tensiones entre ambos países”, afirma Bravo Regidor. “Es un tema que favorece a los republicanos y que los demócratas ya dieron por perdido porque son muy susceptibles de ser retratados como hipócritas o de pagar un muy alto costo electoral”, agrega.

Bravo Regidor insiste en que el impacto de las elecciones intermedias no se puede medir solo en clave de “qué afecta a México o no” y en que la política interna de Estados Unidos mantiene un peso específico en el escenario internacional. Es un punto de vista compartido por Rafael Fernández de Castro, académico de la Universidad de California. Más allá de la llegada de un partido republicano con perfiles más radicalizados e intervencionistas de la mano de Trump, el reparto del control político representa en su opinión un reto enorme de gobernabilidad para Biden. “Es posible que haya una gran parálisis gubernamental en Washington y eso es funesto para la agenda de Biden”, asevera. Las trabas que enfrentará el Ejecutivo, dice Fernández de Castro, pueden también pintar un panorama complejo en lo económico. Las actitudes de varios nuevos rostros en la política estadounidense hacia el comercio, el papel del Estado en la economía y las acciones para remediar la inflación pueden tener un impacto en el clima financiero global, comenta el académico. En lo estrictamente político, la democracia estadounidense parece haber sobrevivido a un trumpismo que ya hizo “metástasis”, comenta Bravo Regidor.

“Trump fue el gran perdedor y malas noticias para Trump se traducen en una corrección de los extremos en la democracia de Estados Unidos”, agrega Fernández de Castro, que cita el fracaso de la marea roja y el relanzamiento de figuras como Ron DeSantis, el gobernador de Florida, como evidencias del fracaso del expresidente. En las elecciones para gobernador el saldo es parejo, pero de confirmarse la victoria demócrata en Arizona, el corredor fronterizo tendría solo a Greg Abbott como único representante republicano. “López Obrador llevó bien a Trump porque tienen caracteres parecidos, pese a que tienen posiciones políticas muy diferentes”, comenta Bárcena. “A Trump le caía muy bien López Obrador”, agrega. Sobre Biden, la diplomática dice que es “un viejo lobo de mar”, que entiende que “la relación con México es importante y que debe mantenerla”. La exembajadora recomienda hacer un análisis profundo para entender cómo votan los nuevos legisladores, cómo acercarse a ellos y quiénes pueden ser aliados. “Si no se puede crear una agenda constructiva, sí se debería trabajar para evitar problemas mayores”, opina. Pese a todo, el consenso es que aún es pronto para medir todo el impacto de lo que vendrá. “La política estadounidense tiene muchísimos fierros en la lumbre”, señala Bravo Regidor. Con más de 3.000 kilómetros de frontera, dice Bárcena, Estados Unidos y México “somos un matrimonio que no se puede divorciar, por la geografía”. “Estamos condenados a entendernos”, concluye la diplomática.

La cuestión es: ¿merece la pena leer “El principio de Peter”? Veamos, se trata de un libro que fue muy hijo de su tiempo en lo editorial, el producto de una era donde la gente se fiaba de cualquier conocimiento escrito porque no existía ni la Wikipedia ni los tutoriales en YouTube presentados por afables personas latinoamericanas. Y como buen manuscrito sesentero iluminador, se presentaba con dramatismos, ínfulas y redobles exagerados que le restaban mucha seriedad al tema. Algunos ejemplos expuestos pecaban de fantasiosos, pero no tanto por inauditos (todos sabemos que la torpeza es algo inabarcable) como por culpa de la teatralidad con la que eran exhibidos. Y en algunas páginas nos tropezábamos con afirmaciones que han envejecido bastante mal, como la afirmación de Hull de que un consejero matrimonial gay no está capacitado para ejercer dicha labor por su orientación sexual.

El problema es que resulta evidente que los autores en el fondo cometían un montón de errores. Es cierto que la ocurrencia de Peter puede aplicarse a algunas jerarquías corporativas, pero también lo es que ignora deliberadamente muchos otros factores, más allá de las virtudes del empleado, en algo tan complejo como es la estructura empresarial. Existen compañías que no están organizadas exclusivamente en vertical, existen piezas en el ámbito del trabajo que no dependen del currante, existen entornos que no son aptos para cumplir ciertas funciones, existen cientos de elementos que pueden conducir a la incompetencia. Y el principio de Peter trata de simplificar tanto la inutilidad como para resultar inútil en muchos casos. Además de eso, sus autores pecan de hacer lo mismo que denuncian, sus ideas funcionan bien y pueden ser útiles cuando se enfocan como reflejo satírico, pero cuando ambos las presentan como una solución para los problemas de toda la humanidad se estrellan. Peter y Hull ascienden de ser observadores lúcidos y competentes a convertirse en ineptos salvadores de la existencia. El propio volumen anuncia en su mismo prólogo que se trata de una obra capaz de salvar la vida de quienes lo ojeen, algo que realmente solo ocurriría si el lector lo portase a la altura del corazón en un duelo contra otro pistolero. A lo mejor ese era el gran acierto involuntario de “El principio de Peter”: convertirse en un estupendo ejemplo de principio de Peter.

La escena se desarrolla en Acapulco, Guerrero, puerto y meca turística convertida, en los años recientes, y bajo el azote de una epidemia de extrema violencia criminal, en un lugar de pesadilla. Es un medio día de sábado y la playa de Icacos, en plena Zona Dorada, se encuentra llena de bañistas y paseantes. Las olas, sin embargo, no solamente son el terreno de los juegos de los niños y sus familias, las parejas y los grupos de amigos: mansas, pero perpetuas, traen a la arena un bulto de formas preocupantes. Los presentes tardan pocos segundos en darse cuenta de que se trata de un cuerpo humano, retorcido hasta parecer una bola anudada con una cuerda. Otro cuerpo es reconocido de inmediato, aún en las aguas. El oleaje termina por llevarlo a tierra también. Se trata de dos hombres con huellas evidentes de tortura. El que está atado abraza una suerte de ancla de piedra con la que trataron de hundir sus restos. El otro está suelto. Ambos, exánimes, encallan en la orilla.

Los bañistas los miran con curiosidad. Se acercan, los más arriesgados, y dan un buen vistazo antes de volverse a sus lugares. Algunos toman fotografías y las suben a sus redes. Parte de la gente intercambia pareceres. Otros siguen en lo suyo, nadan, pasan de largo, dan cabriolas. Se piden, incluso, tragos y alimentos bajo sombrillas y palapas. Las autoridades aparecen un rato después. Unos pocos de quienes se encuentran allí observan a los agentes proceder y hasta toman fotos del operativo de retirada de los cuerpos. Pero la mayoría, coinciden los testimonios de la prensa y los paseantes, se concentra en sus propios asuntos. Siguen con su vida, vaya. Si alguno se indispuso por la aparición de dos cadáveres en las inmediaciones de su lugar de esparcimiento sabatino, y se largó de allí, no marcó tendencia. Icacos permanece llena.

La masacre es tal que un manto de indiferencia parece haberse posado en los locales y los visitantes, en especial los mexicanos. Porque la sangría no para. Un tercer cuerpo aparece, horas después, frente al muelle de la marina del lugar, flotando en las olas. Es reportado y recuperado. Un día antes, el viernes, por cierto, un salvavidas había sido asesinado en la misma playa de Icacos. Muerte y más muerte. Durante la actual administración federal, encabezada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, se han registrado 170,550 homicidios (hasta octubre de 2022 y según las propias cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública). Eso significa que ciento veinte personas son asesinadas cada día en este país, diez de ellos mujeres. Unos números que no solo compiten, sino superan, a los de países en guerra. Esta presencia regular y continua del homicidio en la vida cotidiana de los mexicanos parece habernos insensibilizado, hasta un grado asombroso, ante horrores incomprensibles apenas hace unos años.

Otro ejemplo. No hay nadie en este país sorprendido de que la principal preocupación de los casi sesenta mil mexicanos que asistirán al mundial de futbol de Qatar, país musulmán en el que el alcohol está fuertemente restringido, sean las complicaciones para consumir bebidas fuera de las mínimas zonas permitidas por el gobierno. Los debates sobre los derechos humanos ignorados por las leyes qataríes (la homosexualidad, por ejemplo, puede ser castigada con cinco años de prisión e incluso con la muerte, si el “infractor” es musulmán), que han llevado a gobiernos y aficiones en otras latitudes a proclamar un boicot al evento, acá no resuenan ni prenden. Quizá porque en México pasan demasiadas cosas terribles como para preocuparnos por las que ocurren al otro lado del globo. Quizá porque, como en la playa de Icacos, preferimos seguir en lo nuestro, aunque la muerte esté allí, a unos metros de donde nos bañamos o gritamos un gol.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha criticado las expresiones de clasismo y racismo de varios asistentes a la manifestación del domingo convocada en rechazo a la reforma electoral que impulsan él y su partido, Morena, y las ha utilizado para apuntalar su discurso político. “Yo creo que fue muy importante la marcha de ayer, fue como una especie de striptease político público del conservadurismo en México”, dijo durante su conferencia diaria. “La defensa del INE fue una excusa, una bandera, pero en el fondo los que se manifestaron ayer lo hicieron en contra de la transformación que se está llevando en el país. Lo hicieron a favor de los privilegios que tenían antes del gobierno que represento. Lo hicieron a favor de la corrupción, el racismo, el clasismo, la discriminación”. En redes sociales se hicieron virales imágenes y videos cargados de desprecio de algunos manifestantes. En una grabación, una mujer con el pelo completamente cano mira a la cámara y dice a gritos, refiriéndose al presidente: “¡Indio de Macuspana, tienes unas patas rajadas que ni el mejor zapato que te pongas te quita lo naco, pendejo!”. Frente a ella, un grupo de personas la vitorea con gritos y aplausos. López Obrador hizo reproducir en su conferencia el video de la mujer que le lanzó insultos racistas y clasistas. “Esto ayuda mucho a entender algo que no es nada más el pensamiento de esa señora. ¡No, son muchísimos! Pero eso se mantenía tapado. Ensarapado. No podemos nosotros los mexicanos ser así. Afortunadamente la mayoría de la gente tiene un pensamiento avanzado, fraterno, respetuoso, humano. Y sí creo que eso se ha ido logrando poco a poco”, ha dicho.

Hubo otras escenas de discriminación en la marcha del domingo. Una reportera de El Sol de México denunció haber sido maltratada por una asistente debido al color moreno de su piel, según publicó en redes sociales. Un hombre se paseó con un cartel que decía: “Para ser racistas, clasistas, hipócritas y aspiracionistas ¡somos muchos!”. Otro hombre portaba una playera con una consigna cristera: “El INE no se toca. ¡Viva Cristo Rey!”. Otra pancarta clamaba: “Con el INE ganaste y con el INE te irás a tu rancho”. Una usuaria de Twitter viralizó una publicación que sugería que los militantes de Morena tienen educación trunca: “¿y si le decimos al INE que solo puedes votar con la prepa terminada? Pummm se acaba Morena”. Son las expresiones de un racismo y clasismo profundamente enraizados en la estructura social mexicana. Según estudios del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), uno de cada cinco mexicanos no se siente a gusto con su color de piel, uno de cada cuatro se ha sentido discriminado por su apariencia física, y uno de cada cuatro no estaría dispuesto a vivir con alguien de otra raza o cultura. Aunque México es definido constitucionalmente como un país pluricultural, tener color de piel morena está esencialmente vinculado a la movilidad social: entre más oscuro, menores son las oportunidades de salir de la pobreza, de acuerdo con otros estudios.

La concurrencia de la marcha, convocada con el lema: “El INE no se toca”, desató una batalla de cifras entre el oficialismo y la oposición. Mientras las autoridades capitalinas contaron 12.000 asistentes, los propios organizadores calculan 640.000. El mandatario federal, que ha encabezado durante décadas manifestaciones multitudinarias, concedió que pudieron haber marchado “unos 60.000″. De cualquier modo, López Obrador ha sostenido que la mayoría de la población no se unió a la convocatoria, muestra, dijo, de que cada vez hay menos respaldo social a los valores de los manifestantes. “Me dio mucho gusto que a pesar de la campaña –porque vaya que le metieron, se aplicaron potentados, voceros, intelectuales orgánicos, articulistas, líderes políticos– no participó mucha gente. Les falta más”, ha dicho. “Celebro que la mayoría de los mexicanos está a favor de la transformación, que quiere la igualdad, la fraternidad, que no odia, que no discrimina, que no son clasistas, racistas y no tienen como dios al dinero”. López Obrador exhortó a los manifestantes a que se sigan organizando y saliendo a marchar, y los retó a llenar el Zócalo capitalino, donde caben más de 160.000 personas (la movilización del domingo se concentró en el Monumento a la Revolución, una plaza más pequeña). “Las luchas, aun cuando se trata de mezquindades, requieren de perseverancia, de no cansarse, exigen muchas fatigas. No es nada más una marcha y hasta el año que viene. ¡No!, que organicen otra, y que ahora sí vayan al Zócalo”, ha dicho el mandatario.

Hay que apuntar una última cosa, y es que en realidad “El principio de Peter” quizás no era tan original como sus autores creían. Porque cincuenta años antes, el filósofo español José Ortega y Gasset ya había resumido toda la investigación de Peter y Hull en una sola frase que, por lo visto, en algún momento le salió del alma: “Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes”.

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