El sargazo llegó para quedarse en el Caribe

  • La marea marrón amenaza el turismo en las costas de Cancún y Riviera Maya, el cambio climático incendia los bosques cercanos a las playas de España y Europa…

EL BESTIARIO

POR SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

El sargazo, la marea marrón que está invadiendo la costa caribeña y destrozando su ecosistema, es un fenómeno que ya fue avistado durante las primeras expediciones de europeos que atravesaron el Atlántico para llegar al continente americano. Hace más de seis siglos, temerosos de que sus barcos quedaran atascados entre la maleza marina, algunos exploradores documentaron estas praderas flotantes en mitad del mar. Pero en la última década, este fenómeno está llegando a las regiones costeras, volviéndose una amenaza para el sector turístico. España y Europa, visitada por millones de personas que inundan sus playas y parques naturales, así como sus principales museos y monumentos históricos, están sufriendo por miles de incendios en sus bosques, por temperaturas superiores a los 40 grados y por sus ríos y pantanos con graves problemas de sequía. Estamos viviendo un verano histórico donde es más palpable que nunca que el cambio climático es una realidad.
Todo empezó en nuestras costas de Quintana Roo en el verano del 2011, cuando las proliferaciones masivas empezaron a acumularse en las playas de muchos destinos de aguas cristalinas y arena blanca. México fue uno de los primeros países en reportarlo, pero este problema ambiental, letal para muchas especies y con efectos nocivos para la salud humana, afecta a casi toda la región del Caribe. Este año, la cantidad de sargazo ha alcanzado ya cifras históricas en el Atlántico: en junio más de 24 millones de toneladas de esta marea parda se registraron en las costas del Caribe, desde Puerto Rico a Barbados, según un informe del laboratorio de oceanografía de la Universidad del sur de Florida.
¿Qué es el sargazo? Se le denomina sargazo a la llegada a las costas del crecimiento descontrolado de las especies Sargassum fluitans y Sargassum natans, macroalgas de color parduzco que viven en suspensión en los mares y que se desplazan arrastradas a lo largo del mar Atlántico por las corrientes oceánicas. La mayoría de las macroalgas viven adheridas al fondo del mar, con sus raíces arraigadas a las profundidades. “Pero estas dos especies son pelágicas gracias a que poseen vesículas de gas, un mecanismo de adaptación para mejorar la fotosíntesis y que les permiten pasar su vida flotando”, apunta Rosa Rodríguez, bióloga marina del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Mientras que la acumulación incontrolada de estas algas resulta tóxica en las regiones costeras, provocando la muerte masiva de muchas especies marinas, en altamar cumplen un papel muy importante en el equilibrio ecológico. El Mar de los Sargazos, en el océano Atlántico septentrional, es un ecosistema único que sirve de alimentación y refugio para centenares de especies, algunas de ellas únicas de ese hábitat flotante. Además de servir como una plataforma para la protección y el sustento de la fauna marina, la plataforma de algas constituye el paso de migración de animales como anguilas, tortugas y ballenas.
¿Por qué se ha vuelto un problema? Al llegar de forma descontrolada a las costas, los mantos de Sargassum interfieren en la luminosidad de los ecosistemas, impidiendo que se filtre la luz a los fondos, fundamental para la biología de los corales y para que otro tipo de algas realicen su proceso de fotosíntesis, afectando a la biodiversidad del sistema que sustentan. Una cualidad del sargazo es su facilidad para crecer, siendo capaz de duplicar su biomasa en menos de 20 días si las condiciones son favorables. Cuando las macroalgas se descomponen en la orilla consumen grandes cantidades de oxígeno, causando anoxia y emitiendo gases tóxicos como ácido sulfhídrico y metano, muy peligrosos para salud humana y responsables de la muerte masiva de muchas especies. El exceso de nitrógeno y fósforo del propio proceso de putrefacción les sirve de abono para que crezcan más, generando lixiviados, ácido sulfídico y arsénico, sustancias responsables del pestilente y ya común olor a podrido de algunos destinos turísticos. “Otro problema es la mala disposición que se hace del sargazo, que acaba actuando de contaminante, también cadmio, plomo y otros metales pesados, así como bacterias peligrosas que contaminan el medio ambiente”, apunta la especialista de la UNAM.
¿Por qué se produce y dónde se origina? Según apuntan las hipótesis más firmes, el cambio climático estaría detrás de la extensión y crecimiento descontrolado de Sargassum. Desde hace años, diversos estudios científicos advierten de cómo los cambios en las corrientes oceánicas por el derretimiento de los polos y glaciares, y el exceso de fertilización de nutrientes en los océanos están favoreciendo que este fenómeno se vuelva cada vez más común. La descarga y vertidos de las industrias y la agricultura en las desembocaduras de los grandes ríos de América del Sur, como el Amazonas y Orinoco, cuyos sedimentos y materia orgánica son empujadas hacia el norte por las corrientes, provocan que las macroalgas se reproduzcan a una velocidad récord, proliferando de forma explosiva hasta crear el Gran Cinturón de Sargazo del Atlántico ecuatorial (GASB), un nuevo reservorio de las macroalgas mucho más grande que el original y que está arrasando las costas caribeñas. “Es un claro ejemplo de cómo el cambio climático nos afecta directa e indirectamente”, matiza la bióloga.
¿Qué regiones se están viendo afectadas? Lejos de tratarse de un fenómeno aislado, impacta a gran parte del Caribe. Las playas de Belice, Honduras, Jamaica, Cuba, México, República Dominicana, Barbados o islas como la de San Andrés, de Guadalupe o Martinica, entre otras, se ven afectadas por el manto de algas cada año. “Pero también han llegado grandes arribos de sargazo a la costa norte de Brasil, y hasta la de Florida”, puntualiza Rodríguez. Esta marea marrón no sólo impacta en el Caribe. Como explica la bióloga, “al Golfo de México llegó desde hace mucho antes, pero no en volúmenes tan altos”. “El primer informe sobre la llegada del sargazo provino de pescadores locales y de un periódico en 2011”, cuenta Chuanmin Hu, oceanógrafo del equipo de la Universidad del Sur de Florida responsable de monitorizar el crecimiento de estas afloraciones marinas, que empezó a rastrearlas en el Golfo de México en el 2006.
¿Ha llegado para quedarse? Hu es autor de una investigación que en 2019 ya advertía de cómo un cambio en el régimen de las corrientes estaba aumentando la posibilidad de que las floraciones recurrentes en el Atlántico tropical y el Mar Caribe se convirtieran en la nueva norma. “Los datos parecen indicar que cada vez aumenta más la cantidad de sargazo que llega a las costas”, apunta. De acuerdo con Rodríguez, aunque falta mucha información sobre la biomasa que está llegando a las distintas regiones del Caribe, y que fluctúa cada año, “todo parece indicar no sólo que el problema vaya a permanecer, sino que cada vez se va a agravar más”.
¿Se puede mitigar? Desde que el problema fue señalado por ambientalistas y hoteleros, los Gobiernos han buscado cómo limpiar sus playas afectadas para recuperar el turismo. Pero, como expone Rodríguez, los recursos invertidos hasta ahora no han resultado eficientes. “Por un lado, apenas se atiende a una pequeña extensión de la costa, y no se están protegiendo ecosistemas que también se ven afectados por el sargazo, como los manglares y la selva”, apunta. Además, la estrategia de retirar directamente las acumulaciones de macroalgas de las costas tiene un impacto muy negativo. “Un poco de sargazo ayuda prevenir la erosión de las playas, pero cuando hay mucho, su presencia invierte el efecto. Y con la maquinaria pesada que se mete para extraer la macroalga se llevan mucha arena”, explica la experta de la UNAM.
¿Qué hacer con el sargazo? En la medida que se trata de mitigar parte de la catástrofe ambiental que está viviendo la región, el arribo de sargazo al Caribe puede resultar una oportunidad para diversas industrias, y en los últimos años distintas iniciativas han promovido la utilización de esta macroalga como materia prima. Las distintas propiedades del sargazo pueden ser aprovechadas para sectores que van desde la construcción, la farmacéutica o la industria energética. Centros de investigación y universidades, por ejemplo, están utilizando su composición en lignina, celulosa y hemicelulosa como fuente de biocombustible. Y el alginato de sodio, un polisacárido que también contienen estos vegetales marinos y que actúa como espesante, es utilizado hasta en la industria textil y en la alta cocina. Incentivando los principios de la economía circular, que todo lo emplea y crea además un valor añadido, algunas empresas están aprovechando las impurezas sobrantes del proceso de extracción del alginato, como los fucoidanos. Estos biopolímeros, cuyas propiedades antitumorales e inmunomoduladora se encuentran en investigación, podrían ser utilizados como terapias incluso contra el cáncer, según sustentan ya algunos estudios.
Grandes bancos de algas marrones amagan con eclipsar el brillo de las aguas del Caribe mexicano. La Secretaría de Marina (Semar) ha reconocido que se espera el arribo masivo de más de 32.000 toneladas de sargazo a México este año, una cifra “alarmante” de acuerdo con el secretario de Marina, José Rafael Ojeda Durán: “La situación actual sí podemos decir que es alarmante y se ubica en una categoría 8 que corresponde a la denominación de excesivo”, dijo durante una conferencia. Desde el 15 de febrero a la fecha, la dependencia federal ha recolectado 9.565 toneladas de sargazo –9.467 en municipios y 97,7 toneladas en mar—en el país. Ojeda Durán ha admitido que Tulum es, en este momento, el epicentro de la afectación con un 40% de algas en sus costas, seguido de la playa El Recodo con un 30%, Puerto Morelos y Cozumel con un 20% y Majahual con solo 15%. La única zona donde no hay sargazo es en Isla Mujeres. Ojeda Durán matizó que si el sargazo continúa con su trayectoria hacia el golfo de México, su presencia en las playas del Caribe podría disminuir: “Debido a la densidad nubosa de aproximadamente 50%, dicho valor pudiera estar subestimado”.
Desde 2011, los episodios de turistas que no pueden llegar hasta el agua por culpa de una barrera de sargazo de hasta un metro de altura y kilómetros de frente se han repetido por las turísticas playas del Caribe, principalmente en Quintana Roo. El sargazo es transportado por las corrientes marinas, las olas y el viento. Recientemente, investigadores del Centro de Investigación Científica y Educación Superior de Ensenada (Cicese) declararon que la mayor intensidad de viento respecto a los años previos supone una explicación probable de la llegada masiva de sargazo este año al país. Para atajar los daños que ocasiona la gigante marea marrón de sargazo de olor fétido a una de las joyas del turismo mexicano, en las tareas de recolección del alga ya se emplean unos 328 elementos de Marina, más de 600 personas y se tiene un equipo de 34 buques. El comité técnico está integrado por la Semar, el Gobierno de Quinta Roo, los municipios afectados y la industria hotelera. Para los empresarios locales, la llegada del alga se ha convertido en una pesadilla desde hace años. Los dueños de restaurantes, hoteles y actividades acuáticas borran de sus promocionales cualquier alusión al sargazo, sin embargo, no pueden eludir la realidad que reportan los propios visitantes a través de sus redes sociales. “En esta ocasión se van a comprar tractores y barreras recolectoras para las playas y también se tiene pensando a más tardar en uno o dos meses más que se inicie la construcción de más sargaceras para seguir apoyando con este problema porque este fenómeno del sargazo no sabemos cuántos años más va a seguir afectando”, zanjó el titular de la Semar. En esta carrera, parece que el sargazo lleva una vez más la delantera.
Los turistas que estos meses visitan las playas de Tulum, destino de ensueño del Caribe mexicano, se topan con un invasor que amenaza con afectar el ya de por sí golpeado turismo local: cientos de toneladas de sargazo, un alga de color marrón que al descomponerse en las playas suelta un olor fétido que ahuyenta a los visitantes, pero que además afecta a arrecifes de coral y la fauna y flora marina que vive en el litoral. “La magnitud del sargazo es tal, que no es posible contenerlo”, afirma Esteban Amaro, director de la Red de Monitoreo del Sargazo, un organismo de Cancún que cada día prepara un informe sobre el avance del alga invasora. El sargazo comienza a afectar el Caribe de México a partir de abril, con la llegada de la primavera y temperaturas más cálidas, y se extiende hasta septiembre. Hasta ahora, además de Tulum, ha afectado a las playas turísticas de Playa del Carmen, Cozumel, Xcalak y Mahahual. “Tenemos un arribo importante. En uno solo pueden llegar millones de metros cúbicos, lo que se traduce en miles de toneladas. Es muy complicado manejarlo”, admite Amaro.
Para los empresarios locales la llegada del alga es una pesadilla que año con año les quita el sueño, pero que este 2021 los pone más nerviosos debido a la baja en visitantes que la región caribeña ha experimentado como consecuencia de la pandemia de COVID-19, que golpeó con fuerza al turismo mexicano. Son los dueños de negocios costeros, como restaurantes y hoteles, quienes deben invertir para limpiar las costas, un trabajo extenuante y con pocos resultados, dado que el alga llega en enormes cantidades a las playas. “Tiene un efecto negativo no solo en el turismo. Cuando se descompone libera sustancias orgánicas tóxicas que afectan arrecifes de coral y fauna y flora marina que vive en el litoral costero”, explica Amaro. El sargazo ha estado presente en el Caribe siempre, pero desde 2011 ha llegado de manera masiva a las paradisiacas costas mexicanas. Amaro explica que este fenómeno, estudiado por los científicos, se ha dado debido al calentamiento de las aguas de los océanos, una de las consecuencias del cambio climático. “Altera las corrientes marinas, los vientos, la temperatura del mar, lo que favorece el crecimiento del sargazo”, dice. Además, los químicos vertidos a los ríos por la actividad agropecuaria, la industria y la minería terminan desembocando en el mar, lo que se convierten en nutrientes que el sargazo aprovecha para reproducirse. El mayor arribo del alga invasora se produjo en 2015, pero los biólogos marinos y quienes trabajan monitoreando las costas del Caribe temen que este año se supere aquel récord. “En estos momentos en las Antillas Menores hay una cantidad increíble de sargazo que no se puede manejar. La tendencia siempre es que llega con la primavera, y se va incrementando hasta abril y en mayo hay un pico importante. En el verano aumenta aún más en cantidad y periodicidad”, afirma Amaro. Las autoridades de Quintana Roo han pedido ya el apoyo de la Marina para hacer frente al fenómeno y se han desplazado embarcaciones para colocar barreras anti sargazo en los lugares más visitados por los turistas, pero la cantidad de algas que llega a las costas es tal, que se hace casi imposible contener al invasor. “Llegan cientos de toneladas por día. Es humanamente imposible recolectarlas. No hay capacidad humana ni técnica para hacerlo en un solo día”, recalca Amaro.
A la orilla del mar, frente a un resort de lujo en Playa del Carmen se está celebrando una boda al atardecer. Los novios y los invitados, recién llegados de Estados Unidos, se abrazan y se besan mientras una fotógrafa capta el momento. Hay un altar adornado con flores y tul, antorchas y un corro de damas de honor, todas vestidas de rosa. En un descuido, un niño se escapa del grupo para buscar diversión y da patadas a un montón de algas hasta que un adulto le riñe. Entre cocoteros, arena blanca y pájaros tropicales, algo huele a podrido, como si hubieran destapado una cloaca. En la boda hay un invitado inesperado: el sargazo. Una marea de algas de color marrón que se descompone en la playa y amenaza no solo al turismo —la principal actividad económica del Caribe mexicano—, también al medio ambiente. Desde 2014, la llegada masiva de sargazo ha aumentado debido al cambio climático. El calentamiento del planeta elevó la temperatura del agua de los océanos, contribuyó al aumento de los nutrientes que incentivan el crecimiento de este organismo y modificó las corrientes marinas, empujando grandes cantidades de algas desde las costas de Brasil hasta el Caribe. Este año, la presencia de algas ha superado todos los registros y amenaza a varios países de la región.
“El sargazo es un ejemplo de lo que el cambio climático puede hacer al planeta al no tener cuidado del tratamiento de aguas residuales, inyectar tantos contaminantes al mar y emitir tantos gases invernadero”, afirma la investigadora de la UNAM, Rosa Elisa Rodríguez. La especialista en corales, lleva más de 20 años trabajando en los arrecifes frente a las costas de Puerto Morelos. El sargazo aprovecha las aguas cargadas de nutrientes para reproducirse con facilidad. Los vertidos de la minería, la agricultura y la ganadería, sumados a la deforestación en la cuenca del Amazonas, han hecho que entre las algas se hayan encontrado metales pesados en proporciones muy pequeñas. Pero también la sobreexplotación hotelera en la región del Caribe y la mala gestión de aguas residuales han contribuido al problema. El 38% de las aguas residuales del Estado mexicano de Quintana Roo no son tratadas, según la Comisión Nacional del Agua. Rodríguez explica que cuando el sargazo recala en las playas, se descompone y devuelve al agua un exceso de nitrógeno y fósforo que sirve de abono para que crezcan más algas. La científica cree que esta marea marrón está enfermando al mar porque impide el paso de la luz y reduce la concentración de oxígeno. Coral, varias especies de peces, tortugas y manglares se están viendo perjudicados en esta crisis ambiental. “Desde junio de 2018 a la fecha, calculamos que se ha perdido el 40% de los corales del caribe mexicano”, explica.
Hasta ahora la lucha contra el sargazo se ha hecho a pequeña escala, principalmente desde la industria hotelera que intenta mantener las playas limpias para los turistas. Cada mañana un equipo de trabajadores del resort de lujo Zoetry, donde la noche cuesta mínimo 1.300 dólares, se encarga de limpiar los 600 metros de playa que hay en su parte frontal. El hotel cuenta con varias embarcaciones para recoger el sargazo en el agua, un par de barreras que evitan que llegue hasta la orilla y un pequeño tractor para la arena. Mantener limpia la playa le cuesta al complejo 350.000 dólares al año. Lejos del “todo incluido”, en las playas públicas y reservas naturales, el panorama es desolador. El mar turquesa y la arena blanca se han convertido en un pantano. Según datos oficiales, el turismo representa el 8,7% del PIB total de México. Solo Quintana Roo, donde se encuentran Cancún y la Riviera Maya, contribuye un 7,1% del PIB turístico de México, según el Consejo Mundial de Viajes y Turismo.
El dueño del Zoetry, el arquitecto de 87 años Carlos Gosselin, reconoce que el número de clientes ha caído un 18% en el último año. “Veníamos buscando turismo de sol y playa, descanso y nos encontramos con esto”, cuenta Viviana San Román, una turista argentina en Tulum, otra playa afectada por las algas. “Tenemos que desarrollar una industria con una materia prima que no tiene costo de extracción para que esta región no solo viva del turismo”, explica Gosselin. En ello coincide la científica de la UNAM, Rosa Elisa Rodríguez. El sargazo puede tener múltiples aplicaciones en la construcción, la fabricación de platos, vasos, combustibles, polímeros, papel y alginatos; incluso ladrillos para hacer casas de adobe. En un esfuerzo contra reloj, grupos de trabajadores de los municipios, voluntarios y empresas intentan ganar una batalla en la playa cada día. Este es el caso de Frida Luna y el resto de personas que se afanan en recoger toneladas de sargazo que siguen llegando arrastradas por la corriente. Con la piel curtida por el sol, una gorra y unos guantes de bicicleta, Frida agarra con fuerza el mango de madera de un bieldo donde está escrito su nombre. “Vivimos de las divisas del turismo, si no fuera por los turistas, Puerto Morelos estaría muerto. Por eso hay que limpiar la playa”, dice. En 2018, solo en Puerto Morelos, que tiene unos 17 kilómetros de costa, fueron recolectados 800.000 metros cúbicos de sargazo, según la UNAM. Lo que da para llenar 300 piscinas olímpicas de algas. La costa de Quintana Roo tiene una extensión de unos 800 kilómetros, aproximadamente. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ofreció a principios elaborar una estrategia para la limpieza de la Riviera Maya, que hasta ahora no ha sido presentada.
Son las siete de la mañana y Frida ya está trabajando en la playa. Por ocho horas de una jornada pesada bajo un sol plomizo cobrará un poco más de 180 pesos al día (unos nueve dólares). En un día levanta 100 kilos de algas que mueve desde la orilla hasta la cinta transportadora donde se junta para llevarlo en camiones a tirar a un terreno baldío. Además del olor putrefacto, el sargazo en la orilla tiene insectos que pican en la piel. Frida cuenta que el contacto constante con las algas puede producir irritación y ronchas. Los trabajadores hacen descansos y se van turnando las labores de la playa cada hora ya que los gases y vapores que emanan de la descomposición acaban produciendo mareos y dolor de cabeza. En la lucha de David contra Goliat, Frida tiene claro que no va a rendirse. Una palada más en la orilla, es un poco menos de sargazo en el mar.
El barco Ruffo I, un prototipo de barco sargacero puramente mexicano, es capaz de recolectar del mar 20 toneladas de algas por hora. Creado a partir de un tractor japonés, Baltazar Fernández removió las ruedas de una cosechadora de alfalfa y colocó bandas y engranes de metal para que las algas sean captadas pese al oleaje, se laven, compriman y sean procesadas en pacas. La tecnología sargacera es incipiente y poco tecnificada. Fernando, capitán de un barco de la empresa Grupo Dakatso saca unas 20 toneladas diarias en Puerto Morelos. “Nuestro trabajo no es la solución final, somos como el remedio de la abuela”, dice. “Para solucionar esto deberíamos de dejar de contaminar. Parar toda la industria a nivel mundial para que el planeta se enfríe”
Para finales de siglo, gran parte del mar habrá cambiado de color. El fitoplancton marino, la base de los océanos, está sufriendo el impacto del cambio climático, alterando su composición y distribución. Estos organismos usan clorofila para sintetizar la energía solar, siendo responsables de la porción verde del agua. Ahora, un estudio ha elaborado un modelo sobre cómo será el color de los océanos a lo largo del siglo según le vaya al fitoplancton. Con el calentamiento, los mares seguirán siendo azulados o verdosos, pero con nuevas tonalidades. Y el cambio de color indica toda una cadena de cambios en la vida marina. El mar es azul porque refleja la luz azul. Cuando los rayos solares inciden sobre las moléculas de agua la mayor parte del espectro de la luz (el arcoíris en el que se descompone) es absorbida. Solo la banda del azul (en torno a los 443 nanómetros de la longitud de onda) rebota y, como sucede con el cielo, el mar se ve azul. Pero no es un color puro, en realidad todo son tonos de azulados a verdosos, con el turquesa entre medias. Y es así porque en el mar no solo hay agua, también hay plantas, microorganismos y otros tipos de materia orgánica que le dan su paleta de colores.
El fitoplancton era, según se consideraba hasta no hace mucho, un conglomerado de algas microscópicas que, como el resto de vegetales, cuentan con un pigmento verde, la clorofila, para realizar la fotosíntesis. Y esto hace que la luz que más refleje sea el verde, de ahí las tonalidades verdosas de muchas partes de los mares. Aunque ahora los biólogos han complicado las cosas y en ese conglomerado también habría cianobacterias y protistas, todos estos microorganismos viven de la energía que obtienen de la luz y solar y, para sintetizarla, también usan la clorofila, reforzando los tonos verdes. Desde hace unas décadas, la observación desde satélites ha servido para inferir la presencia de clorofila como indicador de la biodiversidad marina. Ahora, un grupo de investigadoras de universidades de Estados Unidos y Europa han elaborado un modelo para estudiar cómo está afectando el cambio climático al fitoplancton y, por tanto, al color del mar. La mayor parte del calentamiento global lo están absorbiendo los océanos. Se estima que, de no hacer nada para reducir las emisiones de CO2, la temperatura media global de la superficie marina suba en 3º para finales de siglo. De ser así, se producirían una serie de impactos en el ciclo de la base de la vida oceánica, el fitoplancton. Bueno, ya se estarían produciendo.
“El calentamiento de los océanos altera la circulación oceánica y la porción [de aguas] del océano profundo que emerge a la superficie. El fitoplancton necesita la luz (su fuente de energía) y nutrientes. Y la mayor parte de esos nutrientes viene de las profundidades”, explica la investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y principal autora del estudio, Stephanie Dutkiewicz. “Los cambios inducidos por el calentamiento están provocando que lleguen menos nutrientes a la capa superficial, por lo que lo más probable es que el fitoplancton disminuya en muchas partes del océano”, añade esta experta en la biogeoquímica del mar. Uno de los procesos biogeoquímicos más afectados por el cambio climático es el de la circulación oceánica: conforme a las diferencias de temperatura, las aguas se mueven tanto verticalmente (en profundidad) como en latitud (hacia y desde los polos). Con el calentamiento, esta circulación se está ralentizando, aumenta la estratificación de la columna de agua y se reduce la mezcla de aguas profundas y superficiales. Todo esto explica que la aportación de nutrientes, en particular los macronutrientes, se esté reduciendo. Los océanos seguirán siendo azules, aunque habrá variaciones en el tono entre el azul, el turquesa y el verde. “Las temperaturas también afectan a cómo de rápido crece el fitoplancton. Algunas especies adaptadas al agua caliente lo hacen más rápido que otras adaptadas a las más frías. Así que, con un océano más cálido en las regiones donde haya más nutrientes, unas aguas más calientes pueden aumentar la cantidad de fitoplancton”, recuerda Dutkiewicz. Así que habrá cambios regionales en la composición, cantidad y distribución de las comunidades de microorganismos marinos que colorean el agua.
Según los resultados del estudio, publicado en Nature Communications, buena parte del océano ya está cambiando de color y, para 2100, estiman que hasta algo más del 50% de la superficie marina podría tener otro color. “Los cambios serán muy sutiles, el ojo humano probablemente no los vea, pero sí los sensores ópticos”, aclara la investigadora del MIT. “Sí, el mar seguirá siendo azul. Algunas regiones, grandes zonas al norte y al sur del ecuador, los giros subtropicales, serán posiblemente más azules, incluso”, añade. Mientras, el verde se hará más presente en las aguas polares y en las aguas costeras tropicales donde el fitoplancton lleve mejor el calor. El modelo que han usado para estudiar la evolución del color se venía utilizando para predecir los cambios en el fitoplancton, las explosiones locales de algas o la acidificación oceánica. Ahora, en los parámetros que han incluido han sumado otros elementos presentes en el agua, además de la clorofila. En particular, detritus y otra materia orgánica disuelta. Reconocen, sin embargo, que para acertar mejor con el color del mar del futuro habrá que incluir otros constituyentes microscópicos del agua marina, como son las bacterias, los minerales o la propia salinidad del mar.
Jefferson Keith Moore, biólogo marino en la Universidad de California en Irvine, publicó el año pasado un estudio en la revista Science sobre los efectos del cambio climático en el fitoplancton y las consecuencias globales de su reducción. También publicó un resumen del mismo en la web del Foro Económico Mundial, ‘Las plantas del mar’, como llama al fitoplancton, necesitan, además de sol, nutrientes como nitrógeno o fósforo. Si la circulación oceánica es frenada por el calentamiento global, estos nutrientes no llegarán a la superficie. Aunque el estudio se remite a un escenario temporal algo lejano (el año 2300), sus resultados muestran que, al haber menos plantas, habrá menos zooplancton (animales microscópicos) de los que puedan alimentarse los peces pequeños, que reducirán sus poblaciones, lo que pondría en aprietos a los depredadores más grandes, como delfines, tiburones o humanos. Y todo empezará con un cambio en el tono del azul del mar. El cambio climático está cambiando las condiciones de vida en todos los mares del planeta. La temperatura de las aguas superficiales está aumentando, el fitoplancton, base de toda la cadena, está disminuyendo y las corrientes marinas están cambiando. Sumados, todos los factores ya están teniendo un impacto en las especies marinas. Un estudio ha identificado las seis grandes áreas del planeta que habría que salvaguardar si se quiere que siga habiendo vida en el mar.
Investigadores australianos, neozelandeses y españoles han usado los datos de una constelación de satélites recopilados en los últimos 30 años para saber qué le está haciendo el cambio climático a los mares del planeta. Y lo han logrado con una resolución geográfica no alcanzada hasta ahora. Aunque la física básica dice que las condiciones en un medio líquido acaban siendo iguales en todas partes, en la inmensidad del océano las cosas no son así. Por eso, el calentamiento global no está siendo el mismo en todas las aguas y no es solo cuestión de la latitud. Las aguas superficiales se han calentado, la producción de clorofila, disminuido y las corrientes, frenado. “En la columna de agua, la más cálida, menos densa, sube la superficie, mientras que la más fría se sumerge”, explica el ecólogo Estación Biológica de Doñana del CSIC, en España, y principal autor del estudio, Francisco Ramírez. “El calentamiento oceánico afecta en particular a las aguas superficiales”, añade. Es en esta fina capa de agua donde empieza la vida en el mar. Es aquí donde se produce el milagro, el encuentro entre la luz y el agua que necesita la clorofila del fitoplancton marino para realizar la fotosíntesis. Ese verdor es el que sustenta toda la cadena trófica, desde el kril hasta las ballenas, pasando por los albatros y los tiburones.
El estudio, publicado en Science Advances, muestra dos tendencias contrapuestas. Por un lado, el calentamiento de las aguas superficiales no ha dejado de aumentar desde los años 80 del siglo pasado. Por el otro, la concentración de clorofila por metro cúbico no ha parado de disminuir desde entonces. El trabajo también ha medido una tercera variable: las corrientes marinas, las responsables de repartir el calor por todo el planeta y, en conjunción con los movimientos atmosféricos, también las del tiempo meteorológico. Aunque hay una gran heterogeneidad, en general estos ríos marinos se están frenando. Combinando estos tres grandes fenómenos y su manifestación concreta en cada zona, los investigadores han podido medir el impacto del cambio climático a escala regional y hasta local. Así las regiones polares son las que están sufriendo un mayor aumento relativo de la temperatura de sus aguas. Allí, además, entra en la ecuación el agua dulce del deshielo. En el caso del hemisferio norte, esto está trastocando el juego de corrientes marinas. Tanto el Atlántico norte como en la franja norteña del Pacífico están sufriendo un calentamiento cuyo impacto sobre la biodiversidad marina aún está por determinar.
“Sin embargo, en las regiones cercanas al Ecuador, en particular en el Pacífico, la velocidad de la corriente oceánica se está reduciendo”, comenta Ramírez. Los investigadores sostienen que aún es pronto para determinar el impacto sobre la vida marina de estos cambios. “Habrá especies que salgan perdiendo y otras a las que les irá bien”, añade el ecólogo español. Pero la suma total de impactos podría provocar lo que llaman una homogeneización de la vida. Las especies más especialistas o dependientes de las condiciones locales podrían sucumbir ante la mayor capacidad de adaptación de las más generalistas. Partiendo de esta situación, los investigadores identificaron seis grandes áreas marinas que, por su riqueza de vida, habría que salvaguardar para asegurar un mínimo de biodiversidad. Para ello usaron datos de otras investigaciones con la distribución global de 1.729 especies de peces, 124 especies de mamíferos marinos y 330 especies de aves.
El estudio destaca la región marina del Pacífico oriental frente a las costas de Perú y alrededor de las Galápagos. En América también señala las costas de Argentina y las aguas en torno a las Malvinas. En África, la región alimentada por la corriente de Benguela, en el Atlántico sudafricano, y que sube por el índico, frente a Madagascar. Otra de las regiones a proteger es la bañada por los mares de China y Filipinas, en el sureste asiático. Una quinta, la que va desde el sur de Australia hasta el oriente del continente, a lo largo de la gran barrera de coral. La sexta región está localizada en el Pacífico central y baña las islas polinésicas. “El problema es que, en general, el impacto del cambio climático está siendo más intenso en estas zonas”, destaca Ramírez. Y hay otro problema también de origen humano: dada su gran riqueza biológica, estas regiones son las que más atraen a la industria pesquera. Dos de ellas, por ejemplo, están en las llamadas zonas exclusivas económicas de China, Indonesia y Perú, las tres principales potencias pesqueras, según la FAO. Y a otras, como el área del sur de África, van los barcos de otras potencias más lejanas, como España.
‘Es un desastre ecológico’: la crisis del sargazo en México. El periódico estadounidense, The New York Times, meses atrás, dedicó un amplio reportaje, firmado por Rodrigo Pérez Ortega, Nelly Toche y Myriam Vidal Valero. “Un alga ensombrece las aguas cristalinas de las playas más turísticas del país y amenaza a las especies locales. Mientras las autoridades debaten sobre la urgencia del problema, los científicos intentan comprender y adaptarse al fenómeno”. “La primera vez que visitó una playa del Caribe mexicano, Omar Toledo Salguero no podía creer lo que veía en el océano. Cuando el ingeniero en sistemas mexicano y su familia se encontraron frente a la mancha parda, en agosto de 2018, sus rostros cambiaron. En las fotos de internet, las playas de Mahahual, en el estado de Quintana Roo, lucen como un espejo azul y cristalino. Pero ese día se encontraron con algo parecido a un lago de fango. “Yo sí me meto con todo y eso”, dijo Toledo, de 33 años, dispuesto a disfrutar de la playa. Hacía meses que planeaba las vacaciones familiares. Pero minutos después de batallar con esa alga áspera, tosca, con filamentos puntiagudos, se dio por vencido. “No entren”, recuerda que les dijo a sus familiares, ‘raspa… no te puedes mover’.
Él y sus diez familiares tuvieron que abandonar sus planes y rápidamente emprendieron el regreso al hotel porque el olor también invadía el aire. La llegada masiva de sargazo a la costa mexicana está causando una situación crítica en el sureste del país, dijo el contraalmirante Enrique Flores Morado, subdirector general de Oceanografía, Hidrología y Meteorología de la Secretaría de Marina. En los últimos años, las costas del sureste mexicano se han visto invadidas por cantidades inusuales de sargazo, un alga de color marrón que ha causado una genuina preocupación entre científicos, hoteleros, turistas y locales. El fenómeno se disparó en el verano de 2018. Basado en un análisis científico de la zona de Puerto Morelos, Carlos Gosselin Maurel, un líder de los empresarios hoteleros estimó que ese año llegaron unos 24 millones de metros cúbicos de sargazo a todo Quintana Roo, que serían suficientes para llenar cerca de diez mil piscinas olímpicas con estas algas. Y advirtió que este año llegaría la misma cantidad o más. Pero la primera vez que este problema se reportó fue en 2011, cuando pocos se imaginaban que un día los hoteleros de la zona anunciarían en sus páginas de internet “playas sin sargazo” como uno de los atractivos de sus propiedades. Este año, Moody’s alertó sobre el impacto negativo del sargazo en la economía hotelera en Quintana Roo. Sandra Beltrán, analista de esa empresa, dijo a The New York Times en Español que hay más presiones en las tarifas hoteleras y, aunque las empresas más grandes han logrado mantener la ocupación relativamente estable, las más pequeñas podrían estar experimentando una caída en la ocupación. Sin embargo, el alga no es el único factor que influye: “El sargazo, igual que el tema de la violencia, es un problema que afecta a la percepción en el extranjero sobre estos destinos”, dijo.
En 2018, México se ubicó en el séptimo lugar mundial de turismo internacional con un ingreso de 930 millones de dólares. Durante el primer semestre de este año, el aeropuerto de Cancún, el segundo más grande del país, registró una caída en el crecimiento del flujo de pasajeros: de crecer un 4,7 por ciento en el primer semestre de 2018 bajó a un uno por ciento en el mismo periodo en 2019. “Muy por debajo del crecimiento que vimos en los años anteriores”, dijo Beltrán. Datos oficiales señalan que la ocupación hotelera en algunas zonas turística ha disminuido hasta en un 10 por ciento comparado con el mismo periodo del año pasado. Más allá del impacto en la industria turística, el sargazo “es un desastre ecológico de grandes dimensiones”, advierte Brigitta I. van Tussenbroek, investigadora en Puerto Morelos del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICMyL) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Como parte de su trabajo estudiando ecosistemas acuáticos, Van Tussenbroek lleva años enfocada en la investigación de pastos marinos. Con la llegada del sargazo, la mayoría de los pastos murieron. El alga (Sargassum fluitans y Sargassum natans) se convirtió entonces en una de sus prioridades de investigación.

Sin embargo, estas algas han causado problemas por siglos. El Mar de los Sargazos, en el Triángulo de las Bermudas, era un tramo temido por los marinos desde el siglo XV pues sus barcos podían quedarse atorados entre las algas y naufragar.
Cuando el alga comenzó a teñir de marrón las playas caribeñas, Chuanmin Hu, investigador de la Universidad del Sur de Florida, y un grupo de colegas utilizaron imágenes satelitales para saber de dónde provenía. Hace poco describieron en la revista Science que las cantidades masivas de sargazo que llegan al Caribe provienen de lo que han llamado “el gran cinturón de sargazo atlántico”, que desde 2011 se está formando en medio del Atlántico, entre las costas de Brasil y África occidental. En junio del año pasado, la acumulación del gran cinturón abarcaba 8850 kilómetros y contenía más de 20 millones de toneladas métricas del alga. De acuerdo con Hu y sus colaboradores, una de las causas más probables de la proliferación es la descarga inusual de nutrientes del río Amazonas al mar —debido a la deforestación y las actividades agrícolas— y el afloramiento de nutrientes del fondo marino en las costas africanas. El cambio climático, dice el doctor Hu, también podría ser un factor que ha favorecido su crecimiento masivo y su migración a las playas mexicanas, sobre todo de junio a septiembre, cuando el hemisferio norte está en vacaciones de verano. En mar abierto, el sargazo es parte esencial del ecosistema: provee de refugio al pez dorado, al pez volador, a crustáceos y a algunas tortugas marinas. Pero cuando se reproduce a niveles inmensos y las corrientes lo acarrean a las costas, se vuelve una pesadilla ecológica.
Las aguas cristalinas y las arenas blancas del Caribe son resultado de los bajos niveles de nutrientes de la zona. La doctora Van Tussenbroek explicó que el sargazo invasor genera cien veces más nutrientes de los que requieren estos ecosistemas, por lo que bacterias y otros microorganismos crecen descontroladamente y afectan a las especies nativas, además de enturbiar el paisaje. “Si esto continúa y no se maneja de manera integral, cambiarán nuestros ecosistemas de manera permanente”, dijo Van Tussenbroek. Como cualquier otra especie invasora, el sargazo perturba al medioambiente local. Al flotar en las aguas turquesas donde se encuentran pastos marinos y arrecifes coralinos, bloquea el paso de la luz e impide la fotosíntesis de las especies locales, menciona Hu. Además, científicos mexicanos estiman que las altas concentraciones de amonio y sulfuro de hidrógeno resultado de la descomposición del alga, junto con condiciones de poco oxígeno, están matando a las especies nativas. “Los ecosistemas están bajo una presión sin precedentes”, añadió Van Tussenbroek. Documentos oficiales obtenidos mediante una solicitud de transparencia indican que desde julio del 2015 la Secretaría de Marina realiza estudios oceanográficos para identificar los impactos del sargazo en el Caribe mexicano, así como para desarrollar estrategias de prevención y manejo. La Secretaría de Marina compiló en 2017 un informe con los resultados de sus investigaciones en 2015 y 2016 y concluyó que no se había observado una “presencia atípica de sargazo”, contrario a los resultados del estudio de Science, que identifica 2015 como el año en el que se registró más abundancia del alga antes de 2018. Los estudios de la Marina registraron exceso de nutrientes y una disminución de oxígeno en aguas de algunas costas, pero concluyeron que no era posible establecer si la influencia del arribo atípico modifica las condiciones oceánicas normales o altera el ecosistema marino.
A finales de julio, mientras retiraban el sargazo de las playas de la Reserva de la Biósfera Sian Ka’an, en Quintana Roo, los vecinos encontraron unas cien tortugas bebés muertas provenientes de un nido. Con las aletas enredadas entre montones de sargazo, nunca pudieron llegar al mar después de eclosionar. Sin embargo, Alfredo Arellano Guillermo, secretario de Ecología y Medio Ambiente del estado, aclaró que solo se trató de un nido y todavía no se puede asegurar que el sargazo sea una amenaza para las tortugas marinas. El año pasado, investigadores del ICMyL reportaron la muerte de individuos de 78 especies animales a causa del sargazo, desde peces hasta langostas, pulpos y erizos. A partir de mayo del año pasado, más de la mitad de los corales de la zona —algunos entre 100 y 700 años de edad— comenzaron a morir debido a una enfermedad que ha coincidido con la llegada de la marea marrón. Los científicos locales están preservando pedazos de coral para salvaguardar el material genético ante una posible extinción. La Secretaría de Marina comenzó a lanzar redes de pesca en mar abierto para recoger el alga, una medida poco eficaz, ya que ahí el sargazo está disperso y se fragmenta. “Recogen 10 toneladas en dos días cuando los barcos sargaceros pueden recoger entre 15 y 25 toneladas por hora”, explicó Rosa Elisa Rodríguez Martínez, investigadora del ICMyL de la UNAM. Este año, sus colegas del ICMyL promovieron la instalación de barreras marinas en Puerto Morelos para evitar que el alga llegue a la playa. Sin embargo, no es posible hacerlo de manera extensiva. Solo en Quintana Roo, la costa entera se alarga por más de 900 kilómetros. “La mitigación efectiva del sargazo debe de cubrir todos los ecosistemas”, explicó la doctora Van Tussenbroek.
En 2018, Quintana Roo desembolsó 312 millones de pesos para retirar sargazo, según Arellano Guillermo. Pero el dinero no podrá resolver el problema mientras los diferentes sectores —científicos, legisladores, empresarios y ciudadanos— sigan trabajando de manera aislada sin un plan integral y coordinado.
Las autoridades federales parecen no estar tan preocupadas por las montañas de algas que espantan a los turistas y quitan el sueño a quienes viven del turismo. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, anunció que la Secretaría de Marina llevaría a cabo un plan de acción urgente para retirar el sargazo. Pero meses después, durante su conferencia de prensa matutina, el mandatario minimizó el problema y dijo que el sargazo, como cualquier otro problema “heredado” de la gestión pasada, se ha magnificado para cuestionar al nuevo gobierno. “No hay motivo para preocupación”, dijo, y agregó: “Lo del sargazo es un asunto menor”. Los empresarios, funcionarios y científicos locales no piensan lo mismo. “No es un problema menor”, dice Arellano Guillermo. “Es un problema que está afectando a muchos países”. Representantes de trece países caribeños se reunieron en Cancún para organizar una estrategia conjunta y buscar fuentes internacionales de financiamiento para atacar el problema. Además, se propuso impulsar el tema para incluirlo en el Convenio de Cartagena de las Naciones Unidas, un acuerdo regional de protección y desarrollo de los recursos marinos del Caribe.
El estado de Quintana Roo emitió una declaratoria de emergencia y ordenó la aplicación de protocolos de combate que incluyen acopio, transporte, disposición y valorización de sargazo, y llamó a la sociedad civil y a la industria a sumarse a los esfuerzos. Un municipio incluso ofreció perdonar multas a los ciudadanos infractores que ayudaran a limpiar las playas. Pero “recogerlo en la playa obviamente no es la solución óptima”, agrega la doctora Van Tussenbroek, ya que en la costa se empieza a descomponer. El alga contiene arsénico y metales pesados que pueden liberarse al medioambiente y a los acuíferos locales si no se desecha de manera adecuada. “No hay soluciones rápidas”, menciona Arellano Guillermo. Por más que se limpien las más de 60.000 toneladas de sargazo que han arribado de las playas del Caribe mexicano este año, el alga se seguirá reproduciendo y creciendo a miles de kilómetros. “Tiene que quedar muy claro que el problema no se va a solucionar hasta que no encontremos y atendamos la raíz del problema, que no necesariamente está en México, sino está a nivel global”. La investigadora Rodríguez Martínez cuenta que, cuando algunos científicos mexicanos advirtieron que el sargazo se acumulaba en las aguas y playas del país, empezaron a pensar que eso podría provocar un daño en el arrecife de coral. El fenómeno, cuenta, ocupa ahora a diferentes institutos de investigación a lo largo del país, enfocados en entender al sargazo y en solucionar los estragos que causa.
Cinco proyectos científicos sobre sargazo son financiados con dinero público, “pero se metían de manera libre, no había un concentrador”, asegura Fernando Córdova Tapia, encargado de la dirección de innovación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Frente al recorte presupuestal del 13 por ciento del Estado a la ciencia, y a la falta de fondos específicos para el sargazo, los investigadores buscan formas creativas para continuar trabajando. “Cada quien lo hace con recursos que ya tiene”, confirmó Rodríguez Martínez, quien ahora está estudiando la contaminación ambiental por los metales pesados del alga. La abundancia de sargazo no solo atrae la curiosidad científica, sino que presenta el desafío de buscar una salida comercial y desarrollar tecnologías para aprovecharlo. Lo que algunos pintan como un escenario catastrófico, para otros es una oportunidad de crecimiento económico y científico. Hay proyectos aislados para generar biodiesel con el alga, construir casas con ladrillos hechos de sargazo, cultivar hongos y fabricar zapatos y cuadernos. “Para llegar a ese punto aún falta mucho”, dijo Córdova Tapia. “Hoy se ve como el enemigo que aleja al turismo; muy pronto tendremos que hacer la transición a un recurso aprovechable, pero de manera coordinada”.
Córdova Tapia dijo que en junio el Conacyt creó un Consejo de Asesores con expertos en el tema para generar una estrategia que dé sentido a las investigaciones, atienda la emergencia y trate de colaborar con la Secretaría de Marina para las acciones de contención. “Tenemos que aprender a cambiar la mentalidad, aprender a vivir con ello y sacar provecho”, dijo Córdova Tapia. “El sargazo es un gran reto que nos va a enseñar a manejar los temas futuros y trabajar también de manera multidisciplinaria y trasfronteriza”.

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