Pancho Villa ‘jineteó’ en el descubriendo de Machu Picchu, en Perú

Su ataque a Columbus en 1916 casi llevaría a la guerra a los Estados Unidos y México. Motivó el que Hiram Bingham, un incauto explorador estadounidense, retrasara 37 años en dar a conocer ‘La ciudad perdida de los incas’, en 1948… 

SANTIAGO J. SANTAMARIA GURTUBAY

Decidió dejar todo para ir a combatir a uno de los jefes de la Revolución Mexicana, José Doroteo Arango Arámbula…, Pancho Villa. Hace más de un siglo que Hiram Bingham, un incauto explorador estadounidense, recorría las ruinas de esta fabulosa y oculta ciudad. Él la dio a conocer al mundo. Hiram Bingham descubrió Machu Picchu dos veces, con 37 años de diferencia. La primera ocasión fue en 1911, cuando era un joven explorador con ansias de hacerse famoso. La segunda, en 1948, cuando, casi anciano, desacreditado en su carrera política, dos veces divorciado, decidió escribir el libro ‘La ciudad perdida de los incas’, el vívido recuento de la aventura que lo convirtió en leyenda. Las dos historias no son la misma. Como suele suceder, la historia contada supera a la real. Aunque en este caso, ambas verdades son igualmente apasionantes. La diferencia entre Bingham y los que llegaron antes es que fue capaz de armar una excavación profesional. El paisaje era sobrecogedor, con montañas cubiertas de exuberante vegetación y precipicios profundos. Bingham no habría desdeñado riquezas, pero él buscaba el prestigio de un gran explorador. En su primer contacto, Bingham recorrió con curiosidad, pero sin mayor entusiasmo, la ciudadela. Machu Picchu fue un santuario superior, un mausoleo de la talla de las pirámides de los faraones. Pancho Villa (1878-1923) realizó el famoso ataque fronterizo. Fue un evento que casi llevaría a la guerra a los Estados Unidos y México. Esta acción repercutió en el ‘descubrimiento’ de Machu Picchu…

Décadas después el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha anunciado un gran despliegue diplomático para contrarrestar las críticas de los sectores más recalcitrantes del Partido Republicano a su política de seguridad. México está listo para movilizar a más de medio centenar de cónsules en Estados Unidos, la mayor red consular del mundo, para desmentir los cuestionamientos y convertirse en una piedra en el zapato para la estrategia electoral de los grupos más conservadores del otro lado de la frontera, que han enarbolado un discurso antimexicano para sacar tajada política. “No vamos a permitir que atropellen a México”, afirmó hace unos días Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores y el encargado de coordinar la respuesta del Gobierno mexicano desde Washington. Ebrard refrendó que las relaciones entre el Gobierno de López Obrador y la Administración de Joe Biden gozan de buena salud, y que México es el “principal aliado” de Estados Unidos en el combate contra el tráfico de fentanilo. En 2021, la crisis de los opiáceos se convirtió en una epidemia de salud pública, que se ha cobrado la vida de más de 107.000 estadounidenses, según datos oficiales. El titular de Exteriores sostuvo que la huella de las drogas sintéticas también ha implicado altos costos del otro lado de la frontera y la muerte de soldados y policías mexicanos en la guerra contra los carteles. “Con este costo de vidas humanas, ¿cómo es que estos señores se atreven a cuestionar nuestro compromiso o, peor aún, a pedir una intervención en nuestro país?”, cuestionó en un comunicado. El canciller anunció que los Gabinetes de Seguridad en ambos países se reunirán en abril próximo. El viaje de Ebrard, que tuvo que adelantar su regreso de una gira de trabajo por Asia la semana pasada, se produjo en medio de un clima de tensiones entre el Gobierno de López Obrador y liderazgos del ala dura del Partido Republicano, que impulsan que los carteles mexicanos sean clasificados como grupos terroristas para justificar acciones militares de Estados Unidos en territorio mexicano. “México es muchísimo más seguro que Estados Unidos”, aseguró el presidente mexicano en su conferencia de prensa de este lunes.

Apenas la semana pasada, el presidente Andrés Manuel López Obrador aseguró que si los congresistas republicanos más radicales no cambian su actitud hacia México su gobierno promoverá, entre la comunidad de mexicanos que viven en Estados Unidos, que no se vote por el Partido Republicano. De acuerdo con el Instituto de los Mexicanos en el Exterior, órgano que depende de la Cancillería, hay casi 12 millones de mexicanos que pueden votar en territorio estadounidense, al poseer la nacionalidad y ser mayores de edad. La diáspora mexicana alcanza los 36 millones de personas. “Si no cambian su actitud y piensan que van a utilizar a México por sus propósitos propagandísticos, electoreros, politiqueros, nosotros vamos a llamar a qué no se vote por ese partido”, advirtió el mandatario mexicano. La estrategia de México consiste en pedir que el embajador en Washington y los 52 cónsules sostengan reuniones informativas con la comunidad mexicana y aliados políticos, así como la difusión de materiales en las representaciones diplomáticas y medios de comunicación locales. “Para no dejar que se consolide una narrativa basada en mentiras que dañe a nuestro país”, se lee en el comunicado de la Cancillería mexicana. Desde la perspectiva del Gobierno de López Obrador, usar a México como piñata política amerita golpear las aspiraciones de congresistas y senadores que buscan reelegirse con esa estrategia. Los reclamos de que el Gobierno mexicano no ha hecho lo suficiente para frenar al crimen organizado se exacerbaron con el asesinato de dos turistas estadounidenses en la ciudad fronteriza de Matamoros y la desaparición de tres mujeres que cruzaron la frontera hace dos semanas. “Pare de defender a sus amiguitos narcos”, dijo, por ejemplo, Dan Crenshaw, congresista republicano por Texas.

La apuesta de México se concentra también en donde están las mayores poblaciones de mexicanos. En la reunión a puerta cerrada con los representantes diplomáticos estuvieron presentes los cónsules en las ciudades más importantes de Estados Unidos, como Jorge Islas, cónsul en Nueva York; Jonathan Chait, en Miami; Alicia Kerber, en Houston; Carlos González, en San Diego; Julián Escutia, en Las Vegas y Francisco de la Torre, en Dallas. El tamaño de la red consular permite al país latinoamericano abarcar prácticamente todos los Estados. El Gobierno de México tiene una táctica a dos bandas. Por un lado, quiere responder a las críticas de la oposición estadounidense. Por el otro, dar señales de que su interlocución con la Administración de Biden está intacta. Apenas unas horas antes de que se celebrara la reunión con la red consular en Washington, López Obrador recibió en Palacio Nacional a una delegación de legisladores de los partidos Republicano y Demócrata, encabezados por el congresista republicano por Missouri, Jason Smith. En el encuentro, el mandatario se dedicó a destacar las acciones y resultado del Gobierno mexicano en el combate contra el fentanilo y los precursores químicos que se utilizan para crearlo. Pero también ha hablado de la importancia que tiene para ambos países ampliar el comercio bilateral y ha recordado que considera que se debe aspirar a una integración económica para consolidar a América del Norte como la región más importante del mundo. En la reunión estuvo también la secretaria de Economía, Raquel Buenrostro; el subsecretario de Hacienda, Gabriel Yorio, y el jefe de Unidad para América del Norte, Roberto Velasco. De parte de Estados Unidos, los demócratas Terri Sewell, congresista por Alabama y Jimmy Panetta, congresista por California. En la delegación de los republicanos estaban Beth Van Duyne, congresista por Texas; Carol Miller, por Virginia Occidental; Michelle Fischbash, por Minnesota; Mike Carey, por Ohio; y Kelly Armstrong, por Dakota del Norte.

 También ha asistido Ken Salazar, embajador estadounidense en México, quien a su salida de Palacio Nacional agradeció el recibimiento del mandatario mexicano. “Somos socios, Estados Unidos y México, para siempre. A veces hay inquietudes y desacuerdos, pero sabemos que estamos unidos por nuestra geografía y por nuestra gente”, señaló. “Más allá de posiciones extremas, los Gobiernos de México y Estados Unidos trabajan en el marco del Entendimiento Bicentenario tanto para evitar las muertes por consumo de fentanilo como para impedir que los grupos criminales accedan a armas de alto poder”, reza el comunicado de la Cancillería mexicana. Las tensiones entre el Gobierno de López Obrador y sus críticos en Estados Unidos abren un nuevo capítulo, con una marcada tónica electoral que amenaza con agudizarse conforme se acerque la fecha en que los estadounidenses sean llamados a las urnas.

El ataque fronterizo de Pancho Villa casi llevaría a la guerra a los Estados Unidos y México, en el escenario del ‘descubrimiento’ de Machu Picchu… Según las anotaciones recogidas por su hijo Alfred en el libro ‘Retrato de un explorador: Hiram Bingham descubridor de Machu Picchu’, una lluvia fina destempló el frío amanecer del 24 de julio de 1911. La noche anterior, el grupo de americanos acampado a orillas del caudaloso río Urubamba había escuchado al dueño de la choza que se alzaba en el camino, en el lugar llamado Mandorpampa, hablar de unas ruinas incas “muy buenas” más arriba, al otro lado de la montaña que tenían enfrente, el Huayna Picchu. Hizo falta que el jefe de la expedición, el joven Hiram Bingham, le ofreciera pagarle el equivalente a 50 centavos de dólar para que Melchor Arteaga accediera a acompañarlo. Los demás miembros de la expedición prefirieron quedarse, unos para capturar mariposas y otros para hacer la colada. Acompañado por Arteaga y el sargento Carrasco, que los escoltaba y hacía de intérprete, Bingham tuvo que atravesar el peligroso río a gatas sobre un frágil puente colgante e internarse en una zona de densa vegetación, calor y humedad, hasta llegar a una pequeña explanada donde estaban asentadas dos familias de indígenas, los Richarte y los Álvarez. En ese lugar inaccesible —lejos de las levas del ejército— cultivaban sus productos sobre unas antiguas terrazas con muy buena tierra que habían limpiado y acondicionado. Solo llevaban cuatro años allí, pero conocían las ruinas que Bingham quería explorar. El paisaje era sobrecogedor, con montañas cubiertas de exuberante vegetación, manantiales de agua fresca y un cañón de precipicios profundos. No había ruinas a la vista, solo las terrazas centenarias. Así, sin mucho ruido y poco asombro, Hiram Bingham tuvo su primer contacto con Machu Picchu.

Pero no es exactamente esa la historia que él contó poco después, cuando se fue dando cuenta del interés que podía tener esa ciudad situada en Machu Picchu (cerro viejo, en idioma quechua). Un lugar conocido por los habitantes de las cercanías, pero totalmente ignorado por la historia, por la arqueología académica de Cuzco y de Lima. Unas ruinas que no parecían haber sido saqueadas por los buscadores de tesoros, ni tocadas por los conquistadores españoles. Hiram Bingham no habría desdeñado las riquezas escondidas, pero lo que él buscaba en realidad era el prestigio y la fama de un gran explorador. Un año después regresó con una expedición perfectamente planificada. Había conseguido a partes iguales subvenciones de la revista National Geographic y la Universidad de Yale. Lo que fue un encuentro casual se convirtió para la opinión pública de todo el planeta y para los círculos académicos en el descubrimiento arqueológico más importante de América del Sur. Declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco, desde 1983 está considerada una de las siete maravillas del mundo y es visitada y admirada por miles de turistas al año. Demasiados, según los expertos.

Hiram Bingham III nació en Honolulú (Hawai) en 1875, en una familia de respetados predicadores protestantes venida a menos. Su afición a escalar montañas le vino de pequeño y seguramente las verdes cumbres del entorno de Machu Picchu le recordaron aquellos otros paisajes. Pudo pensar que el mundo se ve mejor desde la cima más alta. Siempre quiso destacar y los estudios fueron para él un trampolín social y económico. Se graduó en la universidad de Yale (Connecticut) en administración de empresas, donde, además de formar parte de una fraternidad masónica, se casó en 1899 con Alfreda Mitchell, la adinerada nieta del fundador de las prestigiosas joyerías Tiffany’s & Co. Después obtuvo otro título en la de Berkeley (California) y se doctoró en Harvard, donde enseñó historia y política. En 1907 volvió a Yale como profesor, pero lo que apasionaba a Bingham eran los viajes. América del Sur empezó a interesarle porque académicamente era territorio virgen. También un terreno apto para los negocios estadounidenses, como se encargó de propagar mediante algunas conferencias. Su primer viaje fue en 1906, con el fin de estudiar sobre el terreno la gesta libertadora de Simón Bolívar, del que quiso escribir una biografía. Un recorrido que le sirvió para descubrir su auténtica vocación, la de explorador.

A su vuelta se creó para él la cátedra de estudios sudamericanos en Yale, y tuvo a su cargo una biblioteca especializada con 25.000 títulos. Posiblemente ahí se fraguaron sus sueños de aventura, de grandeza, aunque el destino quizá fue más generoso de lo que él se pudo imaginar. No obstante, tras su primer contacto con Machu Picchu tenía sus esperanzas puestas en otros hallazgos: estaba convencido de que los huesos encontrados en un glaciar andino eran de gran antigüedad (no lo eran) y que el monte Coropuna era la cima más alta del continente sur. Tras la difícil escalada y la medición quedó decepcionado. ¿Y las ruinas en ese lugar inaccesible? “La gente me pregunta con frecuencia: ¿cómo es que descubrió Machu Picchu?”. La respuesta es: “estaba buscando la última capital de los incas”, relata en su libro ‘La ciudad perdida de los incas’, escrito cuando tenía 73 años y la fortuna parecía haberle dado la espalda. El libro no tardó en convertirse en un éxito de ventas. Con motivo de su centenario, el libro se reeditó en inglés con un esclarecedor prólogo de Hugh Thomson, escritor de viajes y explorador. La detallada y amena descripción de su famosa aventura es recreada y adornada con elementos dramáticos que acrecientan el interés del relato y dejan de lado los datos que no contribuyen al dinamismo de la historia. “Hiram Bingham tenía todas las ventajas de su lado, con su carisma, oportunismo, conocimiento de las fuentes bibliográficas y una empecinada y casi inagotable energía. Le ayudaron dos factores: la suerte y la habilidad de explotarla”, escribe Thomson.

Con todo, Bingham no es un fabulador o un fanfarrón. Hasta el final procuró darle un aire entre científico y literario a sus andanzas. Tampoco se otorga cualidades inmerecidas. Él no era arqueólogo ni sabía nada de las culturas precolombinas en su primer viaje, aunque tuvo la suficiente capacidad de observación y empeño como para ir dándole a su descubrimiento el nivel que merecía. Porque la diferencia entre la aproximación de Bingham y la de los que llegaron a estas ruinas antes que él es que fue capaz de armar un aparato de investigación y excavación profesionales. “La expedición de la Universidad de Yale que él encabezó permitió —por primera vez en la historia— analizar una cultura prehispánica desde una perspectiva multidisciplinaria que incluyó la arqueología, la geología, la meteorología, la osteología, la patología, la topografía y la etnología, entre otras”, apunta el director de la Biblioteca Nacional de Perú (BNP), Ramón Mujica Pinilla, en el texto de presentación de la exposición ‘Descubriendo Machu’.

Machu Picchu está situada sobre la cadena de montañas de Vilcabamba, a unas ocho jornadas a pie de la ciudad de Cuzco y a 2.360 metros de altura en una zona de bosques tropicales y montañas de pendientes casi verticales, flanqueada por un cañón que forma el río Urubamba. La temperatura anual oscila entre los 10 y 21 grados. Hay más de 50 variedades de orquídeas en los alrededores. Sin duda alguna, el lugar fue escogido también por sus cualidades paisajísticas, a las que los incas eran muy sensibles. Un secreto parque de ensueño, autosuficiente, apto para la meditación y el culto, aparentemente lejano de cualquier perturbación. La amenaza vino con el estruendo de los arcabuces. Los conquistadores españoles buscaban por toda la región a los incas rebeldes refugiados en Vilcabamba. Esa capital en el exilio hasta ahora no suficientemente identificada, en la que vivieron los herederos del imperio hasta 1572, cuando se apresó y decapitó al último de ellos, Túpac Amaru. Se calcula que Machu Picchu, al igual que otros recintos de importancia en las inmediaciones, fue totalmente evacuada entre 1530 y 1570, cuando patrullaban peligrosamente cerca las tropas de Hernando Pizarro y después las de Arias Maldonado. No hay evidencias de que la encontraran, aunque ese territorio tuvo propietarios españoles y criollos.

El explorador es considerado culpable de extraer de manera ilegal 46.332 piezas arqueológicas incas, propiedad del pueblo peruano, llevándoselas a la Universidad de Yale, en Estados Unidos. El 16 de septiembre de 2007, los diarios informaron al mundo de la devolución de lo solicitado por Perú. Dice Página 12 de Buenos Aires: Tomó años de reclamos y meses de negociaciones. Pero el día 15 de septiembre, el ministro de Vivienda peruano, Hernán Garrido Lecca, pudo anunciar en Lima que la Universidad de Yale va a devolver casi 50.000 piezas retiradas de Machu Picchu hace casi un siglo. Los artefactos fueron excavados por Hiram Bingham, que descubrió la ciudad perdida de los incas, y llevados a la prestigiosa universidad norteamericana. “Nos tomó catorce horas hablar, pero lo logramos”, dijo el ministro del Perú.

“México es mucho más seguro que Estados Unidos”. Así ha respondido Andrés Manuel López Obrador a sus críticos en Estados Unidos, en un nuevo episodio de la polémica que protagoniza junto con los sectores más conservadores del Partido Republicano. El Gobierno mexicano se prepara para movilizar a su red consular, la más grande del mundo, para atajar los cuestionamientos que ha enfrentado su política de seguridad del otro lado de la frontera tras el asesinato de dos estadounidenses en Matamoros la semana pasada. El esfuerzo diplomático será coordinado por Marcelo Ebrard, el secretario de Relaciones Exteriores, de viaje este lunes a Washington. Al mismo tiempo que responde el discurso antimexicano que ha cobrado fuerza en los últimos días, la Administración de López Obrador apuesta por refrendar que las vías de diálogo con el Gobierno de Joe Biden siguen abiertas y se ha anunciado que John Kerry, asesor de la Casa Blanca sobre Cambio Climático, tendrá una gira de trabajo por México… López Obrador ha aprovechado para poner en la mira la actuación de la DEA en territorio mexicano. “La DEA nos debe una explicación”, ha asegurado el mandatario, tras cuestionar el papel de las agencias estadounidenses y su parte de responsabilidad en la lucha contra el crimen organizado. El presidente ha recordado el fallo contra Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública de Felipe Calderón (2006-2012), por narcotráfico y delincuencia organizada en una corte de Nueva York y subrayado que fue durante esa Administración cuando hubo una colaboración más intensa en materia de Seguridad trasfronteriza. “¿Cómo confiar en la DEA? ¿Lo han hecho muy bien? ¿Cómo no se dieron cuenta de lo de García Luna?”, declaró el mandatario. “Se han quedado callados”, agregó.

“Tenemos que mantener nuestra relación, es muy importante la cooperación con Estados Unidos, pero sin subordinación”, zanjó López Obrador, quien insistió en que no va a dejar que se “pisotee” la soberanía del país con el pretexto de combatir el tráfico de fentanilo, que se cobró 107.000 vidas en Estados Unidos en 2021, según datos oficiales. El presidente ha enarbolado de nuevo un discurso nacionalista para responder a una iniciativa que circula en el Congreso estadounidense y que pretende clasificar a los carteles mexicanos como grupos terroristas para dar facultades al presidente de Estados Unidos de emprender acciones militares en México. Líderes republicanos como el congresista Dan Crenshaw y el senador Lindsay Graham no han reparado en sus críticas contra el Gobierno mexicano, en lo que los analistas han interpretado como una estrategia con miras a las elecciones presidenciales del próximo año. Pero también hay políticos demócratas, como el senador Bob Menéndez, que se han sumado a los cuestionamientos y los medios de comunicación estadounidenses han dado amplia cobertura a las dudas sobre la capacidad de México de hacer frente al crimen organizado. “¿Por qué no se habla de los carteles en Estados Unidos? De eso no hablan”, reviró López Obrador. “Allá es como el castillo de la pureza”, ironizó.

El presidente aprovechó la controversia para cargar también contra el expresidente Calderón y contra Marko Cortés, líder del Partido Acción Nacional (PAN), la principal fuerza opositora. Cortés exigió a López Obrador que volviera a abrir la puerta a la DEA para colaborar en el combate contra la delincuencia y lo acusó de establecer un “narcoestado” en México. “Este señor me recomienda que nos alineemos a la DEA y agrega en una declaración que si yo no me alineo, me va a pasar lo de García Luna. Yo no soy Calderón”, dijo el mandatario. “Es evidente que hay en México una persecución político-mediática en mi contra”, señaló Calderón en Madrid, en las primeras declaraciones que hizo a los medios tras el juicio a García Luna. “Urge parar el desastre y retomar la cooperación internacional porque los abrazos a criminales tienen a México bañado en sangre”, respondió Cortés, en su último duelo con el presidente. “Ustedes, la mayoría de los medios, lo que quieren es crear una percepción de inseguridad, para decir que no funciona el Gobierno populista, comunista, caudillista, mesiánico de López Obrador”, acusó el presidente. “En estos últimos años es cuando más estadounidenses han llegado a vivir a México, entonces, ¿qué es lo que está sucediendo? ¿Por qué esa paranoia?”, agregó. Ebrard comentó antes de su viaje para encabezar la reunión con los cónsules en Estados Unidos que “México será defendido”.

“Son discursos para consumo interno, en los que media un componente nacionalista, pero la relación entre ambos países va más allá de todo eso”, señaló Roberto Zepeda, académico de la Universidad Nacional Autónoma de México, en una entrevista con este diario la semana pasada. En medio del ruido, los Gobiernos de López Obrador y Biden han buscado mantener canales de comunicación. A finales de la semana pasada, López Obrador se reunió con Elizabeth Sherwood-Randall, asesora de la Casa Blanca para Seguridad Nacional, para hablar del tráfico de fentanilo y de armas. Casi al mismo tiempo que el embajador estadounidense, Ken Salazar, conversó con el fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero. La reunión con Kerry no tiene nada que ver con el tema de seguridad y se centrará en el impulso a energías renovables y en las oportunidades económicas que puede haber en la zona fronteriza en este rubro. Pero el mensaje es claro: El Gobierno de México quiere responder a las críticas de la oposición estadounidense y dar señales de que su interlocución con la Administración de Biden está intacta. El político demócrata participará como invitado de honor en la conmemoración del natalicio de Benito Juárez en Guelatao, Oaxaca. Es una forma también de minimizar los roces que ha tenido López Obrador con miembros del Gabinete como el secretario de Estado, Anthony Blinken. “En México hay más democracia que en Estados Unidos”, dijo el presidente mexicano a finales de febrero, tras señalamientos del jefe de la diplomacia estadounidense sobre el rumbo que ha tomado la democracia en el país latinoamericano. El tema de seguridad se ha afianzado como el asunto más espinoso en la agenda bilateral a últimas fechas. Es un nuevo frente abierto para Biden, que ha tenido en la gestión de la crisis migratoria su talón de aquiles frente a los republicanos, y para López Obrador, que ha dejado claro que no va a ceder y que va a sacar pecho frente a sus bases en México. El pronóstico de los especialistas en las relaciones entre ambos países es que la polémica seguirá y se profundizará conforme se acerque la fecha en la que los estadounidenses elijan presidente el próximo año.

La onda expansiva de las imágenes de cuatro ciudadanos estadounidenses a merced de la violencia del narco mexicano en Matamoros, uno de los focos de la delincuencia organizada en el país, corrieron como la pólvora esta semana en Washington ―por los pasillos del Capitolio, por los despachos de las embajadas y de la Administración de Joe Biden y por las redacciones de los grandes medios― hasta provocar una escalada del bando más extremo del partido republicano contra el Gobierno mexicano. Esa andanada ha incluido acusaciones contra el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, de un ex fiscal general de la era Trump, William Barr, por no hacer lo suficiente por combatir el crimen organizado y también la respuesta de este, que se revolvió ante estos ataques y denunció su intervencionismo. “A México se le respeta, no somos un protectorado ni una colonia de Estados Unidos”, zanjó López Obrador.

Los cuatro amigos cuyo viaje ha desatado la penúltima tormenta diplomática habían conducido desde Carolina del Sur para, supuestamente, acompañar a una de ellos a someterse a una operación de cirugía estética. Atravesaron la frontera por el paso de Brownsville (Texas) y, una vez en Tamaulipas, acabaron metidos en una persecución en la que participaron hasta nueve vehículos y cuyo desenlace recogido en vídeo ha sido repetido una y otra vez en las televisiones por cable estadounidenses estos días. Dos de ellos volvieron a casa dentro de un ataúd. A los otros dos los encontraron con vida el martes y ya están de regreso en Estados Unidos. El suceso proporcionó un suculento alpiste para los halcones del ala más extrema del Partido Republicano, que desempolvaron una vieja aspiración, tan vieja, como, al menos, la presidencia de Barack Obama, y, después, la de Donald Trump: nombrar a los cárteles de la droga como grupos terroristas y otorgar facultades al presidente Biden para lanzar operaciones militares en territorio mexicano con el pretexto de frenar el tráfico de fentanilo, droga que ha contribuido a batir de nuevo el récord de muertes por sobredosis en Estados Unidos: 107.000 en el último año. Dos representantes republicanos, Michael Waltz (Florida) y Dan Crenshaw (Texas), introdujeron en el Congreso en enero un proyecto de ley que permitiría emplear “la fuerza militar contra los cárteles”. “No podemos permitir que organizaciones letales y fuertemente armadas desestabilicen México y metan personas y drogas en Estados Unidos. Debemos comenzar a tratarlos como al Estado Islámico, porque eso es lo que son”. Y esta semana Lindsey Graham, senador por Carolina del Sur, se sumó a la corriente de un duro artículo de Barr en The Wall Street Journal, con la convocatoria de una conferencia de prensa el miércoles para prometer que Estados Unidos “desatará toda su furia y poderío”. “Destruiremos su modelo de negocio y su estilo de vida porque nuestra seguridad depende de ello”. Graham se dirigió específicamente a López Obrador, lo mismo que Crenshaw: “¿Por qué protege a los carteles?”, preguntó este al mandatario mexicano.

El Partido Republicano controla la Cámara de Representantes, pero el Senado está en manos de los demócratas, de modo que la iniciativa de Waltz y Crenshaw tiene pocos visos de prosperar. Y si lo hiciera, se toparía con un muro de trabas legales para llevarla a cabo, y, en última instancia, con la oposición de Biden, aunque nadie en su partido haya salido a discutir esos planes: aparentar debilidad con México no vende políticamente en el Estados Unidos de la crisis del fentanilo y de camino a la campaña presidencial de 2024. Por ese interés electoral, el caso de Matamoros ha calado especialmente en el argumentario de un Partido Republicano plenamente metido en precampaña. Al insistente recurso de la crisis de la frontera, se añade así el fantasma de la seguridad, como se pudo comprobar hace uno días en los discursos de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), que convoca a la facción más trumpista. Del otro lado de la frontera, se acusa a Estados Unidos de no haber reconocido su parte de responsabilidad en el combate contra el narcotráfico. Es un nuevo choque entre el país de la demanda y el de la oferta de drogas. Entre una sociedad de consumidores sumida en una profunda crisis de consumo de opiáceos y otra que arrastra cientos de miles de muertos en casi dos décadas de guerra contra los cárteles, las organizaciones criminales más poderosas del mundo.

“El problema que tienen en este país”, sostuvo esta semana una fuente diplomática mexicana en Washington, “es que siempre se pone el foco del lado de la oferta, y no tanto de la demanda. Siempre es: ‘Mira el veneno que nos están mandando los narcos’. Y nunca se paran en otras aristas de un problema terriblemente complejo. Por ejemplo: en que cuatro de cada cinco adictos a los opiáceos en Estados Unidos empezaron gracias a la prescripción de analgésicos como el Oxycontin. Dicho lo cual, las imágenes de esta semana son terribles, muy difíciles de contrarrestar”. Los últimos presidentes de México han tenido que lidiar con las presiones llegadas en materia de seguridad del Norte y acentuadas tras casos como el de Tamaulipas. Pero esta vez, el Gobierno de López Obrador considera que se ha llegado demasiado lejos. “De una vez fijamos postura: nosotros no vamos a permitir que intervenga ningún gobierno extranjero y mucho menos las fuerzas armadas de un gobierno extranjero en nuestro territorio”, dijo el mandatario el pasado jueves. “México jamás permitiría algo así”, zanjó Marcelo Ebrard, el secretario de Relaciones Exteriores, que apuró su regreso de una gira de trabajo por Asia tras el episodio del secuestro de los estadounidenses. El canciller afirmó que la propuesta de los republicanos es “inaceptable” y lamentó que se enarbole un discurso antimexicano con fines electorales. “Saben que la pandemia del fentanilo no se origina en México, sino en Estados Unidos”, agregó Ebrard, que advirtió de “consecuencias catastróficas para la cooperación binacional contra las drogas” si la iniciativa sigue adelante.

“Son discursos para consumo interno, en los que media un componente nacionalista, pero la relación entre ambos países va más allá de todo eso”, señala Roberto Zepeda, académico de la Universidad Nacional Autónoma de México. En su opinión, el escenario de una ruptura definitiva aún es lejano e improbable. Ambos países comparten más de 3.000 kilómetros de frontera, el flujo fronterizo más intenso del mundo y actividades comerciales que superan los 660.000 millones de dólares anuales, según datos oficiales. “México forma parte del perímetro de seguridad de Estados Unidos y no le convendría abrir ese frente”, continúa, sobre todo en una coyuntura como el conflicto comercial con China y la invasión rusa de Ucrania. Desde los círculos diplomáticos mexicanos de Washington, se recuerda que una iniciativa como la que se está planteando se ha enfrentado en el pasado con el muro de su dudosa legalidad desde el punto de vista del derecho internacional. También, que en medio de las tensiones, López Obrador recibió a finales de esta semana en la sede del Gobierno a Elizabeth Sherwood-Randall, asesora de la Casa Blanca para Seguridad Nacional, para hablar del tráfico de fentanilo y de armas. Es decir, de lo que cada socio reclama al otro: Washington quiere frenar el narcotráfico y México quiere que el comercio ilegal de fusiles estadounidenses deje de nutrir a los cárteles. En paralelo, el embajador de EE UU, Ken Salazar, se reunió en Ciudad de México con el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, para tratar los mismos temas. Desde octubre de 2021, ambos países anunciaron un nuevo marco de trabajo en seguridad conocido como el Entendimiento Bicentenario, que ha acelerado la extradición de capos mexicanos en los últimos meses y el intercambio de información para capturarlos. En la lista de deseos de Washington hay nombres como Rafael Caro Quintero y Ovidio Guzmán, el hijo de El Chapo, y ya están en marcha los trámites para que sean llevados ante la justicia estadounidense. 

Un artículo del semanario Los Angeles Times manifestó que la vida de Hiram Bingham como profesor y explorador fue usada como inspiración para los fundamentos del personaje de Indiana Jones. Indiana Jones es una franquicia de medios concebida por el director de cine estadounidense George Lucas, y conformada primordialmente por las películas ‘Raiders of the Lost Ark’ (1981), ‘Indiana Jones and the Temple of Doom’ (1984), ‘Indiana Jones y la última cruzada’ (1989) e ‘Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal’ (2008), todas ellas dirigidas por Steven Spielberg y protagonizadas por Harrison Ford. Paramount Pictures es la responsable de la distribución de las películas estrenadas hasta ese momento. ‘Sonríe Francisco Villa, por favor”

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