La paz más cerca en Colombia, entre aromas de café

El Ejército de Liberación Nacional (ELN) busca un acuerdo con el presidente Gustavo Petro en La Habana. Indígenas y militares lloraron juntos en el rescate de cuatro niños perdidos en la Selva Amazónica. El perro rescatista ‘Wilson’ quiso quedarse con la Madre Tierra…, ‘escribe’ Gabriel García Márquez

EL BESTIARIO

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

El café Juan Valdés transforma laberintos de violencia en jeroglíficos de paz. El expresidente de Colombia, Juan Manuel Santos, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz 2016 por sus esfuerzos en el proceso de terminar una guerra de más de medio siglo, con la guerrilla de las FARC. Este país latinoamericano es la confirmación ‘einsteniana’ en la tierra de que el universo es un caos perfectamente ordenado que permite su equilibrio y su existencia. El cinismo manipulador de los políticos y la ignorancia, inconsciencia o irresponsabilidad de los votantes, un cóctel fatal nos llevó al terrible “no” al acuerdo, y al “sí” a la perpetuación de un conflicto civil, Su autor intelectual, el exmandatario Álvaro Uribe. Al ritmo de cumbia y vallenato la ‘guerrillada’ da sus primeros pasos hacia una vida que les era, les es, incierta. Rodrigo Londoño, alias ‘Timochenko’, pidió perdón por el daño causado estos 50 años, gestos, tardíos todos, no importa, los colombianos tienen ya un camino a la paz.

Desde Belisario Betancur hasta Juan Manuel Santos, todos los presidentes, sin excepción, lo han intentado con determinación, con buena fe, interpretando el deseo de la inmensa mayoría de los colombianos. A todos hay que agradecer sus esfuerzos, su contribución. Ahora está en las manos de los protagonistas de verdad: los ciudadanos de este gran país que es Colombia. No hay, no puede haber, acuerdos “perfectos” porque no serían acuerdos. Los hay posibles e imposibles. Y este es posible, el mejor de los posibles, aunque cada uno tenga derecho a pensar en que lo hubiera hecho mejor. Por eso, esta es la hora de la unidad por la paz, por el fin del horror. Para resarcir a las víctimas, a los desplazados, para volver a convivir, para reconciliar a todos los hombres y mujeres de buena fe. El Ejército de Liberación Nacional (ELN), la última guerrilla en armas en Colombia, se ha vuelto a sentar en una mesa de conversaciones en busca de un acuerdo de paz, por primera ocasión con un Gobierno de izquierdas, el de Gustavo Petro. Los equipos negociadores de ambas partes instalaron el lunes 21 de noviembre de 2022 en el cerro Ávila, en las afueras de Caracas, Venezuela, la reanudación del “diálogo político” que habían iniciado en marzo de 2016, en el periodo de Juan Manuel Santos (2010-2018), y habían suspendido en enero de 2019, durante la Administración de Iván Duque (2018-2022), luego de un atentado con carro bomba contra una escuela de cadetes en Bogotá que dejó 23 muertos.

Las delegaciones anunciaron un cese al fuego de seis meses, a partir del 3 de agosto de 2023, en el cierre del tercer ciclo de negociaciones en Cuba, el pasado 9 de junio, además de un acuerdo sobre la participación de la sociedad civil en el proceso. Son los avances más significativos hasta ahora. El primer ciclo se cumplió en Caracas, el segundo en Ciudad de México y el tercero en La Habana. La mesa regresa a Venezuela para el cuarto ciclo, que se inicia el 14 de agosto. ¿Cuándo se inició el proceso de paz? El Gobierno de Juan Manuel Santos pactó una agenda de negociación con el ELN, que se divulgó también en Caracas, en marzo de 2016. Postergadas por un tira y afloja en torno al tema del secuestro, la fase pública de las conversaciones solo se inició a comienzos de 2017 en una antigua hacienda tabacalera en los alrededores de Quito, Ecuador. En aquel entonces, se arrancó con la premisa de que las sesiones de trabajo también podían tener lugar en Brasil, Venezuela, Chile o Cuba –además de contar con Noruega como país garante–. La mesa se trasladó en el final del periodo de Santos a La Habana, Cuba –que ya había albergado la negociación que desembocó en el acuerdo de paz con las FARC–.

Iván Duque –un crítico del acuerdo con las FARC– heredó la negociación con el ELN, pero la dio por terminada cuando llevaba un semestre en el poder luego del atentado contra una escuela de cadetes en Bogotá que causó 23 muertos, en enero de 2019. La ruptura trajo repercusiones diplomáticas para La Habana. Duque desconoció los protocolos firmados por las partes –incluyendo los países garantes–, lo que dejó en el limbo a la delegación del ELN que se encontraba en Cuba. La isla se negó a extraditarlos, amparada en los protocolos. Cuando el Gobierno de Donald Trump en Estados Unidos designó a Cuba como un “Estado patrocinador del terrorismo”, en enero de 2021, justificó su decisión en los reclamos de Duque. El Gobierno de Petro se propuso retomar los diálogos, desde el punto en que quedaron suspendidos, tan pronto llegó al poder, el 7 de agosto de 2022. “Partimos de lo ya existente, de lo ya pactado, no nos estamos inventando nada”, ha dicho el alto comisionado para la Paz, Danilo Rueda. “En mayo de 2025 cesa definitivamente la guerra de décadas entre ELN y el Estado”, ha augurado el presidente Gustavo Petro.

La avioneta se estampó contra el suelo después de planear sobre los árboles. Los cadáveres del piloto y de un amigo de la familia se quedaron en el interior del aparato. Los dos habían muerto del impacto. La madre, que en un primer momento se creyó que murió en el acto, resultó herida de gravedad y falleció a los cuatro días. Fue entonces cuando Lesly, de 13 años, cayó en la cuenta, de golpe, de que ella y sus tres hermanos pequeños habían sobrevivido a un accidente aéreo en mitad de la selva colombiana. A partir de ese instante, sola, sin ayuda de nadie, tuvo un único propósito: mantenerlos con vida en un lugar tan inhóspito y peligroso. Cuando los rescataron a todos, 40 días después, desnutridos y con cara de susto, los niños tenían ganas de jugar y leer. Los cuatro hermanos vivían con sus padres en Araracuara, un pueblo en el corazón de la selva amazónica donde un presidente colombiano ordenó construir en los años 30 del siglo pasado una cárcel en la que encerrar a los criminales más peligrosos. Encerrar es una forma de hablar. En realidad, los presos vivían al aire libre, en medio de un terreno pantanoso y lleno de maleza. El que quisiera escapar y adentrarse en la selva firmaba su sentencia de muerte. Las siguientes generaciones que nacieron allí, muchas descendientes de convictos, aprendieron a vivir entre culebras, jaguares y plantas venenosas.

Lesly, como hija de aquel entorno, conoce los secretos de la selva. Sabe guiarse por los rayos del sol que se filtran entre los árboles, reconocer los caminos transitables, las ramas quebradas, los hongos comestibles, según un tío de la menor. Un urbanita difícilmente sobreviviría en ese paraje, pero la gente de las comunidades indígenas se orienta con facilidad y puede recorrer 30 kilómetros en una jornada sin zapatos de aventura. Lesly había crecido con esas enseñanzas. A la larga le iban a salvar la vida a ella y sus hermanos. Pero todavía tenía que subirse a esa avioneta, la Cessna 206, matrícula HK 2803, pilotada por un hombre que antes había sido taxista, Hernán Murcia. Era el Primero de Mayo. La madre, Magdalena Mucutuy, y sus cuatro hijos iban a encontrarse con el padre, Manuel Ranoque. Él, que era gobernador del resguardo indígena más cercano, había huido de Araracuara después de ser amenazado por la guerrilla. Esperaba empezar una nueva vida con toda su familia en Bogotá, la capital del país.

El vuelo salió desde su pueblo y debía llegar a San José del Guaviare, la capital de departamento más cercana. El trayecto supone recorrer una buena parte de la selva. A mitad de camino, sobre el río Apaporis, el piloto reportó el fallo de un motor. Fue la última comunicación que tuvo con la torre de control. Después de eso empezó a perder altura. Por el trazado que hizo la nave, se cree que el piloto trató de amerizar en el río, pero no le dio tiempo e intentó posarse sobre los árboles. El golpe fue igual de brusco y la avioneta acabó cayendo al suelo. Por algún motivo que por ahora nadie ha logrado explicar, los cuatro niños sobrevivieron sin apenas heridas. Las autoridades que vieron perderse ese vuelo dieron por hecho que no había supervivientes. No fue hasta 16 días después que unos indígenas encontraron la avioneta con los tres cadáveres dentro.

¿Dónde estaban los menores? Aparecieron un biberón, una manzana mordida, una goma del pelo y unos pañales que daban a entender que estaban vivos. ¿Pero dónde? Lesly (13 años), Soleiny (9 años), Tien Noriel (4 años) y Cristin Neriman (11 meses) comenzaron un periplo en la selva que iba a alargarse más allá de lo imaginable. Lesly los lideró en todo momento y se ocupó de mantenerlos sanos y salvos. Se sabe que se alimentaron con lo que podían y, más tarde, de los kits que los rescatistas lanzaron desde el cielo. Más de 120 miembros de las fuerzas especiales colombianas y 85 indígenas se encargaron de buscarlos como fuera mientras ellos vagaban sin rumbo por el bosque húmedo más grande del planeta. En el camino se toparon con un perro que los acompañó durante un buen trecho y que les hizo muy buena compañía. Un buen día, se lo tragó la selva y nunca supieron más de él: su mejor amigo se perdió. Ahí dentro siempre es de noche por el espeso follaje y es difícil advertir más de una silueta a 20 metros. Si alguien se aleja más de esa distancia puede perderse y nunca más aparecer. Así que los niños debieron permanecer muy juntos. Lesly, según una fuente militar, es la que cargaba al bebé la mayor parte del día.

Lo que nos falta ahora es que Donald Trump acabe siendo presidente., el próximo 2024. Los resultados de las encuestas preelectorales, al igual que en 2016 destacan por el cinismo manipulador de los políticos y la ignorancia, inconsciencia o irresponsabilidad de los potenciales votantes. He aquí el cóctel fatal que llevó a Trump a la candidatura presidencial republicana, condujo a la victoria del Brexit en Reino Unido y, lo más terrible hasta la fecha, al ‘no’ al acuerdo de paz en el plebiscito colombiano y al sí a la perpetuación de una guerra civil que ha durado medio siglo. El escritor inglés John Carlin destacaba en una columna que en todos los casos ha triunfado la mentira. Existe un hilo conductor entre Álvaro Uribe, el populista hombre orquesta que dirigió la campaña por el no en Colombia; Boris Johnson, la figura más carismática por el no a la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea; y Trump, que insulta a la verdad cada hora del día para que la estupidez tome posesión de la Casa Blanca… “Los votantes, mientras, se dejan conducir como vacas al abismo. Con perdón de las vacas, que seguramente demostrarían más sentido común ante la perspectiva de la autoaniquilación que las variedades de homo sapiens que habitan Colombia, Inglaterra y Estados Unidos. El ‘plebiscidio’ colombiano ha sido la obra maestra de la larga carrera política del expresidente Uribe que logró ganarse las mentes (si esa es la palabra) y los corazones (oscuros) de la mayoría de aquellos pocos colombianos que se tomaron la molestia de participar en el voto más importante de la historia de su país. Les recordó lo que todos sabían, que las guerrillas de las FARC con las que el gobierno colombiano había firmado el acuerdo de paz, eran detestadas por el 95 por ciento, o más, de la población; acto seguido les convenció que, abracadabra, si a las FARC se les dejaba participar en la política, como contemplaba el acuerdo, ganarían las siguientes elecciones y su líder, un marxista caducado apodado ‘Timochenko’, sería el próximo presidente del país. Más de la mitad de los colombianos que votaron fueron incapaces de detectar la ilógica matemática de su planteamiento…”.

Colombia trata de digerir aún el resultado del plebiscito. El rechazo en las urnas al acuerdo entre el Gobierno y las FARC, que nadie supo predecir, obligó a la élite política y a la guerrilla a tratar de consolidar la unión de un país fracturado en dos. Nada más conocerse los resultados, tanto el presidente, Juan Manuel Santos, como el líder de las FARC, alias ‘Timochenko’ y el gran triunfador de la jornada, el exmandatario Álvaro Uribe, abanderado del ‘no’, lanzaron mensajes conciliadores. “Seguiré buscando la paz hasta el último minuto de mi mandato porque ese es el camino para dejarles un mejor país a nuestros hijos”, aseguró Santos después de la derrota, un varapalo monumental a su imagen, ya en entredicho antes del plebiscito. Desde el primer momento, el presidente prometió que la última palabra sería de los colombianos. La consulta que no tenía necesidad de convocar, se le volvió en su contra. “Como jefe de Estado, soy el garante de la estabilidad de la nación, y esta decisión democrática no debe afectar dicha estabilidad, que voy a garantizar. Como presidente, conservo intactas mis facultades y mi obligación para mantener el orden público y para buscar y negociar la paz. El cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo sigue vigente, y seguirá vigente. Escucho a los que dijeron no y escucho a los que dijeron sí…, aseguró. La invitación al diálogo fue correspondida por su antecesor, Álvaro Uribe. “Colombianos, corrijamos el rumbo. Todos queremos la paz”, aseguró en tono pausado. En cuestión de horas, y ante la sorpresiva votación, los líderes políticos rebajaron los tonos incendiarios de las últimas semanas. “Vamos a trabajar con el Gobierno para poder reconducir este acuerdo y para que esta paz llegue a buen puerto, con justicia, reparación, reconciliación y perdón”, insistió Uribe. “Una paz en donde quepamos todos y no sólo la mitad de los colombianos”.

El presidente convocó una reunión a la que acudieron todas, salvo el Centro Democrático, del expresidente Uribe, que pidió un encuentro solo con delegados que designe el Gobierno. Antes de ese encuentro, Santos recibió a Humberto de la Calle, a quien había encargado viajar a La Habana, junto a Sergio Jaramillo, Alto Comisionado para la Paz, para que mantuviesen reuniones con la delegación de las FARC. El jefe negociador puso, no obstante, su cargo a disposición del presidente. “Los errores que hayamos cometido son de mi exclusiva responsabilidad. Asumo plenamente mi responsabilidad política. No seré obstáculo para lo que sigue. Continuaré trabajando por la paz sin pausa en el lugar donde yo pueda ser útil”, aseguró De la Calle. “La paz no ha sido derrotada. Respeto profundamente las opiniones en contra. Es el momento de la unión. Hay que buscar un acuerdo nacional”, aseguró De la Calle. Quienes también se mostraron partidarios de no echar por la borda todo lo negociado fuero los miembros de la guerrilla. “Las FARC mantienen su voluntad de paz y reiteran su disposición de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro”, aseguró ‘Timochenko’ en un comunicado. Tras las buenas intenciones, todos buscaban una salida dentro de un mar de incertidumbres…

Boris Johnson, el bufonesco actual canciller británico, mintió descaradamente a los votantes sobre los millones de euros que Reino Unido entregaba cada semana a la Unión Europea e insinuó al dócil electorado que si su país permanecía con Bruselas, Turquía se vaciaría y sus 78 millones de habitantes se trasladarían a territorio británico. Donald Trump dice tantas mentiras que se necesitaría un libro para documentarlas todas pero la más gorda, aquella que cuenta que solo un muro de 3.200 kilómetros podría impedir una invasión de violadores y narcotraficantes mexicanos, es la que más ha resonado entre sus fieles. En todos los casos -Uribe, Johnson, Trump- la mentira ha sido un instrumento del miedo, la más primaria de las emociones humanas, la que más alborota los procesos mentales de los niños pequeños, la que apela a los terrores que asaltaron a nuestros ancestros desde que se empezaron a escribir los libros de historia, y seguramente desde antes de la edad de piedra, aquellos terrores que tenemos anclados en las profundidades del cerebro reptiliano. Mucha red digital, mínimo criterio racional. La ciencia evoluciona pero el animal humano no. Infantil y primitivo, no deja de ser presa fácil de las vanidades, de las locas ansias de poder y del cinismo de los machos alfa manipuladores. El año 2016 nos lo demostró con más claridad de lo habitual, pero no es ninguna excepción a la regla.

Miles de pequeños y medianos caficultores en Colombia bloquearon meses atrás las principales carreteras de los departamentos donde se concentra el cultivo del café, para protestar por lo que han calificado como un abandono del gobierno en uno de los momentos de mayor crisis por la que atraviesan los agricultores del grano en el país. Los caficultores describen el presente del producto que ha identificado a Colombia ante el mundo como crítico y exigen soluciones a corto plazo. Por eso, después de varios días de paro, los ministros del presidente Juan Manuel Santos iniciaron una mesa de diálogo a la que invitaron a 28 líderes cafeteros. En la primera reunión, que se prolongó por 12 horas, no se lograron acuerdos que pusiera fin a los bloqueos que han provocado disturbios con la policía y desabastecimiento de alimentos y gasolina, pero se abrieron brechas firmes de diálogo. Mientras esto ocurría en Colombia, Cuba se había convertido en eterno escenario de unas interminables negociaciones entre Gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia- Ejército del Pueblo, FARC-EP, eso sí, gracias a los inagotables sorbos de cafés… Los granos cubanos como “Serrano”, “Cubita”, “Arriero”, “Caracolillo”, Turquino”… se imponían en La Habana, con el permiso del aroma de Juan Valdez. Lo importante es que la infusión de la drupa de dos nueces y con pulpa azucarada de los cafetos, logró ‘transformar’ laberintos de violencia en jeroglíficos de paz.

Colombia es el cuarto productor mundial de café después de Brasil, Vietnam e Indonesia, pero sus grandes bonanzas hacen parte del pasado. “Colombia llegó a producir 14 millones de sacos en promedio al principio de la década de los 90 y viene decreciendo. Hoy está en ocho millones de sacos y podría llegar a seis”, afirma Pedro Echavarría, empresario caficultor que cree que una de las razones más fuertes es que el café ya no es un cultivo rentable. “Colombia va a ser por muchos años más un país cafetero, pero cada año va ser menos importante en el contexto mundial del café”, afirma el caficultor. La guerrilla de las FARC se solidarizó con las protestas iniciadas por miles de caficultores, y culpó de esa situación, muy en su papel rupturista, a la política económica del presidente Juan Manuel Santos. “Aunque el Gobierno Santos pretenda que su política económica no es objeto de discusión en la mesa de La Habana, la realidad es que el pueblo colombiano la está rebatiendo con movilizaciones, paros y protestas en todo el territorio nacional”, señala el número dos de las FARC y jefe de su equipo negociador en el proceso de paz con el Gobierno en Cuba, Luciano Marín Arango, alias ‘Iván Márquez’. El grupo insurgente recordaba que cuando tomó posesión Juan Manuel Santos “prometió convertir a cada campesino colombiano en un próspero y sonriente Juan Valdés”, reconocido personaje de los anuncios de café colombiano…

¿Será la firma de un acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC-EP el paso esencial para la normalización de la vida política, social y económica en Colombia? Ante el proceso de diálogo para la finalización del conflicto armado que el Gobierno de Colombia y las FARC-EP iniciaron a finales de 2012 en La Habana, han surgido esperanzas contenidas en una población agotada por años de terror, pero también se han reactivado grandes interrogantes y escepticismos, siempre presentes en esa Colombia invisible que padece la lógica de la violencia, alejada cada día más del ajetreado ritmo cosmopolita y pujante de Bogotá y Medellín. ¿Son acaso las FARC-EP la piedra angular de ese laberinto violento que impide el normal funcionamiento del aparato del Estado en algunos territorios, o son ya un actor de reparto más en el músculo mafioso y criminal del narcotráfico y de otras industrias, que son parte del mosaico violento en Colombia? ¿Cuál es la dimensión y el alcance real de la solución política al conflicto colombiano, del diálogo actual? ¿A quién representan las FARC-EP y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), y qué nivel de legitimidad política y social tienen?

La violencia en Colombia se constituye como un modus vivendi y operandi del proceso político, como mínimo desde 1946, cuando las élites liberales y conservadoras pusieron en marcha un estilo en la concepción de las relaciones de poder que se ha ido sofisticando y mutando durante todos estos años, a través de los procesos de colonización dados hasta 1964 en el Tolima, Caldas o Valle del Cauca, la aparición de los movimientos guerrilleros en los 60 (como las propias FARC-EP, EPL o ELN), la creación de las estructuras paramilitares de los 90 como las AUC (que en poco se diferencian de las guerrillas de paz o guerrillas del Llano de mediados del siglo XX), la cultura de los llamados traquetos y la época de los carteles de Cali y Medellín, que tuvieron como mayor exponente la figura de Pablo Escobar. Se le dice traqueto en Colombia a la persona o individuo relacionado directamente con el tráfico de sustancias ilegales, de manera más específica cocaína y marihuana. El nombre suele darse, sobre todo, a los mandos medios o a quienes se destacan por la ostentación del dinero que trae el tráfico ilegal. El título no suele darse a los grandes capos, ni a aquellos que prefieren mantener un bajo perfil. La palabra traqueto surge de la onomatopeya del sonido de una ametralladora al disparar. Todo ese combo, esa amalgama de procesos perfectamente relacionados entre sí, estructuras visibles o invisibles, intereses e impunidades, legales o ilegales cocidos a lo largo de más de medio siglo como parte intrínseca de las dinámicas políticas, sociales y económicas, con mayor profundidad en lo local, han ido construyendo, dinamizando y transformando la sociedad colombiana y constituyen el verdadero laberinto de la violencia y un jeroglífico difícil de interpretar en la búsqueda de la paz social, la buena gobernanza y el desarrollo rural.

Colombia es uno de los grandes países de América del Sur, con la doble extensión de Francia, multifacético -la costa, la cordillera, sus sabanas-, millones de habitantes, muy rico, ganadería, café, esmeraldas, notable industria siderúrgica y textil, suficiente petróleo como para el autoabastecimiento energético y expectativas de mayores y mejores yacimientos… Es la confirmación ‘einsteniana’ en la Tierra de que el universo es un caos perfectamente ordenado que permite su equilibrio y su existencia. Miles de guerrilleros en las montañas y en las ciudades, pertenecientes a diversas columnas, fracciones y partidos; la guerrilla más vieja de América Latina -en su sentido moderno-, contra la que las fuerzas armadas han demostrado sobradamente su impotencia; 15% de analfabetismo; 60% de mortalidad infantil, entre 15.000 y 18.000 gamines -niños abandonados o explotados- en Bogotá; cocaína, tercer productor mundial; la mejor marihuana del mundo…,Un bipartidismo perfecto liberal-conservador que ha corrompido la política del país, un clientelismo aún más perfecto -el voto compra un empleo público-, una corrupción extendida como una metástasis y que alimenta tanto el narcotráfico como las oligarquías de los dos grandes partidos, y violencia, mucha violencia, una violencia profundamente entrañada en el alma del colombiano -un sujeto, por lo demás, dotado naturalmente para la cortesía y hasta para el refinamiento social, incluidos, y hasta preferentemente, sus estamentos más humildes-. Es difícil e inevitable intentar explicar las raíces de la violencia en Colombia; difícil, porque son los propios colombianos quienes encuentran dificultoso el análisis y lo distribuyen entre, una herencia de la guerra por la independencia y las guerras civiles entre conservadores y liberales, e inevitable, porque poco tiene que ver la guerrilla colombiana con las de sus hermanas del subcontinente de décadas pasadas.

Enmontonarse es un verbo de fácil conjugación en Colombia: echarse al monte, acumularse en él. Allí, toda la familia, armada, se refugiaba para defenderse del bandolero que asolaba el poblado, o de las partidas liberales o conservadoras, según la filiación de cada casa. Las FARC-EP eran dirigidas por un secretariado de siete miembros que estuvo bajo el comando de Pedro Antonio Marín, conocido por los alias de ‘Manuel Marulanda’ o ‘Tirofijo’ hasta su fallecimiento en marzo de 2008. Desde entonces, su líder en jefe fue Guillermo León Sáenz alias ‘Alfonso Cano’ hasta que fue abatido por el Ejército de Colombia el día 4 de noviembre de 2011. Días después la organización confirma por medio de un comunicado que su nuevo ‘Comandante en jefe’ es Rodrigo Londoño Echeverri, alias ‘Timochenko’ o ‘Timoleón Jiménez’. La guerrilla carece de padre, no tiene su Castro, o su Che, o su Firmenich. La guerrilla en Colombia creció como el café. Y, como el café, es enérgica y buena. Buena en el doble sentido -no se me malinterprete, pues después de una experiencia de ‘lucha armada’ o terrorismo en mi País Vasco natal, somos mayoría los ciudadanos de esta zona de España que rechazamos toda violencia en la actuación política- de que en Colombia hay que tener muchos años y achaques, poco corazón o demasiado cinismo político para no intentar romper el esquema bipartidista que ha consolidado la lenta decadencia del país y en el que la guerrilla colombiana, por tradición, es un elemento más del mapa político.

La guerrilla en Colombia se enmontona para negociar, y sólo en sus más extremados extremos pretendió derrota absoluta de sus adversarios -incluido, el Ejército-, juicios populares en los estadios de fútbol o paredones de fusilamiento. De otra manera, resultaría incomprensible que un presidente conservador, aunque fuera de la alteza de miras de Belisario Betancur, pudiera fraguar un alto el fuego con las guerrillas. Cierto es que las grandes esperanzas depositadas en el acuerdo de alto el fuego de 1984 entre la presidencia de Betancur y las principales organizaciones guerrilleras -basado en una amnistía previa, y promesas fracasadas de reformas constitucionales y administrativas que desbloquearan la esclerótica vida política del país- se vinieron al suelo… Pero el guerrillerismo en el país, pese a los fracasos relativos de la política pacificadora del conservador Betancur, continuó indefectiblemente hasta nuestros días…, donde el conflicto cafetalero resta columnas en las páginas de los grandes periódicos como El Espectador de Bogotá. La historia de los diálogos de paz con las FARC-EP no ha sido fácil. Reconocidos de manera oficial hubo tres intentos fallidos, durante los mandatos de Belisario Betancur (1982-1986), César Gaviria (1990-1994) y Andrés Pastrana (1998-2002). El primer intento se inicia el 28 de marzo de 1984, con Betancour. Las FARC-EP pactan una tregua, cese al fuego y la desmovilización de algunos de sus miembros para firmar junto al Partido Comunista un nuevo movimiento político, la Unión Patriótica (UP). En agosto de 1985, el asesinato de Iván Marino Ospina, uno de los jefes de la guerrilla, lleva a la ruptura del proceso.

En junio de 1991, con Gaviria, los diálogos se entablan primero en Caracas y luego en Tlaxcala, México. En marzo de 1992 se rompe el proceso por el asesinato del ex ministro Argelino Durán, quien había sido secuestrado por guerrilleros. El tercer intento se da con Pastrana. El 7 de enero de 1999 se instala la mesa de negociación en San Vicente del Caguán, un territorio desmilitarizado de 42.000 kilómetros cuadrados. El 20 de febrero del 2002, luego de dilatadas conversaciones, sin un cese bilateral del fuego, Pastrana rompe el diálogo tras el secuestro del congresista Eduardo Gechem. El máximo jefe de las FARC-EP, Rodrigo Londoño Echeverri, alias ‘Timochenko’ y el expresidente de Colombia, Juan Manuel Santos, han prometido “perseverar sin tregua en la lucha por la paz”. Aunque haya sectores colombianos contrarios a este nuevo proceso de paz, argumentando que el último sirvió a la guerrilla para potenciar su logística de guerra para aumentar sus operaciones, era de desear que ningún asesinato o secuestro rompiera la dinámica de paz iniciada y hoy finiquitada este histórico 23 de junio, víspera de San Juan, en La Habana, entre aromas de “Serrano”.

El Premio Nobel de Literatura, el colombiano Gabriel García Márquez, el de “Cien años de soledad”, también escribía de café en El Espectador de Bogotá o en Prensa Latina de México DF. El primer responsable de la oficina ‘chilanga’ de la agencia fundada por Ernesto Che Guevara y Jorge Ricardo Masetti Blanco, también conocido como “Comandante Segundo”, periodista y guerrillero argentino…, escribió este artículo, basado en un encuentro en el restaurante bogotano Gran Vatel… “A una hora de Bogotá, bajo el tibio clima de Santandercito, vive Arístides Gutiérrez, un agricultor que en parte sostiene a su madre y a sus dos hermanas, y las necesidades de su rancho, con lo que le produce la siembra y la recolección de café. Mientras en Bogotá cundía el pánico, Arístides Gutiérrez no había oído hablar de la baja sufrida por el café en Nueva York, y se dedicaba precisamente a inspeccionar el sombrío de sus treinta cafetos que rendirán su cosecha de abril. A esa misma hora, el gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, don Manuel Mejía, y el ministro de Hacienda, doctor Carlos Villaveces, conversaban sobre la situación del café en el restaurante Gran Vatel, donde ocuparon puestos inmediatos, por una delicada previsión diplomática de la embajada de Bélgica, que ofreció el almuerzo. El gerente del café, y el ministro que al menos por estos días puede llamarse el “ministro del café”, debieron de analizar todos los aspectos del grave problema que tan duramente afectaba a todos los sectores de la economía nacional, incluso -y de manera muy especial- a ese humilde y desconocido Arístides Gutiérrez, que en la cosecha pasada vendió tres arrobas de café en Santandercito, libra por libra, a cuarenta y ocho centavos la libra…”.

La problemática del café impregna la vida de Colombia. El arbusto de la región tropical, perteneciente a la familia de las rubiáceas que abarca 500 géneros y 8.000 especies se conoce como cafeto o planta productora de café. Uno de esos géneros es el ‘coffea’, constituido por árboles, arbustos y bejucos, que comprende unas 10 especies civilizadas, es decir, cultivadas por el hombre, y 50 especies silvestres. El fruto del cafeto que en el estado de madurez tomo un color rojizo y se conoce como cereza y sus semillas tostadas y molidas se utilizan para el consumo humano, está compuesto por: una cubierta exterior de color rojo o amarillo llamada pulpa; una sustancia gelatinosa azucarada, denominada mucílago o baba; una cubierta dura conocida como pergamino o cáscara; una cubierta más delgada y fina llamada película; y, finalmente, el grano o almendra que es la parte del fruto dura y de color verdoso que una vez tostada y molida se utiliza para la producción del café. En la Habana comenzaron a llegar presidentes de muchos países, desde primeras horas de este 23 de junio del 2016, entre ellos el presidente de México, Enrique Peña Nieto, para respaldar la firma de la paz entre el Gobierno y la Guerrilla de Colombia. “Me alegro inmensamente. Siempre ha sido más fácil hacer la guerra que construir la paz…”, declaraba el expresidente de España, el socialista Felipe González. “Hacer la paz, crear una cultura de paz, ampliar la democracia para que quepan todos los que estén dispuestos a renunciar a la violencia, recuperar a los desplazados, reconocer y compensar a las víctimas y trabajar, gobernar, para todos, con un desarrollo incluyente, es una tarea más compleja, más difícil, pero mucho más satisfactoria”, concluía uno de los protagonistas de la Transición Democrática tras la muerte del dictador Francisco Franco.

Ellos no lo podían saber, pero encontrarlos era una cuestión de honor para el presidente del país. Días después de la aparición de la avioneta, Gustavo Petro tuiteó que habían aparecido con vida. La noticia se volvió viral en minutos. Con el paso de las horas, sin embargo, los militares no terminaban de confirmarlo. Se supo después que una funcionaria se había dejado llevar por unos rumores en una comunidad indígena y dio por hecho que los habían encontrado. Petro tuvo que borrar el mensaje, toda una afrenta para un tuitero consumado como él. Quedó mal delante de todo el mundo y ordenó a las fuerzas militares que hicieran lo imposible por dar con ellos. Era un asunto de prioridad nacional. A esas alturas, los niños llevaban ya casi 20 días perdidos. El comandante encargado de la búsqueda, Pedro Sánchez, decía que si no fueran indígenas, las probabilidades de encontrarlos con vida serían muy bajas. Mantenía la fe por Lesly. Los rastreadores caminaron cientos de kilómetros, tejiendo con sus pasos una tela de araña sobre el mapa. Sin embargo, no terminaban de dar con los niños. El tiempo se agotaba. La búsqueda fue tan larga que el país se olvidó de ellos. El Gobierno se enredó en un escándalo de escuchas ilegales y rumores de financiación irregular y casi todo el mundo perdió interés. Al comandante Sánchez le daba todo eso igual, él siempre cogía el teléfono con el mismo ímpetu: “Hasta que no los encontremos no nos vamos a ir”. Su teoría era que si estuviesen muertos ya hubieran encontrado sus cadáveres. No los encontraban, aseguraba él, porque eran blancos en movimiento. Blancos que cumplían años: el bebé hizo uno y el de cuatro cumplió cinco. Todavía no sabemos si fueron conscientes y si llegaron a celebrarlos. Los días y las noches en la selva son una masa uniforme, dejan de importar las hojas del calendario y las manillas del reloj.

Los militares recibieron el apoyo de las comunidades indígenas. Sin ellas, hubiera sido imposible. Los nativos rezaron antes de adentrarse en la selva como una forma de pedirle permiso a la ‘Madre Naturaleza’. Tienen una serie de creencias y ritos difíciles de entender para el hombre blanco. Para ellos, la selva es un ente viviente con racionalidad y voluntad. La abuela de los niños decía que era la naturaleza la que no les dejaba salir al exterior. El asunto espiritual es muy fuerte. Tienen también la teoría de que las tribus nómadas de esa zona aplicaban sus fuerzas ancestrales para que las autoridades no los encontraran y se quedaran a vivir con ellos. Ese era uno de los temores del presidente, que una de esas comunidades que perviven prácticamente aisladas los hubiera encontrado y los hicieran sus hijos. Había que pensar cualquier cosa, menos que estaban muertos. Y la realidad es que no lo estaban. Un comando de militares e indígenas los encontraron después de 40 días con síntomas de desnutrición y cansados, pero sin que su vida corriera peligro. Lesly lo consiguió. Colombia la eleva estos días al rango de mito.

Los cuatro niños indígenas rescatados en la selva colombiana han pasado sus primeros días de recuperación en el Hospital Militar de Bogotá. La directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), Astrid Cáceres, ha comentado en Blu Radio que evolucionan de manera favorable y que ya pueden comer casabe (un pan de yuca), como pidieron desde un principio. Pintan y leen, bajo el cuidado de familiares de la madre —fallecida en el accidente de avión del 1 de mayo— y de una defensora del ICBF. Mientras, miembros de la comunidad indígena han relatado que varios objetos ayudaron a los niños durante los 40 días en la selva: dos celulares, una linterna, una caja musical, una botella y unos toldos. Cuatro indígenas, que eran parte de una operación conjunta con militares, fueron quienes encontraron a Lesly Mucutuy (13 años), Soleiny Mucutuy (9 años), Tien Noriel Ronoque Mucutuy (5 años) y Cristin Neriman Ranoque Mucutuy (un año). Nicolás Ordóñez los divisó entre la vegetación gracias al llanto del bebé. “Somos familia, venimos de parte de su padre, de su abuela”, les dijo, según contó en un video que circula en redes sociales. “Tengo hambre, tengo mucha hambre”, le respondió Lesly. Unos pasos más atrás, vieron a Tien, acostado dentro de un toldo y con dificultades para caminar. “Mi mamá se murió”, les comentó.

El resto del grupo llegó después. Henry Guerrero, encargado de transmitir la noticia a la familia, contó el domingo en Caracol Televisión que los hermanos usaron varios objetos que encontraron en la avioneta estrellada. Tenían un toldo, una toalla, dos celulares ya descargados, una linterna y una botella de gaseosa vacía, que rellenaban con agua del río. “Cuando cayeron, lo primero que le vino a la cabeza [a Lesly] fue cómo utilizar eso para sobrevivir”, señaló el líder indígena. Se mantuvieron siempre cerca del río para mantenerse hidratados y aprovecharon los alimentos que había en el avión. La comunidad explicó que los niños encontraron uno de los paquetes de provisiones de emergencia que lanzaron los militares. También recibieron uno de los panfletos escritos en español y en uitoto y escucharon el llamado de la abuela, que a través de unos altavoces les pedía que se quedaran quietos. No se les veían heridas, salvo por una en proceso de cicatrización en la cabeza de Lesly. Preocupaba, más bien, el tono débil de sus voces y el desgaste de las ropas, que estaban rasgadas y húmedas tras días de enfrentar las lluvias constantes de la selva. El abuelo materno de los niños, Narciso Mucutuy, relató en unos videos que el Ministerio de Defensa difundió que Lesly sacó a sus hermanos de la avioneta accidentada y consiguió ropa en la maleta de su madre fallecida. Los hermanos pasaron los primeros cuatro días cerca del aparato y se alimentaron con la fariña (una harina de yuca) que había empacado uno de los fallecidos para el viaje. Después, tras días en los que nadie aparecía, se alejaron de la aeronave: “Al ver que pasaron cuatro días, cogieron trocha para el monte. Ella [Lesly] decía que no sabía para donde iba a salir”.

Los niños caminaron durante días, hasta que el cansancio les impidió continuar. “Ella ya no podía caminar, ya estaba muy cansadita, muy cansadita. Entonces se amontonaron en un solo lugar y se sentaron. Ella tenía a la niña pequeñita entre las piernas cuando los encontraron”, contó el abuelo. Según Narciso, los nietos no tuvieron miedo de la selva e hicieron frente a las lluvias sin problemas: “Cogían ramitas, hojas anchas y se descampaba debajo de eso”. Lesly le contó a su abuelo que solo sentían temor cuando escuchaban el sonido de los helicópteros y cuando veían a los rescatistas a unos pasos de ellos. Creían que los iban a castigar por esconderse: “Nunca contestaban, pensaban que si los encontraban les iban a dar fuerte”. Los hermanos están pendientes de Wilson, un perro rescatista que los encontró, que los acompañó en varias ocasiones y que ahora está desaparecido. El fin de semana, Lesly y Soleiny le entregaron unos dibujos al comandante de las Fuerzas Militares, Helder Giraldo, para que Wilson sepa, cuando lo rescaten, que pensaron en él a lo largo de estos días. “Siempre bendecida”, se lee en un dibujo que también tiene una flor, un sol y una bandera de Colombia. “Wilson”, dice otro, en el que el perro aparece junto a unos árboles.

Una combinación de saber tradicional y tecnología de punta fue lo que permitió que un grupo de 85 indígenas y 120 soldados encontraran a los cuatro niños que estuvieron perdidos durante 40 días en la selva colombiana, según cuenta Luis Acosta, coordinador nacional de la Guardia Indígena. El primer reto fue ganarse la confianza de la selva, dice este hombre de 49 años que nació en Caloto, Cauca, una zona más montañosa que selvática, y quien estuvo a cargo de la operación de búsqueda desde el lado indígena. “La selva no entiende al ser humano, lo ve como un peligro”, cuenta. Había que saber interpretarla, no solo geográfica sino espiritualmente. “La selva fue quien nos entregó a los niños”, añade. Más retador para la Guardia Indígena, una organización no armada de seguridad comunitaria, fue construir una relación de confianza con el Ejército. Guardia y militares han sido más opositores que aliados durante décadas, pero lograron combinar exitosamente sus saberes para encontrar a los cuatro pequeños. “Esos muchachos lloraron con nosotros, sufrieron con nosotros. Allá no se mostró el militar sino el humano”, dice Acosta. Prefiere ser identificado como Lucho y recibe a los periodistas en una cafetería frente al Hospital Militar de Bogotá, el lugar a donde fueron trasladados los niños. Espera paciente, y sonriente por haber sido parte de la operación que para muchos parecía imposible.

Cuando se supo que los cuatro niños perdidos en la selva del Guaviare habían aparecido, la tarde del 9 de junio, pareció editarse al mismo tiempo una historia derivada de aquel “Relato de un náufrago” en que Gabriel García Márquez contó la supervivencia en el mar durante 10 días de un marino. Pero el caso de los menores, de uno, cuatro, ocho y trece años, tiene más elementos de milagro. No solo estuvieron perdidos 40 días en un entorno agreste, donde lo tupido del follaje impide ver a 20 metros de distancia, sino que antes habían sobrevivido a un accidente de avión en el que murió su madre, Magdalena Mucutuy. El relato que los niños puedan hacer de semejante experiencia se podrá conocer en parte gracias a Wilson, un perro pastor belga de seis años que contribuyó en la búsqueda y que hoy sigue perdido en algún lugar de la selva. El animal fue reclutado para ayudar en una misión que mantuvo en vilo al país desde que se encontraron los restos de la avioneta accidentada y los cadáveres de los tres adultos que iban en ella. El perro nació y creció entre militares. El 8 de junio, un día antes del hallazgo de los niños, el Ejército informó de que Wilson se había perdido en la selva. Una de las hipótesis que explicaba su desaparición era que, debido a las dificultades del terreno, a la humedad y a las condiciones climáticas tan poco favorables de la zona, se había desorientado. Pero estaba cerca, a juzgar por las huellas que fueron avistadas en la tierra, y no solo del Ejército, sino también de los niños, de quienes se habían encontrado rasgos a poca distancia.,Se anunció que, junto con los niños, había sido localizado el animal. Sin embargo, no era así. Ese fue otro de los giros dramáticos de una historia que ha estado acompañada de información inexacta y falsas alarmas. Al mismo tiempo, las redes sociales, que servían de termómetro para la euforia, elevaban con gracia a Wilson a la categoría de héroe.

El perro, a juzgar por el relato de Lesly, la mayor de los niños hallados, sí los había encontrado. La directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), Astrid Cáceres, dio detalles sobre lo que contaban los menores… “Lesly nos sonrió, nos dio abrazos, nos contó del perrito”. El mismo que se perdió y en el que ahora está centrada toda la atención de los soldados que permanecen en la selva del Guaviare. El general Helder Giraldo, comandante de las Fuerzas Militares, dio la orden de seguir tras las huellas del perro… “Jamás se abandona a un compañero caído en el campo de combate. Avanza la Operación Esperanza en la búsqueda de nuestro canino Wilson, que, haciendo rastreo y en su afán de encontrar a los niños, se aleja de las tropas y se pierde”. El Ejército ha insistido en que la Operación Esperanza, como fue bautizada la búsqueda en la selva, no terminará hasta que Wilson aparezca. El general Pedro Sánchez, quien lideró la operación, aseguró que desde que el perro se perdió, el 18 de mayo, los militares establecieron contacto con él en dos ocasiones, pero en ambas se volvió a extraviar. Según el general, cuando los niños se encontraron con el animal, estaba demacrado, producto de las dificultades naturales de encontrar alimento en esa zona. El nuevo objetivo de la misión es que Wilson salga de la selva para que la dicha, que ya es enorme, pueda ser completa.

La ‘Madre Tierra’ lo llamó, el espíritu lo llamó y se lo llevó para que los acompañara. Desde que se soltó fue el que le dio fuerzas a esos niños cuando lo encontraron… “A nosotros nos dio indicaciones, nos dio esperanza. Los niños le dieron de comer. Ellos no se comían las raciones militares, que vienen en una bolsa con agua caliente, algo asqueroso, pero sí comían mañoco, casabe y unos dulces. Creo que la selva al final nos dijo: les damos a los niños, pero el perro se queda”. ¿La selva no quería devolver al perrito? “Sí, y Wilson se quiso quedar…”. Gabriel García Márquez ‘escribe’ en su ‘remake’ de “Cien Años de Soledad” desde la eternidad. Pensarán que esto es mitológico, pero hay muchas historias de personas que se han quedado en la selva y se volvieron espíritu. Una combinación de saber tradicional y tecnología de punta. La selva no entiende al ser humano, lo ve como un peligro. Había que saber interpretarla, no solo geográfica sino espiritualmente. La selva fue quien nos entregó a nuestro mundo de Colombia, México, España… a los niños.

Cuba ha vuelto a ser escenario de los esfuerzos de Colombia por alcanzar la paz. El primer apretón de manos del presidente Gustavo Petro con Antonio García, el máximo comandante de la guerrilla del ELN, en La Habana, recordó el que se dieron en su día Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño, ‘Timochenko’, en la recta final de la negociación de paz con las extintas FARC. En ambas ocasiones, lo hicieron delante del presidente cubano que ejercía como anfitrión, ayer Raúl Castro, hoy Miguel Díaz-Canel. El cese al fuego “bilateral, nacional y temporal” fue anunciado en los salones de protocolo del Gobierno cubano en El Laguito, que ya habían albergado algunos de los momentos cumbre de la larga negociación con las FARC. Los llamados “acuerdos de Cuba” sientan las bases tanto para el cese al fuego –de momento por seis meses– como para la participación de la sociedad civil. Son avances sin precedentes en un proceso con el Ejército de Liberación Nacional, la última guerrilla en armas de Colombia. La mesa regresará para el cuarto ciclo de diálogos a Venezuela, donde se puso en marcha la negociación, y se despide de La Habana con la primera piedra de la paz total, un hito que también representa un desagravio para la isla caribeña.

Petro agradeció a Cuba las décadas de “hospitalidad” para la paz de Colombia y calificó su inclusión en la lista de países patrocinadores del terrorismo que elabora Estados Unidos como “un acto de injusticia diplomática profunda” en su discurso –que la Presidencia volvió a transmitir este lunes como una alocución–. Incluso contó que en un reciente encuentro le pidió al presidente Joe Biden corregir esa medida, pues “ese fue un acto de injusticia que debe ser enmendado”. También los negociadores tanto del Gobierno como de la guerrilla agradecieron con insistencia el papel de los cubanos, que han pagado un alto costo por él. La hostilidad diplomática que caracterizó el periodo de Iván Duque (2018-2022) le costó a La Habana acabar otra vez en esa lista negra, que conlleva la imposición de sanciones a las personas y a los países que realicen ciertas actividades de comercio con Cuba. En su día, Duque, un feroz crítico del acuerdo con las FARC, heredó la negociación con el ELN que ya había puesto en marcha su antecesor, Juan Manuel Santos. Pero la dio por terminada luego del atentado de la guerrilla contra una escuela de cadetes en Bogotá que causó 23 muertos, en enero de 2019 y, tras la ruptura, Duque pretendió desconocer los protocolos firmados por las partes –incluyendo los países garantes–, lo que dejó en el limbo a la delegación rebelde que se encontraba en Cuba. La isla se negó a extraditarlos, amparada en los protocolos.

Cuando el Gobierno de Donald Trump designó a Cuba como un “Estado patrocinador del terrorismo”, en enero de 2021, a solo nueve días de dejar la Casa Blanca, justificó su decisión en los reiterativos reclamos del colombiano. Cuba había salido de la lista en 2015, y la jugada de último minuto de Trump reversó los esfuerzos de la Administración del demócrata Barack Obama para reconstruir los vínculos con la isla comunista, un enemigo histórico durante la Guerra Fría. También le complicó a Biden cualquier posible deshielo. Lo que estaba en juego no era solamente un eventual acercamiento con el ELN o las relaciones de Estados Unidos con Cuba, “sino la posibilidad misma de llevar a cabo negociaciones de paz”, advirtieron en su momento Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo, los arquitectos del acuerdo con las FARC, al defender el papel que cumplió la isla como país garante, al lado de Noruega. El propio Santos, respaldado por el grupo de líderes mundiales reunidos en la organización The Elders, le pidió a Biden revocar esa designación. “Cuba debe ser aplaudida por la función crucial que desempeñó para ayudar a poner fin a décadas de conflicto y facilitar la reconciliación en Colombia, y no enfrentar sanciones por haberlo hecho”, manifestó en febrero de 2021 el también merecedor del Nobel de Paz. Petro se ha sumado a ese clamor.

Las relaciones entre Bogotá y La Habana han regresado con Petro al estado en que estaban antes de Duque, que fue un paréntesis en la tradición diplomática colombiana, señala la internacionalista Sandra Borda. “Prácticamente todos los gobiernos han entendido que es muy difícil hacer un proceso de negociación con grupos guerrilleros en Colombia sin la participación de Cuba”, un actor que les genera confianza, señala. Colombia, por su parte, ayuda a reintegrar a Cuba en la comunidad internacional y a normalizar su relación con Washington. Sacar a La Habana de la famosa lista que comparte con países como Siria, Irán y Corea del Norte, sin embargo, es improbable dado el momento político que atraviesa Estados Unidos, advierte la académica de la Universidad de Los Andes. “La Administración Biden va a tratar de moverse al centro político, eso incluye ponerse un poco más duro con el tema migratorio y no ponerse demasiado elástico o flexible con el de Cuba”, valora. Desde que relevó a Duque, el Gobierno de Petro ha volcado la diplomacia colombiana a la causa de la “paz total”, su política bandera, con la que se propone implementar con mayor decisión el acuerdo con las FARC, dialogar con el ELN y adelantar una política de sometimiento para grupos criminales como el Clan del Golfo. Los esfuerzos de negociación con el ELN, que nació hace más de medio siglo justamente bajo el influjo de la revolución cubana, también pasan por La Habana, un socio en la búsqueda de la paz.

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